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La deuda y los “free riders” vendedores de fantasías

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22 abril de 2020

Por Fernando Christian Rezk (*)

¿Existe el interés público? Según James M. Buchanan, uno de los máximos exponentes de la teoría de la elección pública: “No existe ningún concepto mensurable de interés público, ¿por qué cómo se sopesan los diferentes intereses de diferentes grupos y lo que puede obtener cada uno? El interés público tal y como lo concibe un político no existe, es lo que él piensa que es bueno para el país, y plantearlo así es una cosa, pero esa hipocresía de llamar a algo 'el interés público' como si existiera eso, era lo que yo intentaba destruir”. Los intereses personales también se rigen por el egoísmo dentro de la esfera pública, en contraste con la idea de Estado benevolente, omnisciente y omnipresente, que figuran como supuestos teóricos en una parte de la literatura económica.Buchanan y la deuda pública Argentina vuelve a incurrir en default a muy pocos años de retornar a los mercados de crédito. Una carencia que tiene el país es de principios públicos en la misma sociedad, tanto de deuda, gasto e ilusión fiscal. El premio Nobel Buchanan publicó, en 1958, “Los principios públicos de deuda pública, una defensa y reformulación”. ¿Qué sostenía?

1. La creación de deuda pública implica transferencia de la carga real tributaria para las generaciones futuras. No podemos hipotecar el futuro.

2. La analogía entre la deuda individual o privada y la deuda pública es errónea. Y la deuda pública no transfiere recursos hacia la sociedad, sino dentro de la misma sociedad, con excepción de la deuda externa.

3. Existe una distinción clara e importante entre deuda pública interna y deuda pública externa.

Con relación al punto 3, Buchanan estipula que la regla del equilibrio presupuestario debe ser reemplazado por una que dice: “Los impuestos más la deuda interna deben ser iguales a los gastos públicos”. La deuda interna no implica en el pago de intereses una transferencia externa, y las erogaciones locales no merman el flujo de renta local.

En cambio, la deuda externa implica erogaciones hacia afuera del flujo de renta.

Esto no significa creer que los impuestos y la deuda tienen similares efectos, cuestión que Buchanan criticaba.

Geoffrey Brennan y Buchanan, en “La lógica del teorema de equivalencia ricardiana” (1980), demuestran que la equivalencia ricardiana es insostenible (salvo con impuestos de tipo “lump sum” o suma global, al estilo Margaret Thatcher), pues la deuda y los impuestos no poseen el mismo efecto ingreso y sustitución. “La emisión de deuda tenderá a desalentar los ahorros y la acumulación de capital, en relación, a lo que se generaría bajo la financiación fiscal del mismo gasto público”, escribieron.

Además, la equivalencia ricardiana es insostenible porque si la deuda y los impuestos fueran equivalentes en sus efectos, las medidas de control del déficit fiscal no tendrían efectos macroeconómicos.

Pero la deuda pública es un impuesto sobre ingresos futuros, con el agravante que, a diferencia de los supuestos que utiliza Buchanan, la tasa de interés no es constante, y se agrava con las crisis de deuda y volatilidad macroeconómica, que hacen caer el ingreso presente y futuro.

En Argentina no se espera que mayores impuestos hoy constituyan menores impuestos mañana. Pues impuestos que se introducen como transitorios jamás se quitan.

De manera que la conducta “racional” que “minimiza las obligaciones tributarias entre períodos” en Argentina no existe. No tendría sentido posponer consumo (ahorrar) esperando impuestos menores mañana.

Mayores impuestos hoy no mejoran el ahorro que los individuos modifican debido a cambios impositivos posponiendo su consumo presente.

La crisis de deuda afecta la acumulación de capital no solo por la crisis y caída de ingresos, sino porque la caída de la tasa de ahorro se reduce aún más por un cambio en las preferencias: ahorrar en Argentina no es negocio.

Y ello se convalida aún más con las exacciones en términos reales e impositivas sobre el ahorrista en un esquema de represión financiera que logra su efecto negativo (disminuir el ahorro) pero no logra durante la crisis su efecto positivo (canalizar el ahorro hacia la inversión).

Por otra parte, la ilusión fiscal (siempre en términos de Buchanan), en Argentina existe. Cuando se cambian impuestos presentes (ya elevados) por deuda pública, la sociedad puede percibir que los impuestos de mañana serán menores de lo que en realidad deberían ser porque no se toma consciencia de la situación económica del país. Si ello ocurre, la acumulación de capital disminuye porque los individuos subestiman el peso de la deuda de mañana, ahorrando menos hoy.

Esto podríamos verlo en términos del impuesto a la riqueza extraordinario. Menores tasas impositivas en Bienes Personales, para fomentar ayer el blanqueo de capitales, no implicaron mayores ingresos hoy para esos contribuyentes, sino un impuesto extraordinario.

Esto nos lleva a leer a Buchanan y Brennan en su “La razón de las reglas, economía política constitucional” (1985).

Los individuos podrían preferir pagar la deuda si asumieran que ello, dadas las garantías constitucionales, les permitiera pagar menos impuestos mañana. Pero dado que tales garantías no existen, la preferencia podría ser bien no pagar hoy.

La “trampa de la deuda” nace en el ámbito de la política, en que los beneficios para los políticos free-riders de corto plazo (tomar deuda) son mucho mayores que los costos políticos de la prudencia fiscal. No es racional que el votante opte por la prudencia fiscal, más aún porque no existen garantías o reglas que eleven su ahorro por sacrificar su consumo hoy.

Por ende, existe una tendencia a sobredimensionar la deuda, a que los votantes, con ilusión fiscal mediante, apoyen expansiones del gasto y toma de deuda, y a que los políticos sean más irresponsables aún, siempre guiados por intereses personales de carrera política, y amparados por lo que la literatura de Public Choice (elección pública) llama “la racionalidad de la ignorancia”.

En “Costo y elección: una investigación en teoría económica”, Buchanan agrega: “El patrón institucional de recompensas y castigos puede ser modificado para garantizar que, independientemente de las elecciones que se realicen [por parte de los políticos], se tendrá algún incentivo personal [político] para actuar de acuerdo con criterios 'sociales' de la maximización de beneficios”.

¿Cuáles serían en Argentina esos beneficios a maximizar?

Un free rider es aquel que no implementa las reformas necesarias, y juega a que la crisis de gasto público le explote al burócrata del turno siguiente.

Las emisiones de deuda sirven para financiar el gasto público, bajar impuestos y deflacionar. Sin embargo, la carrera política de los burócratas argentinos consiste en el incremento permanente en el gasto público, inflacionar y, de paso, bonus track: ¡subir impuestos!

Y así como Keneth Rogoff en su “Esta vez es distinto, ocho siglos de necedad financiera” (2011), postula que la productividad de largo plazo depende de la inversión pública de largo plazo, en Argentina se prioriza el gasto corriente, de baja productividad, y magra acumulación de capital.

Además, la crisis no se debe, quizá, a una sobre expansión de la deuda, que medida en dólares con base en 2004 se incrementa 66,9% para 2017, mientras que el gasto público consolidado se incrementa 506,2%, alcanzando su máximo pico.

Quizá la crisis se deba a una imposibilidad de acceder a deuda adicional para financiar dicha expansión, y quizá, la caída en el gasto público medido en dólares haya sido debido a esa imposibilidad, a través de su licuación que las devaluaciones producen.

Federalismo fiscal

Para quebrar esta tendencia, se requiere una reforma en las normas, reglas, o sistema fiscal, que implique un acercamiento entre lo que se percibe como beneficios (el gasto público), y lo que representa los costos generados por las emisiones de deuda, la tasa inflacionaria producida por los desequilibrios financieros de la Nación con base en las crisis de finanzas públicas.

El federalismo fiscal disminuye costos de acceso a la información y de monitoreo sobre los gobernantes, descentraliza el gasto público, y acota la brecha entre la carga real impositiva y la percibida, bajo el lente de ilusión fiscal por la población.

Crear sistemas fiscales independientes con provincias responsables que deban cumplir metas de presupuesto y de déficits es conveniente.

Además, Argentina posee un elevadísimo subdesarrollo financiero, y la tasa de interés se torna excesivamente alta debido a que el mercado financiero local es pequeño. Los burócratas necesitan elevar la tasa de interés demasiado para tener control sobre la liquidez del sistema por la vía del mercado financiero, pues controlar la liquidez por la vía tributaria es políticamente más costoso a corto plazo.

Con una demanda de dinero que oscila en el 10%, en porcentaje del PIB, las monetizaciones permanentes de los déficits producen riesgo de inflación alta.

El camino quizá sea el desarrollo financiero, la reforma del Estado, una reformulación impositiva y un esquema de federalismo fiscal.

Mención al pasar, basta recordar que Hong Kong, la cuarta plaza financiera del mundo, posee un sistema bancario que no le presta al Gobierno, y una autoridad monetaria que no le transfiere al Tesoro. Quizá sea hora de pensar en el sector privado y direccionar los recursos crediticios que se transfieren al sector público hacia el sector privado.

Ello necesita una reforma de la Carta Orgánica del BCRA, que evitaría a los free riders de turno hagan uso del gasto público corriente, cortoplacista y mayormente improductivo, con mayor impuesto inflacionario.

Por el contrario, mientras que a los burócratas del Estado les sea más conveniente pensar en términos de costos, y de corto plazo, y los votantes perciban más los beneficios del gasto público que los costos sociales de cada emisión de deuda en términos de exacciones fiscales futuras, el gasto y la deuda pública seguirá expandiéndose, y la trampa de la deuda seguirá coqueteando con la ilusión fiscal.

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