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El combustible de la grieta generacional

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11 febrero de 2020

Por Daniel Montoya (*) y Pablo Díaz (**)

Desde el estallido de la crisis financiera mundial en 2008, el crecimiento de la productividad en las economías avanzadas, como las de Estados Unidos, Europa y Japón, ha sido muy lento, tanto en términos absolutos como en relación a las décadas anteriores”, define el economista Nouriel Roubini en un reciente artículo publicado en Project Syndicate. No la compliquemos demasiado. Toda la parafernalia promovida con fuerza desde el Silicon Valley y otros centros tecnológicos globales, fue mucho ruido y pocas nueces. En el bolsillo, “la víscera más sensible de todas”, Perón dixit, no impactó demasiado.

No lo hizo ni de cerca con el impacto que, en su momento, tuvieron la electricidad, el saneamiento del agua o los antibióticos. Ello genera enormes consecuencias en el plano político. Este es, de cierta manera, el combustible material que alimenta la grieta o la polarización generacional.

En particular, la evidencia mencionada por Roubini, derriba de plano la certeza difundida por muchos militantes 4.0 y 5G de que el mundo cambió, fundamentalmente, a partir de la revolución producida por los avances en la ciencia y la técnica del último cuarto de siglo. También, que la informática personal, Internet, las telecomunicaciones, la digitalización de casi todo lo que puede ser digitalizado, hasta los seres humanos incluso, produjo un lógico y consecuente cambio económico y social.

Por el contrario, si hay algo que vemos hoy nítidamente en el plano político y electoral, son tres subconjuntos generacionales, que manifiestan actitudes marcadas por esa experiencia mundana radicalmente diferente. Uno determinado por las certezas sobre el porvenir versus otro signado por la incertidumbre o, más bien, la certeza de que hoy será peor que ayer, pero mejor que mañana. La Mosca dixit.

En primer término, los baby boomers, o adultos mayores analógicos, viven hoy un mundo muy diferente al que vivieron en su juventud y adultez productiva. La mayoría de ellos, formados intelectual y laboralmente en una escuela cuyo nivel secundario les garantizó el acceso a un trabajo que, en su inmensa mayoría, mantuvieron durante toda su vida laboral. Estos representan aproximadamente el 20% del padrón electoral. Por otro lado, los GenX, adultos, inmigrantes digitales en la inmensa mayoría, somos los que vivimos el cambio del mundo en tiempo real. Nacimos en aquel momento de predominio de la era industrial y vimos nacer las .com. Asimismo, presenciamos por TV color y en directo la caída del muro de Berlín y vimos como cambiaban los países del mapa planisferio que nos enseñaron en la escuela primaria. De igual manera, nos enloquecimos cuando llegaron las computadoras a nuestras casas y los celulares a nuestras manos.

Nacidos en los '60 o '70, descubrimos que con la secundaria ya no alcanzaba para conseguir un empleo que requiere de habilidades más específicas, y cuyo mantenimiento a largo plazo ya no está garantizado. Estos representamos aproximadamente el 30% del padrón electoral.

Por último, los millennials y centennials, jóvenes, nativos digitales todos, son los que nacieron con todo este proceso de cambios avanzado y crecieron y se formaron en y con ellos. Nacieron y se formaron sobre las ruinas de un tiempo que saben que no satisfará sus necesidades y en la incertidumbre respecto a lo que les deparará el futuro. Estos representan aproximadamente el restante 50% del padrón electoral.

Hasta nuestros padres, baby boomers, el futuro se presentó esperanzador y promisorio. Y de hecho nos entregaron a los GenX un mundo mejor que el que habíamos recibido de nuestros abuelos.

Pero con nuestra generación nace la incertidumbre respecto al futuro, que se convierte en escepticismo en nuestros hijos. De allí, de no saber qué pasará mañana, es que vivimos el presente con tanto ahínco. Los que recordamos aquel pasado de tranquilidad, felicidad y pleno empleo que disfrutamos de chicos, vivimos este presente con nostalgia y angustia. Y nuestros hijos, que no conocieron ningún tiempo mejor a la angustia, le suman bronca. Y de allí, muchos de ellos adquieren posiciones reaccionarias o marginales.

Así se divide social y electoralmente el mundo hoy, con los más grandes añorando el pasado, conservadores, y los más jóvenes exigiendo un futuro distinto y mejor, progresistas.

Vamos al caso por caso. Estados Unidos 2016. Hillary Clinton 56% vs. Donald Trump 35% entre los votantes de 18 a 24 años y Trump 53% vs Hillary 44% entre los votantes de 45 a 64 años. Ello no siempre fue así. Hasta hace pocos años (elecciones 2008), esa relación fue de 68% a 32% a favor de los demócratas para el grupo de votantes de entre 18 a 24 años, pero para el grupo de 45 a 64 años, fue pareja: 49% para cada uno. Mano a mano.

¿Reino Unido? Elecciones generales 2017: 63% para los laboristas vs 23% para los conservadores en el subgrupo de votantes de 25 a 29 años. Y, como en Estados Unidos, 58% para los conservadores versus 27% para los laboristas en el subgrupo de votantes veteranos de 50 a 59 años.

¿Y, por casa cómo andamos? En sintonía con la grieta generacional de los países citados, Alberto Fernández 55% vs. Mauricio Macri 35% entre los votantes de 16 a 29 años y Macri 56% vs. Fernández 36% en la franja de votantes de 50 a 64 años.

En conclusión, la principal definición es que la política no debería ubicar en el plano espacial, izquierda y derecha, un problema que pertenece al orden temporal. En tal sentido, previsibilidad y certeza en una era de incertidumbre, emergen como dos ejes fundamentales de la acción política. Ello tiene poco que ver con los tradicionales debates ideológicos que copan el prime time de los medios. En particular, respecto a discusiones como tamaño del Estado, políticas de género, aborto y consumo de drogas. En tal aspecto, se trata de que la política se fugue del eterno presente en que vive y recupere su vital dimensión estratégica, hoy ausente en el debate público. Ojo, no pedimos que la dirigencia política grite a los cuatro vientos “vamos a poner un hombre en la luna dentro de 30 años”, pero sí que empiece por explicitar los ejes mínimos de un plan de desarrollo o, al menos, de salida de una recesión que ya alcanza una década.

(*) Analista político y consultor estratégico @DanielMontoya_

(**) Consultor en Comunicación Política @pablogusdiaz

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