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La hora de eliminar el canibalismo de Estado

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02 marzo de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Hay quien dice que los caníbales no solían alimentarse con carne humana por la reducida evolución de sus instintos. Explican que eran grupos indígenas enojados por el efecto desestabilizador que provocaba la presencia de la cultura europea en las bucólicas costumbres de su vida tribal, donde ese factor exótico planteaba dudas y problemas de adaptación que no existían bajo el escenario de preexistente convivencia económica y social. Otra variante de histórico canibalismo, es la que nació de la mano persuasiva e inquisidora del prior dominico Tomás de Torquemada (Siglo XV), quien tenía su formulita para hacer entrar en razones a quienes no acataban su “lúcida” forma de entender y practicar la fe.

Entre nosotros no falta quien sospecha que en la Cancillería se advierten modernas prácticas de equiparable canibalismo de Estado. Ministros de opuestas carpas políticas y coloridas historias personales hicieron, en los últimos tiempos, gestos muy efectivos para renovar y reforzar los planteles del mando y del cuerpo diplomático con un mecanismo que podríamos llamar de cíclica dedocracia. Si bien hasta ahora el nuevo gobierno respetó muchas de las designaciones del ciclo anterior, está claro que sobrealimenta la cuota de nombramientos políticos de inexplicable necesidad.

Se trata de un sistema donde una creciente parte del personal es designado por decreto para atraer a la muy talentosa “gente del palo”, adicta al oficialismo de turno, con súbita vocación por estos temas, y otra parte que se debe tomar la molestia de preparar con abnegada conciencia, durante largos años de estudio, exámenes frecuentes académicos y de trabajo, para lo que ya amenaza con ser una desteñida y poco previsible carrera profesional. Hoy por hoy nadie sabe qué sorpresas les tiene reservado el destino a quienes creyeron en el apostolado de la diplomacia.

Esa clase de cancilleres fueron muy dinámicos a la hora de reclutar cuadros bien vistos por la Casa Rosada, o de otros demandantes con parecida influencia, en gestión dirigida a la evidente y altruista finalidad de subsistir en el gabinete nacional. En el sometimiento a tales estímulos se hizo rutina el descuidar, rifar y degradar lo más valioso de la Cancillería: la que antaño se apreciaba como alta calidad del capital humano y de sus equipos de trabajo.

Se podría decir, además, que esos ministros hicieron tácito y ejemplar canibalismo político. Olvidaron que la historia del país enseña que la diplomacia profesional bien plantada siempre advirtió a tiempo, con razonable precisión y argumentaciones, lo que podía suceder con temas tan sensibles y críticos como la invasión de las Islas Malvinas. Sentimientos aparte, pronosticaron y anticiparon el escenario de desastre de lo que fue un genuino desastre

La persistente lucha de la clase política de insertar en el Ministerio “gente confiable del palo”, y purgar sucesiva y deliberadamente al plantel pensante, de alta calificación en especialidades muy complejas y muy necesarias de la política exterior, la política comercial, o temas de tangible incidencia práctica como los asuntos climáticos y ambientales, fue muy exitosa. “Se sacaron de encima”, en un país con agudo déficit de talento profesional y casi total falta de equipos, a mucha gente de comprobado liderazgo y muy respetada en relevantes foros globales y regionales. Descabezaron, con una visión antojadiza del reglamento, a toda una generación. Desarmaron los planteles y vaciaron mucho del poder de conducción de los grandes temas.

El ex Presidente Juan Domingo Perón solía decir que todos los problemas se podían solucionar con sangre o con tiempo. Algunos cancilleres jamás entendieron el valor real ni la sabiduría de manejar con racionalidad los componentes del factor tiempo.

Felipe Carlos Solá, el tercero de los ingenieros que se sienta en el sillón de mando de la Cancillería, lleva más de cincuenta años de conocida militancia en todas las vertientes, subgrupos y escalones del peronismo. Estuvo en la mayoría de las trincheras. Y aunque en su embrionaria gestión de canciller ya surgieron hechos, reacciones y errores innecesarios y preocupantes, él puede decidir entre sangre y tiempo si se aviene a tomar en cuenta algunos insumos y premisas que aparecen a la hora de optar entre el bronce, el olvido y los malos recuerdos. En épocas pretéritas, cuando tenía ganas, solía pensar y pensaba con inteligencia.

Lo primero que este canciller convendría que no haga es mirarse en el tétrico espejo de sus antecesores. Sobre el particular, dejemos que baje un piadoso telón sobre el pasado, lo que no implica continuismo o caso omiso a los desaciertos políticos, que es el tema central y sustantivo de este debate. Argentina está pobre y no puede darse el lujo de absorber más idioteces.

Lo primero que se debe computar, es que la cúpula de la Cancillería hoy está constantemente expuesta a dialogar y negociar con interlocutores que conocen en forma detallada los temas y la visión política de cada proyecto o debate. Huelen a distancia a quienes no tienen pinet para estar en la conversación y ello implica su marginamiento de las mesas chicas donde se decide seriamente. Aún entre los cancilleres, ya dejaron de interesar las reuniones sobre generalidades. El conocimiento no se adquiere leyendo Memos de 10 a 15 líneas de extensión por tema en los aviones o en las escalas de aeropuerto. En estos días no se puede dialogar sobre Venezuela sin mirar el GPS político y financiero de todos los actores de carne y hueso que inciden en nuestra deuda externa, nuestro comercio exterior y los asuntos de seguridad (como por ejemplo decidir todas las consecuencias occidentales de aceptar o rechazar la instalación de una nueva base militar China en territorio nacional, al definir con quien negociamos tecnologías informáticas de nueva generación o dónde pondremos nuestras fichas en el ámbito de la inteligencia artificial).

Países amigos, y en estos días aliados temáticos, como es el caso de México, dedican del 80% al 90% de su agenda de política exterior a dialogar y resolver cuitas con Washington. Andrés Manuel López Obrador es el Presidente que hizo varias de las mayores concesiones políticas, comerciales (en el nuevo Nafta o T-MEC) y de seguridad a Donald Trump (como frenar en su propio territorio, con uso de la fuerza militar, las marchas de emigrantes de América Latina hacia la frontera estadounidense), porque entiende que la viabilidad y el futuro de su país depende de que no haya cortocircuitos estratégicos en ninguno de los vínculos con sus dos socios de América del Norte. Son hechos que uno no puede ni debe pasar por alto cuando hace y concibe visiones de política regional (sugiero ver mis columnas analíticas sobre el tema).

Sólo un cuerpo profesional concebido para alcanzar el propósito de brindar el mejor y el más leal servicio a todo equipo político de gobierno designado para conducir el Ministerio, o a la cúspide del propio gobierno, satisface las condiciones de racionalidad y excelencia en el proceso de decisión. Los que saben ayudan a pensar y a decidir, nunca a definir las políticas. Así funcionan los roles entre el Estado y el gobierno. Estar mal asesorado o aconsejado se paga muy caro. El éxodo de los que saben, no de los que creen que saben, deja colgado del pincel a quien manda y a la institución. ¿Por qué suponer que los daños que originan desaliento y el éxodo de los emprendedores, profesionales, técnicos, docentes, investigadores, o aún de cierto personal clave de base, y de las disciplinas complementarias, están socavando las raíces del país, mientras el eventual vaciamiento de la diplomacia capacitada no entra en esas inquietudes? Quienes creen que los profesionales se remplazan chasqueando los dedos o con la gente “del palo” no tienen la menor noción de lo que dicen. ¿Son conscientes del trabajo especializado que supone hacer el seguimiento real de cada tema clave de política exterior? Estas cosas no se aprenden en otro lugar que no sea el relevante campo de batalla y a éste hay que llegar como producto terminado. El Estado debe dejar de ser la escuela más cara del país.

Al escribirse esta columna (ver los antecedentes), está claro que bajo la Presidencia de la Comisión Europea (UE) de la doctora Ursula von der Leyen (ex Ministra de Defensa de Alemania), todo, absolutamente todo deberá insertarse en la filosofía y las disposiciones del nuevo Pacto Verde (Green Deal) de la Unión Europea. ¿Están preparados los cuadros de nuestro gobierno y de la sociedad civil para seguir de cerca y con las interpretaciones correctas semejante desafío? Lo dudo mucho. Para resolver estas cuestiones no se requiere una cultura militante o definiciones generales, sino conocer técnica y políticamente lo que conviene o no conviene; lo evitable e inevitable y lo que no se puede dejar de negociar con sólidos fundamentos. Y si hay que decir que no, mejor ir preparando un machete que transpire solvencia de planteos respecto del tema o los temas conflictivos. Esas cosas no se pueden encargar a terceros que están fuera de la cocina o a un pibe que recién llega a estos tinglados.

Estoy con los que proponen acrecentar la presencia de la mujer en todos los peldaños de la Cancillería, sobre la base de sus méritos profesionales. No estoy de acuerdo con la discriminación positiva ni negativa, ni con la idea de acoplar con categoría de subsecretario a quien empieza su vida laboral. Como sucede en la UE, donde por primera vez fue elegida al frente de la Comisión, una enérgica doctora en medicina. O en el FMI, que va en lento pero seguro camino de ser un eficiente matriarcado.

Es dentro de este contexto en el que cabe definir si el Servicio Exterior recibe un trato especial y los incentivos que son universalmente reconocidos para quienes tienen sobre sus hombros semejante nivel de responsabilidad. Entender todo esto no es una opción, sino una ineludible obligación. Uno de los pasos requeridos para acabar con cualquier brote o plantación de canibalismo de Estado.

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