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Alquilar balcones

Hoy, que los balcones no tengan flores puede pasar. Lo que necesitamos es que soporten esperanza. Hagamos nidos para la ilusión. Nos espera la vida.

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Federico Recagno 31 marzo de 2020

Por Federico Recagno Presidente Fundación Éforo

“Setenta balcones hay en esta casa/ setenta balcones y ninguna flor./ A sus habitantes, Señor, ¿qué les pasa?”, se pregunta el poeta Baldomero Fernández Moreno (1886-1950). A él, tal vez acostumbrado a vivir en paisajes rurales, le llamó la atención la escasa relación con la naturaleza de los dueños de esos 70 balcones.

El poema prosigue: “¿Ninguno desea ver tras los cristales/ una diminuta copia de jardín?/ ¿En la piedra blanca trepar los rosales/ en los hierros negros abrirse el jazmín?”.

La vida para arriba, que imponen las ciudades más pobladas a sus moradores, nos alejan de todo lo que tiene raíz. En este tiempo casi ficcional de aislamiento físico, los habitantes citadinos valoramos las terrazas, las ventanas y los balcones a nuestro alcance.

Sin desconocer a los que ocupan viviendas precarias, el balcón es una suerte de oasis en este andar estrecho, mirando paredes.

La historia y sus protagonistas han hecho famosos a varios balcones. Sabemos de los utilizados durante las invasiones inglesas para arrojar piedras y agua hirviendo a los usurpadores para defender la libertad.

El balcón de la Casa Rosada suele recordar a Perón y Eva hablándoles a las multitudes, también a distintos presidentes recibiendo a campeones del mundo. Alfonsín, en su asunción, saludó a un pueblo fervoroso desde el balcón del Cabildo.

Los Beatles (de los que se cumplen 50 años de su separación), en su primera gira internacional debieron salir, en Melbourne, Australia, al balcón de su hotel para calmar a la multitud de seguidores. Fue el inicio del contacto entre balcones de artistas populares y fans.

Hubo balcones nefastos, como el de Hitler, en Viena, festejando la anexión de Austria a su propósito demencial, o el balcón de Mussolini, en la plaza Venecia de Roma, en donde anunció el ingreso de Italia a la segunda Guerra Mundial.

Tenemos el balcón literario y romántico de Romeo y Julieta, imaginado por Shakespeare, que hizo que Verona lo recreara para que lo contemplemos como real.

Pero esta pandemia parece haber llegado para redefinir muchas cosas. Ni al mejor guionista se le hubiera ocurrido que un Papa hablara solo, diminuto, en medio de la plaza del Vaticano impartiendo la bendición “urbi et orbi”, sabiendo que los Papas lo hacen desde el balcón de la Basílica de San Pedro para dirigirse a una plaza colmada de fieles.

Los balcones, coronavirus por medio, en las ciudades del mundo, han tomado una nueva dimensión. Como parlantes del encierro global pasan a ser el espacio en el que nos comunicamos, tal vez, de la manera más física posible, en el tiempo en que la solución parece ser estar lejos los unos de los otros.

En el aplauso argentino de las 21 horas agradecemos a quienes salen, por servicios imprescindibles, a las calles, pero también es el momento en el que nos encontramos con el otro, nos reconocemos y nos aplaudimos.

Detrás de este balcón se vienen diferentes “balconazos”, el que cree que es la garita desde donde vigilar y escrachar al que anda por la calle, sin conocer los motivos de sus pasos, los que proponen todos los días reivindicaciones muy válidas, pero que por estos días confunden. No malgastemos el gesto espontáneo en balcones que dividen puertas para adentro y pueden tornar dificultosa la convivencia del encierro.

Baldomero Fernández Moreno no sólo ha sido un gran poeta, también fue, valga la coincidencia pandémica, médico rural. Atendió en Chascomús, en Catriló (La Pampa) y en Huanguelén.

Hoy, que los balcones no tengan flores puede pasar. Lo que necesitamos es que soporten esperanza. Otro poeta, español, Gustavo Bécquer escribió: “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón los nidos a colgar/ y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán”.

Hagamos nidos para la ilusión. Nos espera la vida.

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