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La crisis sanitaria obliga a repensar la política exterior

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Atilio Molteni 27 marzo de 2020

Por Atilio Molteni  Embajador

A esta altura debería ser evidente que uno de los efectos de la pandemia que descarga sus iras sobre la ya compleja e insatisfactoria realidad económica y social del país es la necesidad de repensar con otra lógica el papel de la política exterior.

Los nuevos hechos deberían inducir a la articulación de una diplomacia orientada a gestar soluciones, no a producir declaraciones, donde cada problema sea tratado con la mejor receta disponible, olvidando los viejos clichés que por mucho tiempo paralizaron una viable inserción en el mundo. Sería torpe seguir creyendo que esa inserción tiene sentido si va dirigida a medio mundo o sólo con los que entonan circunstancialmente determinada melodía de la política.

El Gobierno del presidente Alberto Fernández parece estar haciendo las cosas bastante bien en el plano sanitario, con razonable atención a las exigencias profesionales y las consecuencias económicas del proceso. Ello no supone que todo está bajo control o va a salir de maravillas.

Es inevitable que el coronavirus acelere o potencie los problemas preexistentes, que son muchos y graves. Ante esa expectativa, es altamente beneficioso dejar de lado las concepciones ideológicas que llevan a interpretar al mundo sin medias tintas ni comparaciones reales, como si todo descansara en el enfrentamiento del capitalismo contra el socialismo, o del Estado benefactor contra la ya olvidada economía de mercado, o del Grupo de Lima frente al triángulo que compone Venezuela, Cuba y Nicaragua. La línea de la nueva política debería pasar por un nuevo camino orientado, exclusivamente, al fortalecimiento de nuestro interés nacional.

Como es sabido, el pasado 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el coronavirus Covid-19 adquirió el rango de una pandemia que origina miles de enfermos y víctimas en más de 180 países, lo que obviamente supone una crisis global.

Esa amenaza abarca a todos los individuos y a la sociedad global con consecuencias transversales sobre la vida económica, política y el equilibrio geopolítico. Se trata de un factor que puede modificar nuestra concepción del mundo, ya que la información acerca de lo que sucede indica que tal escenario tenderá a ser cada día más serio en función de su virulencia. La única solución posible tiene que surgir del ámbito científico, pero ésta requiere tiempo y el cumplimiento de los protocolos para su aprobación, lo que a su vez depende del alcance de los remedios concebidos.

Según el profesor Arnold Howitt de la Universidad de Harvard Este, tal evento no registra una escala o una prospección conocida y, por lo tanto, difiere de las que ordinariamente administran los líderes nacionales. En virtud de ello, el planeta está ante una enfermedad no “rutinaria”, dinámica, que evoluciona y cambia con su propia brújula y origina problemas que deben resolverse en un proceso complejo en tiempo real, bajo presión y sin certezas en cuanto al resultado final.

En virtud de lo anterior, Argentina tuvo la triste ventaja de haber podido observar las experiencias buenas y malas de otros países, pero es un dato favorable que al parecer se esfuma cuando empieza la transmisión comunitaria, o sea los episodios de origen nacional, para los que se requiere hacer otro ciclo de aprendizaje.

Países como China, Taiwán, Singapur y Corea del Sur ya demostraron que utilizando medidas drásticas de contención y aislamiento, así como aplicando tecnología disponible la tendencia es manejable para contener los contagios, pero dichos procedimientos no tienen la virtud de suprimir la amenaza.

A principios de marzo, la OCDE revisó sus estimaciones sobre el crecimiento de la economía mundial y estimó que en 2020 se reducirá a la mitad de lo previsto, o sea, a 1,5%. El problema es que semanas después y, como consecuencia de la dispersión de la pandemia, el FMI sostuvo que se registra una recesión mundial.

Alegó que ello es resultado de la puesta en cuarentena de países enteros con el fin de reducir el número de víctimas, disminuir el número de enfermos y atenuar sus efectos en el sistema de salud. Para Morgan Stanley, la economía estadounidense se va a contraer 30% en el segundo trimestre y la desocupación podría llegar al 12,8%, lo que sería el nivel más elevado desde 1948. Noticias sin duda desfavorables para el intento de reelección del presidente Donald Trump.

La crisis de la oferta y la demanda de bienes y servicios, así como en la actividad de las cadenas de producción global, también dejaron sus huellas en los números de la economía mundial. La interdependencia, que es resultado de la globalización, deja sus huellas y marca el límite y la vulnerabilidad, de estos procesos. El valor de las acciones en las bolsas mundiales se redujo 25% en promedio, ya que el temor a los inversores que buscan liquidez generaron pérdidas económicas muy significativas sobre sectores como el transporte, el turismo y el esparcimiento.

Además, como resultado de las medidas que adoptan los gobiernos para detenerla o demorarla como resultado de las medidas que adoptan los gobiernos para detenerla o demorarla, medir los efectos permanentes de la pandemia sobre la economía resulta un acto de magia.

Para evitar males mayores, y debido a que las del mercado financiero no alcanzan, los países desarrollados están adoptando medidas de ayuda para el sector público y privado, que llegarían a una proporción que va del 5% a 10% del PIB, con el deliberado propósito de que puedan recuperarse una vez que cedan los efectos del Covid-19. Sin embargo, comenzó el debate sobre el tiempo que cabe mantener las cuarentenas sin afectar sensiblemente a la sociedad (lo que incluye a la gestión del presidente Trump), pero su levantamiento es resistido por las autoridades sanitarias debido al riesgo de aumentar las infecciones.

Otro factor que gravita sobre este escenario es la guerra de precios del petróleo que desataron Rusia y Arabia Saudita, proceso que origina marcada influencia sobre la producción global y, en particular ,a Irán, Iraq y Venezuela, un escenario que todavía no es seguro si beneficiará o no a los consumidores. El reciente intento de los países miembros de la OPEP (6 de marzo) de reducir la producción para equilibrar el mercado fracasó por la negativa de Moscú, cuyo Gobierno estaría intentando lesionar la oferta estadounidense de esquisto, pues la baja no permitirá ninguna rentabilidad, ya diezmada por el nivel de endeudamiento de los productores.

En nuestro caso, el escenario afecta a las inversiones registradas en Vaca Muerta y en otros yacimientos de shale.

La pandemia provocada por el coronavirus se expande muy rápidamente en las economías emergentes. Los capitales que se están retirando de esos países ya duplican a los registrados durante la crisis financiera global de 2008-2009. Por estos motivos, Argentina ya no está sola entre los Estados próximos al colapso financiero por la acumulación de su deuda externa y doméstica, los que hoy necesitan la asistencia del FMI y del Banco Mundial.

Los países emergentes que no disponen de acceso a las instituciones de crédito ni de la infraestructura hospitalaria adecuada para cuidar y sanar al gran número de personas víctimas del Covid-19 es muy elevado. De ese modo, el aislamiento social los afecta sensiblemente.

Otro tema fundamental de este tinglado son las consecuencias políticas de la pandemia. La primera de ellas, se relaciona con el proceso de adaptación a los cambios del sistema global que habrá de surgir de este anárquico alboroto. Ya nadie duda que Estados Unidos dejó de ser la única superpotencia del planeta, disminuyó su presencia e influencia en el mundo y desató un nuevo proteccionismo mientras China se posiciona como un poder semejante en lo comercial y financiero, aunque con temor a ser un líder completo. El Covid-19 dio lugar a que el presidente Trump citara los orígenes chinos de la pandemia y la responsabilidad internacional de Beijing.

Al ver esa conducta, una vez superados los efectos más graves de lo sucedido en Wuhan, el Gobierno chino inició una campaña diplomática para ganar influencia en otros países, mediante gestos como donaciones para el desarrollo del sector sanitario y el envío de médicos y expertos en asuntos cuarentenarios a numerosos países, lo que incluyó a nuestro país. Esta acción tendría por objeto reparar su falta de transparencia a la hora de revelar lo que sucedía en esa ciudad, hecho al que se atribuye el contagio internacional.

La nueva realidad afecta a las reglas y prácticas de ayuda humanitaria, limita la acción de las operaciones de paz, e impide la realización de negociaciones diplomáticas para la solución de conflictos. Ello repercute en la paralización de actividades de las distintas organizaciones dedicadas a resolver tales temas.

El problema es que la situación se vuelve trágica cuando los graves problemas de salud coinciden con crisis de gran magnitud como acontece en Siria, Yemen, Iraq y Libia, donde las poblaciones afectadas por las operaciones militares son particularmente vulnerables.

Visto desde una perspectiva nacional, está claro que la pandemia nos obliga a estar a la par o delante de los acontecimientos y a tener la madurez necesaria para distinguir donde están nuestros aliados, socios y nuevas oportunidades de crear soluciones para la política exterior de la tercera década del Siglo XXI.

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