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¿Ante el fin de la globalización?

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Héctor Rubini 31 marzo de 2020

Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

La crisis sanitaria mundial generada por el Covid-19 es ya inocultable. También la falta de coordinación internacional para enfrentarla. No hay criterio uniforme, ni métodos consensuados. Mucho menos, planificación. Algunos apelan al extremismo de “salud vs. economía” y optan por cuarentenas “paso a paso”, otros al “no me importa” y otros, vacilan entre ambos extremos.

Fuera de China, la secuencia que siguen los gobiernos muestra matices, pero tiene elementos comunes con el caso chino: a) exceso de confianza inicial de las autoridades, b) información incompleta, c) cuarentenas de diverso grado de rigor, y d) intentos de alivios financieros a ser financiados, en última instancia con emisión monetaria.

Los contagios lejos están de detenerse, y las consecuencias económicas negativas conducirán a la implantación permanente, más bien que transitoria, de regulaciones a las actividades económicas. Cuáles y cómo serán, es hoy imposible de predecir, pero si algo es claro es que la globalización iniciada a fines de los '80 está próxima a su fin. Su gran amenaza en los últimos 4-5 años era el enfrentamiento comercial entre China y EE.UU. Si bien ese conflicto lejos está de terminar, ha quedado desdibujado ahora por el nuevo coronavirus. Mientras no se descubra la vacuna para resistir a este flagelo, la única herramienta disponible es la reducción del contacto social (idealmente) a cero. Esto exige la suspensión de todo tipo de actividades y circulación de personas no sólo para el corte de esta primera oleada mundial de contagios, sino para futuros rebrotes que no son predecibles, pero tampoco imposibles.

Las consecuencias económicas de esta crisis son previsibles: a) contracción del comercio interno e internacional, b) caída de la actividad, fundamentalmente en servicios, industria manufacturera y construcción, c) baja de ingresos de empresas y corte (al menos parcial) de la cadena de pagos, d) problemas crecientes de liquidez y de solvencia de las empresas financieramente más frágiles, y e) como consecuencia de lo anterior, fragilidad de los sistemas financieros, y deterioro inevitable de la posición financiera neta del sector público. A mayor persistencia de esta crisis, más aguda y conflictiva será la previsible depresión económica a esperar tanto en nuestro país como en varios otros más.

Varias preguntas emergen en esta coyuntura. ¿Cuál será la magnitud de la caída de la economía argentina y de la de otros países? ¿Cuánto tiempo persistirá hasta que se revierta la caída y se recupere algún sendero de crecimiento? ¿Cómo moderar o contener, y no sólo económicamente, el inevitable empeoramiento de millones de personas que sobrevivían gracias a actividades informales bloqueadas por la cuarentena? ¿Cuál es el grado de empobrecimiento general que generará el virus en nuestro país y en el mundo? ¿Cuál será el grado de tolerancia de segmentos de población que creen que este virus es una mera gripe? ¿Habrá giros hacia el autoritarismo sistemático en varios países para sostener las cuarentenas? ¿Cómo se distribuirán los costos y pérdidas presentes y futuras?

No hay respuesta precisa a ninguna de estas preguntas. Y sin historia reciente previa, los “campeonatos” de pronósticos cuantitativos de estos días carecen de sentido. Máxime cuando a nadie escapa que vienen varios trimestres de caída todavía incierta de actividad y empleo, y de un empobrecimiento nada fácil de manejar, ni siquiera en los países desarrollados.

Mientras tanto, la expansión de la pandemia a nuestras latitudes ha permitido descartar definitivamente varios mitos sin fundamento alguno de algunas semanas atrás: a) que las temperaturas estivales evitan contagios, b) que ataca básicamente a las personas de mayor edad y no tanto al resto, c) que los niños y adolescentes son totalmente inmunes, d) que los países desarrollados tienen infraestructura y sistemas sanitarios más que suficientes para evitar el avance de este virus sin cuarentenas, e) que ciertos medicamentos para la malaria y otros males son una cura para esta enfermedad. Además, la realidad mostró inequívocamente que ningún país del mundo está preparado para enfrentar una pandemia sin vacunación de la población. La gran derrotada en esta crisis es la prédica mitómana, por no decir imbécil, de los grupos antivacunas.

En el corto plazo siguen en pie diversos problemas muy difíciles de resolver en decenas de países: a) el riesgo de vida del personal médico y paramédico que carece de insumos médicos y protección para asistir a las víctimas del virus, b) la imposibilidad de aumentar rápidamente la cantidad de camas, personal sanitario e insumos médicos frente a la velocidad de aumento de contagiados, c) la resistencia contra las cuarentenas obligatorias en regiones de población empobrecida, hacinada y sin recursos, d) la imposibilidad de subsistencia de millones de cuentapropistas y pequeñas empresas si las cuarentenas continúan por períodos extensos, e) el riesgo de que al priorizar el coronavirus, se generalice la desatención a los afectados por otras patologías, y se inicie una oleada de muertes provocadas por otras enfermedades.

El escenario es inequívocamente crítico, y probablemente marque un antes y un después. El ataque a las Torres Gemelas dio lugar a cierta división internacional entre “amigos” y “enemigos”. La crisis subprime incentivó la coordinación de reformas en las regulaciones financieras de casi todo el mundo desde un foro común, el G20. Ahora los gobiernos del mundo están enfrentando esta contingencia de manera descoordinada, sin información completa, ni vacuna disponible en el corto plazo. El qué hacer y cómo es algo que deben ir aprendiendo sobre la marcha.

Si algo asoma como inevitable es el fin de la globalización tal como la conocimos desde fines de los años '80. Se percibe un giro de buena parte del mundo hacia una mayor regulación de los servicios de salud y también del tráfico internacional de bienes y personas.

Qué emergerá de ese cambio nadie lo sabe. Lo único claro es que del proceso globalizador de los flujos de bienes y personas iniciado a fines de los '80 sólo va a quedar el recuerdo. Se inicia una etapa nueva, otra “globalización” o quizás una “desglobalización”. De todas formas, nadie sabe hoy a ciencia cierta en qué puede terminar, pero buena parte de los liderazgos políticos actuales están en un verdadero tembladeral. Como lo observaba Paul Samuelson en los '90 sobre la crisis japonesa: “Hasta los más poderosos pueden caer”. Algo que vale hoy tanto para el Gobierno chino como para varios otros que, con el correr de los días, dan la impresión de que no saben realmente qué hacer.

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