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“Alberto presidente”

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Alejandro Radonjic 06 abril de 2020

Por Alejandro Radonjic

¿Quién fue el teórico político que supo dividir entre quienes tienen el “poder real” y quienes solo lo detentan “formalmente”? ¿Fue Nicolás Maquiavelo, o fue un panelista del prime time de algún canal de aire?

Las encuestas deben ser tomadas con pinzas dobles. Las PASO de 2019 (apostilla: de las que ni pasaron 7 meses) así nos los recuerdan. Presagiaban empate técnico, ¿se acuerdan? Pero tampoco hay que tirarlas a la basura. Aun sirven para, entre muchas otras cosas, delinear tendencias generales y detectar los grandes movimientos de la opinión pública. También, para evitar el sesgo de la proximidad y dejarnos guiar equivocadamente por los intensos microclimas.

¿Y qué muestran hoy? Que Alberto Fernández está cada vez más fortalecido, con una imagen positiva en ascenso. Yendo un poco más allá: que el “Alberto Presidente”, ese cántico que empezó a fortalecer musculatura el 11 de agosto de 2019, parece recién hoy ser real. Hoy, ya no hay dudas sobre quién está a cargo. Quién maneja la batuta y corta el bacalao. No seamos malos con nuestras propias sospechas previas: quien “tenía los votos” en ese entonces era Cristina Kirchner, la misma que, en un hecho muy poco común, fue quien decidió correrse a un costado y anunciar, vía YouTube en mayo pasado, que Fernández encabezaría el binomio. ¿Se acuerdan, no? Una Cristina que, se creía, oficiaría como jugadora de veto y marcaría la cancha de Fernández. Su Gobierno nació con esa duda de origen y con presagios de tironeos constantes entre la base kirchnerista y su propio anhelo de construcción, más ligado a los gobernadores.

https://www.youtube.com/watch?v=hq1OFyMiVT8

Volvamos a las encuestas. Según Seido, por ejemplo, Fernández tiene una imagen positiva de 74%. Una imagen que subió 19 puntos en marzo. Su imagen negativa se desplomó a solo 12% y su imagen neta es 62% positiva. Umbrales envidiables para los políticos de hoy en día. Hay varios trabajos de opinión más en el mismo sentido. No es descabellado, aun a costa de recostarse en los poco empíricos contrafácticos, que la crisis del “bichito microscópico” llegó en un momento oportuno. ¿Hubiera subido 19 puntos su imagen positiva con un siga siga de la Argentina del primer bimestre? Esa Argentina recesiva, inflacionaria y quebrada, con presión impositiva en ascenso, jubilaciones sin movilidad por ley y tensiones con la Justicia. Parece poco probable.

Las encuestas omiten lo más importante y no por falta de voluntad, claro. ¿Cuánto durará la luna de miel albertista? Antes de responder eso, es necesario entender mejor porque la coronacrisis impulsó a Fernández. Hay, sí, una tendencia inercial, aquí y en el mundo, para abrazarse al líder de turno cuando las papas queman. En definitiva, es el “10” de un partido muy chivo y su éxito será el nuestro. Necesitamos que se haya levantado bien para meter los pases filtrados, o un zapatazo exquisito desde el borde del área. Las crisis, inercialmente, impulsan a los líderes. Los hacen nacer, también.

¿Por qué surgió su liderazgo, más allá de la inercia y el bicho de Wuhan? ¿Fue por qué dio la cara? ¿Su tono calmo, casi paternal? ¿Fue porque convocó a los epidemiólogos de afuera del Gobierno, y no se recostó solo en Ginés González García? ¿Qué publica las cifras diariamente? ¿Qué dice que prioriza la salud, antes que la economía? ¿Qué habla con los gobernadores? ¿Qué se muestra con Horacio Rodríguez Larreta, con quien habla todos los días? ¿Qué no echa culpas a nadie? Allí, las encuestas aportan poco. Cuanto menos, las que son meramente cuantitativas. Entender el motor de la luna de miel albertista es clave para otear, proyectar o imaginar su posible duración. Nada es seguro en este mundo líquido y, quien pretenda seguridades cartesianas en 2020, deberá repensar sus prioridades.

Hay un poco de todo lo anterior. Pero, también, operó el desmarque de Cristina. Y no porque ella lo atosigara con la “marca personal”. Entre quienes saben, prima la teoría de que ella no quiere gobernar. Gestionar la diaria, hablar con los ministros, negociar con el FMI, los medios, articular y embarrase. Sin más, hacer política. Y menos ahora, capitanear una crisis sanitaria de proporciones épicas. Hay quienes, los menos, que van más allá y dicen que sus intereses estaban más en Comodoro Py que en Balcarce 50. ¿Quién sabrá? Su silencio reciente es más que simbólico.

Lo que estos días muestran es que Fernández hoy es el Presidente. Ese el que decide y el que decidirá. Eso, para muchos, es “la” novedad y lo nuevo, por inercia también, genera esperanza. Acaso, la posibilidad de que, sin Cristina ni Mauricio Macri (que capitanearon un barco extraviado desde 2007), surja algo nuevo. No radicalmente nuevo, desde ya: ella sigue siendo “VP” pero, eso sí, algo distinto. Menos ideologizado, encorsetado y combativo. Algo más concertado, pragmático (soluciones antes que retórica) y divulgado: por ejemplo, es moneda corriente escuchar o leer a sus ministros y al propio Presidente en medios de todo tipo y color. Eso, quizás, sea lo está detrás de lo que muestran las encuestas. Que Alberto, ahora sí, es Presidente. Es su luna de miel. Siguen siendo sus inicios. Han pasado apenas 90 días desde que despuntó este asombroso 2020.

Aun si la crisis sanitaria se capea y “El Barba” es misericordioso con este país del sur del mundo, los tiempos que se vienen son durísimos. Tener un Presidente valorado es un activo no menor que ayuda a “surfearla” mejor. Insistimos: los tiempos que vienen son muy duros, acaso críticos; el malhumor de algunos sectores empieza a crecer; las gravosas consecuencias sobre la economía aún están en pañales; habrá presiones de todos lados que oficiarán de grietas y clivajes constantemente. Un liderazgo legitimado que laude es clave. Cómo lo haga determinará si la luna de miel es de papel, o si perdura el amor.

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