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Covid-19: el hombre al desnudo

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20 marzo de 2020

Por Pablo Orcinoli Director de Prolugus

Un fenómeno de dimensiones globales y de alcance aún hoy desconocido pone en jaque la cotidianeidad del individuo, desafía la naturaleza del ser humano en tanto sujeto social, invierte las prioridades de la agenda pública, enroca nuestra escala de valoraciones, e iguala a todos ante el mismo temor. Además, abre serios interrogantes sobre el devenir económico. Menudo impacto el del coronavirus. Un presente tan distópico como aterrador.

Al margen de la catástrofe sanitaria y la mortalidad que afecta fundamentalmente a la población de adultos mayores como consecuencia de la propagación de la pandemia, vale la pena observar y reflexionar acerca del comportamiento humano en situaciones como estas, de crisis y de eventos inesperados. Desde que el Covid-19, popularmente conocido como coronavirus, irrumpió en el mundo, el pánico y la psicosis social se apoderaron de las personas, pero también se alteraron las prioridades: un médico se hizo más imprescindible que un rockstar o un futbolista, un hospital más necesario que un arma, la ciencia más importante que la economía.

Usos, costumbres y percepciones parecen verse modificadas por causa de un fenómeno que no controlamos, siendo esto lo que más angustia genera. Pero paralelamente, el miedo al desabastecimiento, el desafío del encierro y el temor a un futuro incierto, hacen que la cotidianeidad, los sueños y los anhelos de un sujeto empoderado, que no tiene lugar para otra cosa que no sea la felicidad, se vean postergados por tiempo indeterminado.

En ese marco, el paradigma digital actual donde no pareciera haber opinión calificada, donde la desinformación y los trascendidos prevalecen, donde en cada grupo de WhatsApp hay primicias, y en el que cada sujeto se hace protagonista de algo que lo trasciende, la psicosis social es uno de los efectos derivados. Como si esto fuera poco y dado que la conducta individual está asociada al efecto contagio del comportamiento social, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció el concepto de "infodemia", para referirse a la rápida difusión de noticias falsas o maliciosas sobre la pandemia, lo que aumenta el pánico o la angustia en las sociedades.

Ello parece no haber ocurrido en la Orán descripta por Albert Camus en “La Peste”. Aquella epidemia había posibilitado que afloraran fenómenos tales como la solidaridad y el cuidado del prójimo, en detrimento del enriquecimiento personal y la calidad de vida, atributos con los que típicamente se identificaban sus habitantes. Cuando se tomó conciencia que la epidemia era un “asunto de todos”, se comenzó a transcurrir el fenómeno con mayores niveles de “decencia”. Lo que Orán no tuvo fueron los anabólicos de las redes sociales, ni la difusión masiva de información en tiempo real, ni la invasión mediática de la que somos testigos hoy y que condiciona nuestro comportamiento.

De manera tan devastadora como surreal, en “Ensayo sobre la ceguera”, José Saramago desnuda la naturaleza del ser humano situándose ante un hecho tan inesperado como conmovedor: en una comunidad se produce una epidemia de ceguera que afecta a toda la población. Desesperadas y enloquecidas por su enfermedad, las personas luchan por sobrevivir, imponiéndose el egoísmo, la impunidad y, por consiguiente, la ley del más fuerte. “El miedo ciega”,  ilustraba el escritor. Lo cierto es que a propósito de las atrocidades cometidas entre los ciegos enclaustrados en cuarentena y desinhibidos ya que no era posible identificar quien desarrollaba tal acción, fue más escalofriante quedarse sin principios, volviendo a un estado casi primitivo, que quedarse ciegos. “Creo que no nos quedamos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”, decía Saramago en relación a que la verdadera enfermedad no fue la ceguera, sino la naturaleza del ser humano.

De modo que hoy, por causa de un hecho inesperado en este contexto VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo), donde la búsqueda de crecimiento exponencial guía los destinos del hombre, finalmente un día el mundo paró, cerró sus puertas. Como consecuencia también hoy hay equidad en el contagio ya que se reparte igual para todos, los países y las personas que se sienten infalibles, descubren que en verdad son vulnerables y finitos. Vemos además cómo se puede caer ante un fenómeno que trae consigo un alto costo de vidas humanas, de impacto económico devastador, pero que nos aúna e iguala incluso en el dolor.

Dicho esto, en un mundo donde la noción de pueblo luce anacrónica, ya que hoy el pueblo es en verdad uno mismo identificándose con aquello con lo que adhiere y le permite prosperar, ¿tomará nota la humanidad de lo acontecido o aplicará la lamolinesca ley del “siga, siga”? ¿Qué aprendizaje recogeremos del fenómeno? ¿Aprenderemos algo? ¿Continuaremos desafiando al planeta? ¿Tendrá el hombre un comportamiento colectivo consciente o continuará actuando de forma individual tanto en intenciones como en acciones? ¿Qué actos definen nuestra naturaleza? ¿Nuestro comportamiento público vinculado a comunicar conciencia social por medio de podcasts, o nuestra conducta privada asociada (por ejemplo) al feroz autoabastecimiento desentendiéndose de las necesidades del otro? ¿Habrá mayores niveles de solidaridad consciente o esto es “para la tribuna” y algo temporal? Mientras la humanidad está a prueba, lo llamativo y a la vez alarmante es que para que esto salga bien “nos tenemos que cuidar entre todos”. Tal como estamos, parece una demanda o necesidad fuera de contexto y surreal.

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