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21 enero de 2020

Por Pablo Mira

Para varios analistas, el combate de la inflación debe ser la prioridad cero de toda política macroeconómica. Se parte de la idea de que un país estable es uno al cual “se le deja crecer”, dándole todas las herramientas necesarias para desarrollarse, que es básicamente un entorno comprensible y predecible.

Si bien es cierto que la inestabilidad de precios no es deseable, suponer que sin ella un país simplemente tiene el camino allanado para progresar es una falacia. Muchos países crecieron ayudados por la estabilidad. Pero algunos han prosperado pese a sufrir tasas de inflación relativamente elevadas (aunque no con hiperinflación), mientras que muchos otros han vivido largas etapas de estabilidad sin lograr resultados palpables en materia de crecimiento. En el primer grupo anotamos algunas experiencias de crecimiento acelerado del sudeste asiático, mientras que ejemplos del segundo ítem son los casos de Brasil y México.

Respecto de Argentina, en otras columnas hemos enfatizado que la baja abrupta de la inflación no prima en la política macroeconómica de esta etapa. Esto es porque se privilegia otro concepto de estabilidad, el que subyace a los saltos discretos en los precios observados en los últimos años. La orientación primaria en la actualidad consiste en recuperar la sostenibilidad externa para recobrar el control sobre el tipo de cambio nominal.

Sin embargo, esto no significa que una eventual tregua en la evolución de precios no contribuya a los objetivos de política económica. En efecto, en la medida que la inflación se modere, los riesgos futuros de correcciones cambiarias inesperadas son menores, lo que desalienta esta suerte de círculo nominal vicioso de la economía. Esto es lo mismo que decir que la inestabilidad de precios complica la labor de la propia política macroeconómica. En una economía indexada, cada intento del Gobierno de mejorar el tipo de cambio real sólo adiciona nuevas oscilaciones a las variables nominales, en lugar de traccionar una mayor competitividad, aunque sea temporaria.

La baja abrupta de la inflación no prima en la política macroeconómica de la nueva etapa porque se privilegia otro concepto de estabilidad.

Por eso, monitorear la evolución de las variables nominales que alimentan los precios es una tarea que, aun cuando no sea el objetivo central, contribuye a la agenda de decisiones de política. El Consejo Económico y Social Nacional tiene por objeto evitar injusticias en la determinación de corto plazo de los precios relativos, pero también está diseñado para tratar de colaborar en el freno de la inercia.

¿Cuáles son las perspectivas inflacionarias en lo que sigue? Aquí conviene separar un antes y un después de la noticia clave para Argentina, que es el resultado del diálogo para redefinir la estructura de pagos de la deuda externa. En lo inmediato, el Gobierno ha llevado a cabo diversas acciones para tratar de administrar los precios más relevantes. Se detuvo la indexación de las tarifas de servicios públicos, se restableció el programa de Precios Cuidados, y se están monitoreando las acciones de las principales comercializadoras del mercado. A esto se suma una estrategia salarial cauta. En el sector público, especialmente para el caso de los funcionarios políticos, todo indicaría una nueva caída en términos reales, al menos para el primer semestre del año. En el sector privado, las conversaciones apuntan a tratar de moderar las demandas en las negociaciones paritarias para no presionar demasiado sobre la hoja de balance de las pymes, bastante golpeadas por el contexto de los últimos años. El resultado hasta ahora es que los precios tienden con cierta rapidez a situarse en torno a subas del 3% mensual, pero que podrían continuar convergiendo a valores algo menores en enero y febrero.

Pero estas medidas solo permiten ganar algo de tiempo. Los límites que se imponen a la evolución de las variables nominales hallarán su respuesta definitiva tras el acuerdo con los acreedores. Una negociación con resultados positivos eludirá en el corto plazo la restricción externa, estabilizará aún más la economía y dará aire para crecer. Con perspectivas positivas de actividad, las cláusulas nominales podrían modificarse a favor de los trabajadores, distribuyendo los frutos del crecimiento.

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