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La seguridad mundial tras la Conferencia de Munich

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Atilio Molteni 26 febrero de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

El debate sobre “la falta de occidentalismo” que se observa en el contexto político internacional absorbió, por buenas razones, la reflexión de la 56va. Conferencia sobre Seguridad que acaba de realizarse en Munich entre el 14 al 16 de febrero. No fue una casualidad. El emblema “América Primero” que aniquiló la antigua función de equilibrio y de referencias surgidas de la amalgama de ideas liberales y social demócratas que se emplearon para concebir los planes y las responsabilidades geoestratégicas, dio paso a un anárquico y confuso revoltijo de alianzas de poder, defensa nacional e hipótesis de conflicto. Guste o no, Donald Trump borró a pulso todos los mojones que servían para establecer la franja de lo lícito y lo ilícito en el equilibrio internacional de las principales fuerzas que hoy pugnan por enderezar para sus quintas los inciertos destinos del mundo. Así llegamos a un planeta donde nadie sabe quien, donde o qué es Occidente, algo que en el pasado lustro era un valor entendido y direccional de la política exterior.

La Conferencia de Munich nació en 1963, sesiona anualmente y esta vez reunió a jefes de Estado y de Gobierno, así como a cientos de funcionarios y estrategas de más de cuarenta países, en cuya nómina no se pudo detectar la presencia de autoridades apropiadas o especialistas de nuestro país. Es una lástima. Nunca resulta superfluo estar presente para ver, oír y dialogar con la gente que almacena la sabiduría de Europa y con los enviados que llegan a ese foro para tener una sensación de primera mano, acerca de los problemas y del mercado sectorial de las ideas que predomina en éste particular ámbito del poder y la responsabilidad.

Para Europa, eso está claro, hace más de dos años que Washington devino en una peligrosa incógnita y tiende a ser parte del problema más que de las soluciones a conflictos de alta sensibilidad como la partición de Ucrania, el Medio Oriente, el rearme ruso y el qué hacer, en forma consensuada, para lograr un útil abordaje de los problemas originados por China.

Esta vez, Munich concentró sus prioridades en las amenazas a la paz global y el desplazamiento de poder en el mundo, dejando atrás los problemas derivados del populismo y las infecciones mercantilistas de origen estadounidense que coparon anteriores reuniones. Un poco la mirada de Angela Merkel, quien a ojos vista se cansó de observar a Trump y de mirar al cielo con ojos que dicen “qué se va a hacer, es lo que hay”.

El Informe referencial de 2020 orientó los debates organizados por la Conferencia con un crucial interrogante: “¿Falta de occidentalismo?” y que en un abrir y cerrar de ojos devino en la premisa para conducir el diálogo hacia los planteos ligados con la necesidad de describir las consecuencias de la grave desorientación que aún prevalece en la dirigencia europea en virtud del antedicho “América Primero”.

El texto del Informe destaca la vertiginosa tendencia declinante de las ideas y del ser occidental, lo que abrió una caja de pandora en materia de modelos a seguir. A pesar de ello, sus autores no responsabilizaron sólo a Washington por el atajo a este desconcierto, ya que entienden que hay una ecuación de problemas internos y externos de Europa ligados a los cortocircuitos con los Estados Unidos, cuyo gobierno mostró énfasis en tirar la toalla e indispuesto a desempeñar el papel de garante del orden internacional, en el que de hecho dejó de ser la única superpotencia.

A partir de tal premisa, los autores se preguntaron cuáles van a ser las consecuencias de que Occidente ceda sus espacios de poder a otras grandes potencias y cómo o qué clase de estrategia debería montarse en una era de gran competencia entre Beijing y Washington, dónde el liderazgo asiático es el centro de la preocupación. El texto replantea, esta vez en un escenario tangible, el debate sobre la decadencia geopolítica de Occidente.

Como es habitual, las sesiones de la Conferencia fueron desarrolladas mediante la convocatoria de treinta paneles sobre temas específicos y por la elucidación de múltiples encuentros bilaterales.

Las deliberaciones de la conferencia fueron inauguradas por el Presidente de Alemania, Frank Walter Steinmeier, quien hizo suyo el razonamiento del Informe al sostener que en la actualidad existe una dinámica cada vez más destructiva de la política internacional, cuya evolución aleja al mundo de las relaciones de convergencia y de los necesarios consensos que supone llevar adelante la cooperación para replantear la idea de un tinglado más pacífico.

Semejante tendencia, explicó, agrieta las relaciones entre las grandes potencias y genera una nueva realidad donde resulta normal la pérdida de vidas en Medio Oriente y en Libia, mientras Rusia utiliza la fuerza militar para modificar las fronteras en Europa, China acepta el Derecho Internacional cuando no va contra sus intereses y Estados Unidos rechaza el concepto mismo de comunidad internacional (proceso que es acompañado por su visible retiro de diferentes áreas del planeta).

Bajo esa perspectiva, agregó, los nuevos procesos sólo crean mayor desconfianza, la aceleración de la carrera armamentista y un inferior nivel de seguridad, factores que impiden mitigar los grandes problemas que afectan a la humanidad. Entre ellos, la parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU; el deliberado estancamiento de la lucha contra el cambio climático y el creciente desinterés de las grandes potencias por mejorar la integración del Viejo Continente, un objetivo central de Alemania.

En el campo económico y comercial tal conducta se pone de relieve con el tóxico sabotaje de Washington a instituciones como la OMC, el Fondo Monetario Internacional, la UNESCO y el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático.

Estos hechos también se manifiestan en los posibles efectos y derivación de las guerras comerciales y el enfoque belicista del Jefe de la Casa Blanca ante Irán, una línea que pone en peligro lo que resta de la arquitectura común en el ámbito de las relaciones transatlánticas. Este círculo vicioso se combina con el débil interés europeo por aumentar los gastos de defensa para resguardar los objetivos comunes que se definen en la OTAN, al dar por supuesta que nada hará terminar la protección armada estadounidense que vino primando durante la Guerra Fría.

A su turno, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, tuvo expresiones similares a su colega alemán al enfatizar que los objetivos europeos son distintos a los estadounidenses y que el Viejo Continente debe reinstalar el lenguaje del poder y demostrar su voluntad de participar en la reconstrucción de su potencial geopolítico.

Las anteriores manifestaciones hallaron un contrapunto en la intervención del Secretario de Estado, Mike Pompeo, quien afirmó que su país respaldaba tanto su soberanía como la de sus aliados y que Occidente estaba ganando, colectivamente, diversos e importantes espacios estratégicos. Indicó que tal proceso se refleja en la identidad de los aliados del Atlántico Norte cuando vencieron al terrorismo islámico radical; al superar (siete/ocho años antes de que Trump asumiera la presidencia), la crisis financiera global y en los similares enfoques que hay ante un partido comunista chino cada vez más agresivo (calificativo que, aclaró, no cabe al pueblo chino). Con ese lenguaje dejó constancia que las críticas oídas de los expositores previos del foro global no habían reflejado la realidad, al ser evidente que los países libres son más exitosos que los conducidos por otros regímenes.

Las declaraciones de Pompeo fueron enfatizadas por su colega de gabinete, el secretario de Defensa, Mark T. Esper, quien aceptó la existencia de una era de gran competencia entre las grandes poderes globales al destacar que los principales desafíos de Estados Unidos son, en ese orden, China y Rusia, frente a los cuales Washington estaba evolucionando de una preparación destinada a conflictos de baja intensidad a enfrentamientos de alta intensidad entre fuerzas semejantes y con la incorporación de nuevos sistemas de armas (como los misiles hipersónicos).

Tal declaración es otra inequívoca señal de que se está produciendo un drástico cambio en la geopolítica de guerra y sus características, pues, superada la etapa de la Guerra Fría, por mucho tiempo se supuso que no habría de existir la posibilidad de un enfrentamiento entre semejantes ?como sería el caso de Beijing y Moscú?, sino contra efectivos menores o fuerzas encubiertas como las que tienen lugar en Afganistán, Irak o Siria. También afirmó que la segunda prioridad estadounidense son Estados como Corea del Norte e Irán y las organizaciones extremistas violentas.

Al referirse el caso especial de China, Esper subrayó que en 2035 va a completar la modernización de sus fuerzas armadas y en 2049 planea ser la mayor potencia militar del Asia.

La Conferencia también dio lugar para que los funcionarios estadounidenses reiteraran su preocupación acerca de los peligros de admitir que una empresa líder china (Huawei) desarrolle en otros países sofisticados y críticos sistemas de comunicaciones, argumentando que su admisión llevaría a darle la oportunidad de espiar (capturando la información de los usuarios que permite desarrollar la inteligencia artificial) y, en caso de conflicto, paralizar el funcionamiento de dichas redes. Para ellos, semejante apertura representa un severo problema de seguridad, ya que dicho escenario impediría a Estados Unidos seguir compartiendo información de inteligencia sensible con los aliados que no respeten tal enfoque.

Sin embargo, esa clase de evangelización no tuvo éxito en el Reino Unido, a pesar de la presencia del primer ministro Boris Johnson, ni en el caso de Alemania y otros países que respetan las alianzas, pero descreen de las relaciones monopólicas o concentradas en un solo interlocutor.

Bajo esa perspectiva, el problema que enfrenta Washington es su falta de alternativas técnicas mejores que las propuestas por los sistemas chinos, que se benefician del hecho de que Huawei goza de millonarios subsidios dispuestos por China, motivo por el que puede ofrecer sistemas 5G muy económicos y aceptables para naciones que ya mostraron disposición de asumir el riesgo de quedar atadas a ciertas formas de dependencia estratégica. En cierto modo, Argentina es una de ellas.

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