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Nunca digamos nunca más endeudamiento

La noble consigna oficial sobre la deuda está más asociada a otros factores que a la eventual mala praxis del área económica.

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02 marzo de 2020

Por Daniel Montoya  Analista político y consultor estratégico @DanielMontoya_

“No soy el verdadero Leo Farnsworth”, enfatiza el ex jugador de fútbol americano Joe Pendleton en “El cielo puede esperar”, film protagonizado por el inoxidable Warren Beatty. ¿Mismo contenido en diferente envase? Semejante magia, sólo puede explicarla un ángel travieso que sustrae el alma del deportista, antes de certificar su muerte tras un accidente. Tal imagen, debería resultarle familiar al ministro de Economía, Martín Guzmán, un disparador para pergeñar una remake de su propio tuit de la semana pasada. “El Nunca Más a los ciclos de sobreendeudamiento puede esperar”. En particular, es factible que nuestro “Pepe Deuda” adquiera en el futuro un envase diferente al del Banco de Inglaterra de 1827, al de la Baring Brothers de 1890, al del naufragio mejicano de 1982 o al de la crisis de la convertibilidad de 2002. Pero, en última instancia, continuará agazapado para recordarnos que, detrás de su envase ocasional, “Pepe Deuda” sigue ahí. Vivito y coleando.

En tal sentido, la buena salud del ángel travieso que frustra cíclicamente el optimismo del ministro de Economía de turno y, que dejará la noble consigna del #NuncaMásEndeudamiento dentro de la zona de las promesas sobre el bidet, in honorem Charly García, está más asociada a cuatro factores de orden económico, político e institucional, que a la eventual mala praxis de conducciones del área fugaces que, salvo las excepciones de Domingo Cavallo y Roberto Lavagna, pueden casi todas agruparse dentro de la categoría “me quiero ir”. Hernán Lorenzino dixit, todo un tsunami de sinceridad y de llamado al olvido.

¡Atenti! Que esto no sea interpretado como una suerte de administración de indulgencias. Pero, ¿qué potencia puede tener cualquier herramienta económica en presencia de obstáculos estructurales profundos que condicionan la efectividad de cualquier medida de corto o mediano plazo?

En primer término, el campo argentino, nuestro Silicon Valley, genera exportaciones per cápita de alrededor de US$ 1.500 al año, una cifra muy valiosa, pero apenas la mitad de los US$ 3.000 de Uruguay o casi un tercio de los US$ 4.300 de Chile. Ni que hablar de la factura exportadora de Australia o Corea del Sur, por alrededor de US$ 11.000 per cápita y, si querés llorar, llorá, los US$ 64.000 de Singapur. ¿Impulsar un programa económico a quince años que duplique las exportaciones argentinas, tal como lo hizo Corea del Sur? ¿Pasar de US$ 1.500 a US$ 3.000 per cápita para 2035? ¿Dónde hay que firmar? Sin embargo, vale aclarar que ello involucra el sostenimiento del programa exportador por, al menos, tres gobiernos sucesivos. Es decir, no es a prueba de la Argentina del vaivén permanente. ¿Una buena cosecha y nos salvamos todos? No. Necesitamos también minería, tecnología, turismo, innovación, ciencia y técnica.

Por otro lado, Argentina tiene que sostener su costoso, así como valioso, sistema de bienestar, más allá de la necesidad de reformas urgentes en algunas áreas específicas. Educación, especialmente y, en general, en todos los servicios localizados fuera de la región pampeana, donde la calidad decae notablemente. Nuestro país no tiene servicios africanos, como predican algunos economistas locales que simpatizan más con el conservadurismo que con el liberalismo. Por supuesto, una mención aparte merece el área de seguridad de la provincia de Santa Fe, donde su propio secretario, necesita venir a descansar a la ciudad de Buenos Aires, en función del riesgo a su integridad física. Sin perjuicio de ello, un Estado que lógicamente representa más de 30% del PIB por su amplia cobertura, requiere de una estructura productiva vital que lo sostenga, que haga viable la solidaridad. Ahí estamos flojitos de papeles.

En tercer lugar, los argentinos debemos resolver como administrar la voracidad de los lobbies y grupos de interés internos, in honorem “Tiburón” de Steven Spielberg, que generalmente meten la cola y dejan su sello indeleble detrás de la mayoría de la saga de políticas económicas erráticas. ¿Consejo Económico y Social? Puede ser un comienzo, pero tampoco podemos ser naifs. Las guerras, así como las grandes crisis económicas, han hecho más por la domesticación de ciertos grupos sectoriales, que cualquier consejo o argumento razonable. En tal sentido, tenemos que volver a Perón, una vez más: “El hombre cede más al poder que a la razón, por eso hay que tener la razón y apoyarla con el poder”. Más aún, ya sería tiempo que los ignífugos actores sectoriales, empiecen a exhibir en sus rostros, el rigor de las negociaciones donde dejaron alguna prebenda histórica arriba de la mesa. Por dos años al menos, Luis Barrionuevo dixit.

Por último, la política tiene una gran asignatura pendiente. En particular, debatir acerca del estado eleccionario permanente. Estuvimos tanto tiempo sin votar, que nos pasamos para el otro lado y vamos a las urnas cada dos años y elegimos nuestro Presidente, algunos gobernadores inclusive, con un exótico sistema de triple vuelta. ¡Ojo! No se trata de una discusión ridícula acerca del costo de los procesos electorales, sino de algo más profundo. Nuestra clase política no acaba de desarmar la valija de la elección anterior, cuando ya se encuentra ante la necesidad de armar la siguiente. Ello genera, como mínimo, una serie de grandes interrogantes. ¿Hay una disyuntiva entre el ciclo de la política y el del gobierno? ¿Volver al mandato presidencial largo sin cláusula de reelección? ¿Simplificar el calendario electoral? Mientras no encaremos estas batallas de fondo, al próximo “nunca más”, corresponderá responder “¿nunca?”. In honorem James Bond.

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