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Buenas noticias económicas

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01 abril de 2020

Por Pablo Mira (*)

Además de una pandemia de coronavirus, tenemos una pandemia de malas noticias. La circunstancia lo amerita, porque estamos enfrentando una enfermedad cuyos alcances son desconocidos. ¿Pero qué hay de las buenas noticias? ¿Hay alguna? Y si las hay, ¿son realistas? La respuesta del economista no se hace esperar y es, por supuesto, “depende”. Las noticias son buenas o malas en términos relativos, de modo que, resueltos a verle el lado positivo a esta batería de depresiones, vale hacer un esfuerzo comparativo.

Varias notas han comentado sobre las ventanas abiertas en torno a la salud. Si bien no soy especialista, puedo creerme que los tests se vuelven cada vez más rápidos y eficientes, y que el desarrollo de retrovirales y vacunas avanza a ritmo vivo. Por otro lado, se han destacado la caída de la delincuencia, las menores muertes por accidente, y la reducción de la propagación de otros virus, todos resultados esperables de la cuarentena. Pero como bien se dice, esto no compensa los costos económicos del parate. En este contexto, ¿cómo sería dar buenas noticias económicas? La forma más natural es desmintiendo las predicciones apocalípticas, y ponderando las ganancias futuras.

Primero, hay preocupaciones por la recesión “que se viene”. Pero esto es un error. El PIB está cayendo ahora mismo y ya estamos padeciendo la recesión. Hay pérdidas presentes de ingresos. Y, de tener dinero, no es fácil gastarlo en cosas deseables. Por eso dentro de tres meses, cuando salgan las cifras sobre la actividad actual, no tendrá sentido alarmarse, no solo porque ya habremos pasado el mal rato, sino también porque es posible que en ese momento todo haya mejorado. Esta crisis no destruye capital, y si es transitoria, inducirá una recuperación veloz. El rebote de la actividad puede incluso sumar un shock de confianza que prolongue el crecimiento más allá, como ocurrió al finalizar cada guerra mundial (y tras el 2001 en Argentina).

Segundo, la crisis no significará oportunidad, pero sí aprendizaje. Esto es así porque se aprende en la diferencia, no en la rutina. ¿Qué estamos aprendiendo? A nivel macro, se tomó conciencia de la importancia de la colaboración público-privada para tratar con shocks negativos. La solidaridad ante el riesgo reduce la tolerancia a los comportamientos especulativos, y dispara nuevas reflexiones sobre las ventajas y desventajas de la financiarización global. Y como pasa en el “Cuento de la Criada”, en medio de este desastre se reducen fuertemente las emisiones de dióxido de carbono. Aun tratándose de una victoria pírrica, esta experiencia podría concientizar a nuestros líderes sobre la necesidad de empezar a proteger ya mismo con más decisión el medioambiente.

En la micro, varios se pusieron al día con el uso de tecnologías y herramientas a distancia, con posibles efectos sobre la productividad futura. Se están ideando permanentemente alternativas para mantener los cuidados y al mismo tiempo sostener la economía. Un estudio de la Australian National University asegura que quedarse sin hacer nada genera un tipo de emoción favorable para la creatividad. Y por supuesto, ¡no olvidemos que la teoría económica tradicional afirma que el ocio vale!

La contienda entre buenas y malas noticias nos aproxima a otro dilema que se ha planteado últimamente, que es el de elegir entre la salud y la economía. Y es cierto, perjudicar a la economía genera costos sobre la salud. Pero lo que no se puede afirmar es que conocemos los parámetros relevantes de esta comparación. Se sabe que las economías capitalistas se recuperan más o menos bien después de cada crisis (aunque con una pérdida neta), pero los resultados de la pandemia son altamente inciertos. ¿Cuánto vale el beneficio económico actual y futuro para la humanidad de una caída precautoria del PIB que nos ofrezca tiempo para eliminar este virus y nos prepare para enfrentar otros? ¿Y qué tasa de descuento deberíamos aplicar en ese cálculo?

Pronosticar una hecatombe económica futura porque la maquinaria global se detiene durante dos meses no es realista. Tras las desgracias, llegan las recuperaciones. Por eso, no está mal promover cierta esperanza. En los momentos de compromiso social gravoso, vale transmitir una perspectiva optimista sobre los logros que obtendremos en el futuro gracias a nuestros sacrificios presentes. Se ha repetido que no hay peor castigo que el esfuerzo vano. La solidaridad en medio de la pandemia se fortalece si contamos con un objetivo común a alcanzar. Y por supuesto, no se trata de dar falsas esperanzas, ser realista es fundamental porque de lo que se trata es de que esos logros se cumplan.

(*) Docente e investigador de la UBA

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