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La batalla entre un demócrata moderado y un eurosocialista

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Atilio Molteni 10 marzo de 2020

Por Atilio Molteni

El próximo 3 de noviembre los ciudadanos de Estados Unidos elegirán a quienes habrán de fungir como Presidente y vicepresidente de la República por cuatro años a partir del 20 de enero siguiente. La dupla de líderes que emerja victoriosa en tal proceso será la cuadragésimo sexta que dirigirá el país desde tal posición. Esa batalla incluye la definición de cuál de las fuerzas mayoritarias controlará el Congreso (se eligen 34 de los 100 senadores -dos por Estado- y los 435 miembros de la Cámara de Representantes), 11 gobernadores e integrantes de legislaturas locales.

La sensibilidad especial que se atribuye a estos comicios surge del elevado interés que hay en todos los rincones del planeta acerca de si Donald Trump seguirá en la Casa Blanca o será el candidato demócrata quien despache desde la Oficina Oval.

Todo ello sucederá cuando la situación política y económica se advierte como muy distinta a la que había cuando el actual Jefe de la Casa Blanca venció a Hillary Clinton, en noviembre de 2016. La exsecretaria de Estado resultó una candidata a la vez más inteligente y más débil para ganar en Estados no comprometidos con ninguno de los partidos mayoritarios como Florida o Carolina del Norte y en otros que solían exhibir tradicional vocación demócrata.

Trump se llevó la presidencia debido al Colegio Electoral, institución integrada por 538 electores, aunque en la votación general tuvo unos 3 millones de votos menos que su oponente, pues en Estados Unidos el proceso es fruto de una elección indirecta, donde los votantes dan su respaldo a un número de electores que conforman una lista, número que varía según los senadores y representantes que tiene cada Estado en el Congreso. Los integrantes del colegio no están jurídicamente obligados a respetar el mandato, pero se supone que deben votar a favor del candidato del partido al que pertenecen o representan.

La primera etapa de la elección se desarrolla con dos métodos que difieren según los Estados: las elecciones primarias y los caucus (una asamblea de la comunidad). El propósito de estos enfoques es democratizar las elecciones y, a la vez, disminuir el número de candidatos. Los votantes eligen a los delegados a la convención partidaria, quienes tienen compromiso con cierto candidato. La segunda consiste en el desarrollo de la Convención, donde se aprueban tanto el programa partidario como los candidatos. Ahí participan los delegados elegidos en las primarias y los “super-delegados” elegidos por el partido (cuyas características difieren según opte cada uno de ellos y son complejas). Aunque en estos días la Convención es un foro destinado a ratificar la nominación de quien obtuvo más delegados en la primera etapa, existen alternativas para consensuar un candidato si no se alcanza una mayoría absoluta en una primera votación.

La tercera etapa consiste en la participación de los candidatos en la campaña electoral general y en la votación del 3 de noviembre, donde los votantes lo hacen en respaldo de la lista del Partido, cuyas características difieren según los Estados. La cuarta, es la selección que realizan los electores, de donde resultan electos como Presidente y vice los más votados en dicho colegio (se necesitan más de 270 respaldos).

En la presente elección interna tanto los candidatos como los temas son diferentes, pues el Coronovirus-19, que ya afectó a las cadenas de valor agregado, a los mercados y muchas otras actividades nacionales que en forma creciente tiñen los reflejos de la política proteccionista de Washington, pueden generar una recesión mundial más profunda de la que ya se insinúa en los indicadores principales de las economías líderes.

Por otra parte, si bien el electorado está compuesto por 224 millones de personas, el voto no es obligatorio y existe el precedente de que, en 2016, el 30% no concurrió a las urnas. Además, existe una mayor diversidad demográfica y se suele constatar que una de cada diez personas pertenece a la denominada Generación Z (entre los 18 y 23 años), cuya inclinación reside en no afiliarse a ningún partido. Se trata de una falta de compromiso que refleja la insatisfacción reinante hacia las dos fuerzas mayoritarias, a pesar de que éstas concitan una larga tradición y una organización a nivel nacional y local muy poderosa. Ello se refleja en la capacidad de convocar candidatos y obtener dinero para financiar sus respectivas campañas.

Mientras el segmento de la población con ideas conservadoras suele votar a los republicanos, los denominados liberales y progresistas se inclinan por las diferentes miradas de los demócratas. Este último Partido hoy vive un ciclo de alta tensión entre dos líneas de pensamiento sobre la política económico-social y acerca de las características que desearían ver reflejadas en el próximo Gobierno. La división más evidente es acerca del qué clase de capitalismo prefieren, ya que para los moderados debe ser reformado para lograr prosperidad, en tanto para la audiencia de los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren (ésta última se bajó de su candidatura el jueves 5 de marzo), las acciones políticas deben ser extremas y condicionar a los minigrupos de la elite financiera global, a quienes son parte de la concentración de riqueza (lo que incluye a las grandes y poderosas corporaciones), debido a que recuerdan el origen de la crisis financiera de 2008 y la falta de efectividad en estos temas del entonces presidente Barack Obama.

Estos grupos abogan por una social-democracia del estilo europeo algo que por ahora no es una melodía con muchos adeptos en Estados Unidos.

Si bien Trump no es el único contendiente entre los republicanos, ya que intenta hacerle frente el exgobernador Bill Weld, quien considera que se desvió del programa conservador tradicional, en los hechos no tiene competencia en las huestes del partido. Más del 90% de esa fuerza apoya su reelección en virtud del crecimiento económico y del pleno empleo que hubo hasta meses atrás. Tanto es así, que varios Estados suprimieron las primarias. Y aunque tampoco se puede descartar un candidato independiente, para los demócratas es primordial y claro que el candidato a vencer es al que hoy ocupa el Salón Oval. Las elecciones de medio término hicieron posible que la oposición se haga fuerte en la Cámara de Representantes y, desde ahí, le están haciendo la vida difícil al Presidente Trump.

Al comenzar la presente campaña electoral, diecinueve candidatos demócratas arrojaron su sombrero al ruedo con aspiraciones presidenciales, lo que no fue una buena imagen para la opinión pública. El número de postulantes fue decreciendo al no obtener apoyos suficientes en las primarias y caucus de la primera etapa en tres Estados (las que no eran representativas de todo el país). El único que fue subiendo en la escala es Sanders y parecía el candidato a triunfar.

A pesar de ello, el pasado 1° de marzo, el exvicepresidente Joseph (Joe) Biden logró un cambio dramático de dicha tendencia en Carolina del Sur donde obtuvo 48,4% de los votos por la alta incidencia del apoyo afroamericano.

Esa fue su primera victoria en la cambiante agenda electoral. Esos números motivaron los sucesivos desistimientos de tres candidatos moderados: la senadora Amy Klobuchar, Pete Buttigieg y Tom Steyer; pocas horas después, el de la senadora Warren. Los dos primeros -y otros dirigentes- apoyaron a Biden para lograr detener a Sanders, pues no lo consideran apto para vencer a Trump.

El 4 de marzo, tomó igual decisión el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg, ante el pobre resultado que logró en las votaciones del día anterior. Hasta ese momento había invertido 600 millones de dólares de su bolsillo y montado una maquinaria electoral sin precedentes.

Finalmente, el 3 de marzo, en el contexto del “supermartes” y con los resultados de catorce Estados y Samoa, en el día más importante el calendario electoral que refleja la diversidad del país, las cosas cambiaron radicalmente. Los demócratas se disputaron 1.357 delegados (entre ellos California con 415, Texas con 228, Carolina del Norte con 110 y Virginia con 99). En el oeste, Sanders ganó en Colorado, Utah, California -donde los resultados finales suelen tardar semanas- y en Vermont, su propio Estado, pero lo notable es que Biden ganó en otros diez Estados, incluyendo varios sureños como Texas y Virginia, así como Maine en el Este, sin hacer campaña en todo el territorio cubierto por la votación.

De esa manera, la competencia se centró en dos candidatos que representan tendencias diferentes, como la progresista y la moderada. En principio, a Sanders lo apoyan los jóvenes, los latinos y los liberales mientras que a Biden los afroamericanos y las personas de más de 65 años. Para ciertos analistas la candidatura será ganada por quien tenga la capacidad de atraer a los comprendidos entre los 40 y 60 años. En tales segmentos la cantidad de apoyos para ambos postulantes es muy similar, pero se puede modificar por el resultado de las otras siete primarias que tienen lugar este mes, antes de la convención demócrata de julio.

Sanders tiene 78 años y, después de varios mandatos como representante, en 2016 perdió la nominación presidencial demócrata contra Hillary Clinton. Bernie dice ser socialista, considera a su programa como revolucionario en la medida en que incluye, entre otras propuestas, elevar los impuestos a las clases más pudientes, terminar con las deudas por estudios escolares y académicos (subsidios a los universitarios), el seguro médico para todos y la abolición de las prepagas privadas; despenalizar el cruce de las fronteras y otorgar servicios públicos a los indocumentados; pagar indemnizaciones vinculadas por la esclavitud, aprobar nuevas regulaciones en defensa del medio ambiente, ampliar las limitaciones a la explotación petrolera y a la utilización de la energía nuclear. Decir que este paquete es conflictivo es recortar la etiqueta popular. De ahí que, tras el “supermartes”, muchos votantes demócratas tienden a pensar que Biden puede ser un mejor candidato para enfrentar a Trump, unificar al partido y ganar la elección. Está por verse.

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