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La caída del imperio del euro

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23 abril de 2020

Por Tomás Piqueras Fontaneda Economista

Madrid.- Pensábamos que las tasas de interés nunca serían negativas y sucedió. Pensábamos que los precios del petróleo nunca estarían por debajo de cero y sucedió. Pensábamos que el Euro nunca se derrumbaría, ¿y sucederá?

Hace veinte años, cuando Europa inauguraba su moneda común, los distintos Estados miembros pasaban de formar únicamente una unión económica a formar también una unión monetaria. De ahí en adelante el ciudadano alemán y el español abandonaban el marco y la peseta, respectivamente, para usar eso que llamaron “Euro”. Los turistas europeos que viajasen por el territorio ya no se tenían que someter a las altas tarifas de las casas de cambio de divisas. Todos los países se unían con un mismo objetivo, conseguir la estabilidad de precios. Sin duda alguna, el objetivo de inflación controlada cercana al 2% anual ha conseguido cumplirse, al menos hasta la fecha, con un buen resultado.

Los países más irresponsables perdían la varita mágica de imprimir dinero y así, naciones como España pasaban de tener una inflación media del 8,6% previa a la creación del euro desde 1957, a una inflación promedio del 2,07% tras su adopción como moneda común. Sé que estas cifras pueden sonar a broma para un argentino, pero recordemos que la inflación de Alemania para estos dos periodos fue del 3,07% y el 1,45%, respectivamente. Además, si miramos los máximos históricos de ambos países, vemos que España alcanzó una inflación record del 26,39% en 1977 mientras que en el caso de Alemania nunca superó el 8%. Así las cosas, se producía la unión de dos segmentos claramente diferenciados: una Europa responsable con sus cuentas fiscales y su política monetaria formada por países como Alemania, Holanda y Austria frente a la Europa de la deuda, el despilfarro y la irresponsabilidad conformada por España, Italia y Portugal.

Entre el 2000 y el 2008, el matrimonio funcionaba sin grandes complicaciones, todos los países que hacían uso de la moneda común experimentaban un aparente crecimiento en sus economías. Sin embargo, las manipulaciones en las tasas de interés, llevándolas por debajo de su nivel natural por parte del Banco Central Europeo, no fueron en vano y en 2008 se producirían las primeras turbulencias en la zona euro. Las primeras dudas sobre el uso de una moneda común comenzaban a emerger. A favor de los países más irresponsables, el euro consiguió mantenerse en pie, eso sí, no sin grandes esfuerzos por parte del BCE.

¿Resistirá el euro a la tormenta de ahora? Si nos hubiésemos planteado esta pregunta hace tan solo dos meses la respuesta hubiese sido obvia. Sin embargo, hoy no podemos permitirnos el lujo de dar nada por seguro.

Mientras que la Europa responsable de Alemania ha provechado la coyuntura de bajas tasas de interés durante estos últimos años para reducir sus niveles de deuda, otros países ya de sobra conocidos por todos nosotros han seguido bailando en la fiesta de la deuda barata como si no hubiera un mañana y el problema es que sí había un mañana. Mientras que la nación germana afrontará la crisis del coronavirus con un 61% de deuda sobre PIB, a España le tocará hacerlo con 97% y a Italia con 135%. Huelga decir, ¿cuál de estos países tendrá una mejor capacidad para afrontar la situación actual?

El problema de los excesos de deuda es que antes o después acaban pasando factura y a una parte de Europa esa factura le llega hoy con los bolsillos vacíos. En los próximos días vamos a ver los primeros rumores por parte de varios partidos políticos de la Europa irresponsable sobre si el euro merece o no seguir siendo la moneda de sus ciudadanos. Frases como “recuperemos nuestra soberanía monetaria” volverán a sonar en boca de los gobernantes atraídos por la máquina de imprimir billetes pidiendo una salida del Euro con la adopción de su propia moneda. Conceder a un Estado la capacidad para aumentar sus gastos de manera ilimitada acaba teniendo consecuencias adversas, y no hace falta que explique a ningún argentino lo que esto quiere decir. Las tasas de inflación de doble dígito y el daño que esto produce en la economía hablan por sí solas. Tratar de solventar una crisis económica mediante el mercado monetario es tratar de ganar el partido moviendo las porterías y no el balón, algo que nunca puede tener un final feliz.

Europa y su moneda no deben doblegarse a los caprichos imprudentes de los países del sur y, ahora, más que nunca, se necesita una fortaleza capaz de dotar al sistema de precios de estabilidad y una disciplina que permita tener bajo control las manos de los políticos que pretenden hacer del sistema monetario un juego de Monopoly.

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