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Lo que nadie soñó

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31 marzo de 2020

Por Sebastián Giménez Escritor y trabajador social

“No lo soñé”, sabe cantar en su tema “Jijiji”, que enfervoriza multitudes, el Indio Solari. Una actualidad no soñada por nadie, no prevista ni por los más pesimistas ni por los más sesudos cientistas sociales ni de las ciencias biológicas. Porque muchos hablan del calentamiento global, de la capa de ozono, de la polución del aire, pero los efectos devastadores anunciados son tal vez a un plazo que trasciende en mucho la duración de nuestras vidas. Muy lejos del aquí y ahora que exacerba mucho más la intemperie en que nos dejó la pandemia.

Se nos quemaron los manuales y los protocolos, esa forma de organizar las acciones para evitar o atenuar la improvisación. Inventamos o erramos, esa máxima que el Maestro Simón Rodríguez le inculcó a su tocayo Bolívar y que cobra plena actualidad. Inventar o quedarse sin respuestas, en una Argentina en cuarentena. Ya había máquinas ociosas por una recesión económica prolongada que se arrastraba desde el 2018. Ahora directamente no hay fábricas que funcionen casi en el mundo, salvo las exceptuadas del parate por ser sectores esenciales. Hasta la capa de ozono pudo rehacerse con el capitalismo funcionando a media máquina.

La grieta se diluyó bastante al interior del país. Alberto con Larreta. Alberto con Morales. Alberto llamando a la unión. Pero la grieta parece insinuarse ahora entre países, entre los que adoptaron dos medidas distintas frente al coronavirus. Los que priorizaron la salud y los que, apostando a cuarentenas menos estrictas, trataron de que la economía no se resintiera tanto. Una divergencia que tiene sus matices: dejar desplomar la economía hará vivir situaciones angustiantes, crecimiento del desempleo, y, en definitiva, también comprometiendo vidas. La situación en extremo vulnerable de los trabajadores informales, privados de sustento. Una angustiaste dicotomía. Se tiene que intentar la conjunción, preservando vidas, economía y familias. ¿Cómo? Vaya uno a saber, las recetas y las ortodoxias naufragaron tanto que hasta economistas neoliberales reconocieron lo esencial del rol del Estado.

El Gobierno ordenó el congelamiento de alquileres, de las cuotas de los créditos, la prohibición de desalojos por seis meses. Una especie de socialismo de supervivencia, para que cada cual ponga su parte. Un nuevo contrato social, como le gustaba repetir en plena campaña electoral al ahora Presidente, pero de nuevo contenido: congelar todo en una era del hielo, abriendo un paréntesis sin saber hasta cuándo. En esta especie de partido de fútbol con un entretiempo dilatado, todos los sectores intentan reacomodarse: el trabajo en home office; las class-room de las escuelas en modo virtual y la Justicia persiguiendo a los violadores de la cuarentena. Y muchos sectores que quedan pataleando en el aire, que se resisten a entrar a la burbuja virtual, corporizados, entre otros ejemplos, en los jubilados sin tarjetas de débito, los que cobran por ventanilla cada mes. La cuarentena impacta en forma desigual, ascendiendo el perjuicio cuanto mayor es la informalidad, la vulnerabilidad y la pobreza. Bolsones de comida y ayuda de emergencia de $10.000. Esta última medida con mayor dificultad de concreción en cuanto a universalidad.

Decretos de necesidad y urgencia, nunca mejor dicha ni fundamentada. La república son acuerdos de resoluciones que deben ejecutarse lo más rápido posible. Reuniones de especialistas, de gobernadores, de legisladores, de gabinete. El trabajo en equipo viene a sustituir la falta de experiencia común en todos ante situaciones semejantes. La ignorancia y la incertidumbre comunes unen, emparentan. Dialogar, ver, ponerse de acuerdo y actuar.

La economía o la salud. La salud y la economía. ¿Es posible la conjunción? En un país en que las reglas a veces se esquivan con ostentación o viveza criolla, con una tabla de surf en el techo del auto y una mucama en el baúl. Qué se yo, quién puede saberlo. Lo que es seguro es que la conjunción de salud y economía implicaría un aflojamiento de la cuarentena. Y la sensación es que, si entreabrís un poco la puerta, se irían todos a la mierda y la curva del crecimiento de la enfermedad no se aplanaría, con los riesgos consiguientes de desborde del sistema de salud.

Vivir para trabajar y trabajar para vivir, el capitalismo. Home-office. ¿Y qué hacemos con el trabajo manual? ¿Y con el comercio? ¿Y con los oficios? Se transita el desafío de humanizar un poco el capitalismo, y hacerlo a la fuerza y por la amenaza de la pandemia. “Vamos a bailar toda la noche, al ritmo la banda”, de Los Fabulosos Cadillacs, pero que no explote.

La salud y la economía. Las personas y las cosas. Joan Manuel Serrat lo dijo en su “Canción Infantil”: “Todo está listo: el agua, el sol y el barro. Pero si falta usted, no habrá milagro”.

En nuestro país, se eligió transitar la gran inversión del dilema cartesiano: existo, luego todo lo demás. Primero vivir, luego vemos cómo. No será sencillo, en esta realidad que no soñó nadie y que cambia minuto a minuto. Emparchando, acertando, errando y haciendo equilibrio. Y no habrá milagros.

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