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El Covid-19 y la economía global   

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15 abril de 2020

Por Victor Zajdenberg

 La “economía política” es la ciencia que se ocupa del estudio de las leyes y principios de la naturaleza que rigen la producción y distribución de bienes a fin de satisfacer las necesidades humanas. En cambio, las “políticas económicas” son aquellas que un Estado o Gobierno de turno establece como prioridades decisorias que, se suponen, podrían o deberían mejorar la situación económica de un país y sus ciudadanos.

Estas pueden cambiarse según los resultados de dichas políticas mediante medidas de “prueba y error” o análisis de “costo-beneficio”. En cambio, el desvío desmedido de las leyes naturales, más temprano que tarde, conduce a una crisis inevitable que en términos económicos se denomina “quiebra”, “default” o el nombre con el que se lo quiera disfrazar.

El primer economista de la historia, José, hijo de Jacob (ver la Biblia), aconsejó al Faraón de Egipto acopiar cereales en silos durante los siete años de bonanza climática para afrontar los próximos siete años de sequía que predijo que llegarían. Y así Egipto se convirtió en el Imperio más importante al que acudían todos los pueblos de la región para poder sobrevivir.

En el mundo moderno puede tomarse como ejemplo del mismo concepto a Noruega, un pequeño país que luego de la Segunda Guerra Mundial era el más pobre de Europa pero que, luego de descubrir petróleo frente a sus costas, no solo se convirtió en uno de los más ricos sino además decidió acopiar enormes reservas monetarias como para afrontar cualquier “cisne negro” que pudiera aparecer en su propio país y/o en el mundo.

“El 'cisne negro', o el impacto de lo altamente improbable”, es un libro escrito por Nassim Nicholas Taleb. ¿Qué es un “cisne negro”? Un suceso imprevisible (una sequía brutal, el desmoronamiento del precio del petróleo y actualmente, el asesino Covid-19, llamado también “la gripe china”) que se introduce en un supuesto modelo perfecto. Según Taleb, estos cisnes negros son parte integrante de nuestra vida y la inmensa mayoría de personas y sociedades no toman en cuenta el factor azar.

Ello nos impide reconocer las oportunidades y nos hace demasiado vulnerables. Si a esta brillante investigación de Taleb le adicionamos la adrede perversidad de muchos políticos corruptos, despilfarradores, incompetentes e ineficaces se podrá entender la vulnerabilidad y el quebranto absoluto de ciertos países cuyas poblaciones habrán de sufrir mucho más que otras más previsoras.

Los países del sur adeudado de Europa tienen la ventura (aún) de integrar la Unión Europea (UE) con el norte más ahorrativo. Es de suponer que EE.UU. sabrá utilizar transitoriamente el keynesianismo durante la vigencia del “corona” para reinventar, cuando se pueda, un capitalismo más nacional. Es casi seguro que China utilizará sus reservas billonarias y su poder totalitario para sobrellevar la peste. El Estado de Israel abona con sus reservas la nómina de sueldos de las empresas.

El problema se agrava para ciertos países latinos (salvo Chile y Uruguay, quizás) con la hiperinflación que podrá sobrevenir. Los países sin reservas monetarias y sin crédito deberían adoptar políticas económicas para las cuales Keynes, ahora, es inaplicable. Mejor probar con Joseph Schumpeter.

Thomas S. Kuhn escribió “La Estructura de las Revoluciones Científicas” donde estudia que el mejor camino para el progreso (en este caso la de países en emergencia) debe ser examinado sin ideas preconcebidas. Si bien el Estado presente es vital mientras dure la pandemia, debería también cuidar  la actividad privada, en especial el de las pymes. Como dice Schumpeter, economista y profesor de la Universidad de Harvard: “La empresa y la innovación son instrumentos que sirven para efectuar una nueva interpretación dinámica del capitalismo y del desarrollo económico”.

Como no se sabe cuándo podrá ser vencido el Covid-19, el país que se encuentre en terapia intensiva por ambos males (el virus y la posible hiperinflación) debería actuar rápidamente a fin de estar preparado para resurgir de la brusca caída del PIB que pueda tener. Para ello debería, en paralelo al imprescindible gasto sanitario, comenzar a encoger el gasto público no sanitario, gastos que no condicen con la drástica disminución de la recaudación impositiva por motivos obvios. Los magros ingresos fiscales actuales deben estar destinados a la emergencia sanitaria pero también a mantener a las pequeñas y medianas empresas que son las principales dadoras de empleo y posibles desarrolladoras, innovadoras y exportadoras futuras.

De una cosa se puede estar seguro: la recuperación del “Estado de Bienestar”, en mayor o menor grado según la actuación que cada país ha tenido en esta terrible crisis del Covid-19 tardará muchos años en volver. Ya lo dijo Kenneth Rogoff, economista y profesor de Harvard: “Vamos a una recesión no vista desde la Gran Depresión”. Hará falta un New Deal diferente al que Franklin D. Roosevelt, presidente de EE.UU en aquel entonces, aplicó con el asesoramiento de John Maynard  Keynes.

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