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¿Cómo curar la inflación sin morir en el intento?

Forzar una baja de tasas o un descenso artificial de la inflación es un camino conocido a las crisis recurrentes a las que estamos acostumbrados. Los delicados equilibrios de las múltiples variables deben ser respetados y acariciados con delicadeza por parte del policy maker.

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14 enero de 2020

Por Jorge Bertolino Economista

Nuestra última nota fue escrita antes del anuncio de la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva. En ella, basándonos en la promesa gubernamental de controlar la cantidad de dinero, adoptando una trayectoria descendente para su evolución, nos arriesgamos y predijimos un cambio rotundo, aunque gradual, de expectativas en los próximos meses.

Nuestra opinión se tambalea, aunque aún sigue en pie, debido a algunas declaraciones recientes. La búsqueda de cerrar el déficit fiscal por el menos recomendable camino de subir los impuestos, tendrá un fuerte efecto contractivo, que debe compensarse, necesariamente, con una sólida política monetaria que disminuya genuinamente la tasa de interés en moneda doméstica.

Detectamos, sin embargo, que el nuevo presidente del BCRA tiene un diagnóstico sumamente diferente al nuestro en importantes aspectos relacionados con el origen y la evolución del fenómeno inflacionario y de las tasas de interés.

No nos referimos a la acostumbrada negación de la naturaleza monetaria de la inflación. Aunque se vea obligado a abjurar de ella para no alterar el humor de la dueña de los votos, su trayectoria profesional y académica nos indica que seguramente comprende y respeta la indiscutible relación entre ambas variables.

Por ignorancia de algunos aspectos a los cuales nosotros otorgamos singular importancia o, nuevamente, para no ofender a la mandamás ideológica, ha deslizado en los últimos días algunas opiniones que estremecen las vísceras de los más fanáticos opositores a la heterodoxia y preocupan, como mínimo, a los que, sin apoyarla, comprendemos las limitaciones políticas y respetamos la adopción de medidas que consideramos inadecuadas porque el voto popular otorga el derecho a hacerlo.

Confusión de confusiones

Nuestro desacuerdo principal está relacionado con la indexación de la economía y la “inercia inflacionaria” que, supuestamente, genera.

Algunos conocidos economistas se suman, también, a la opinión de que “el problema es la inercia inflacionaria, generada por el hecho de que los precios y los salarios tienen aumentos basados en la inflación pasada”. A continuación, recomiendan, para romper ese ciclo, un pacto social que permita acordar precios y salarios.

Algunos sabihondos insisten, además, con la anticuada idea de que bajar la inflación tiene, inexorablemente, efectos recesivos. No comprenden que una política antiinflacionaria bien diseñada y ejecutada tiene indudables efectos expansivos sobre la actividad económica.

Parece ser que conocen únicamente un ancla nominal: la fijación de una tasa de interés artificialmente elevada para enfriar la economía y moderar, por esta vía, la suba de precios.

Tenemos otro importante desacuerdo con el presidente del ente monetario. El considera que “el aumento de la Base Monetaria no será inflacionario porque ésta se encuentra cerca de mínimos históricos”.

Lo que se encuentra en mínimos históricos es la demanda de dinero. En una economía bimonetaria como la nuestra, el grado de sustitución define la relación entre la demanda de dinero doméstico y la de la divisa preferida por los argentinos, el dólar estadounidense.

La relación es inversa. Mientras más elevada la preferencia por la divisa, más baja la demanda de dinero doméstico. Después de un largo período de fuerte dolarización por pérdida de confianza en el peso autóctono, es obvio que la demanda de dinero local está en niveles extremadamente bajos y que la demanda de divisas, por el contrario, se encuentra, paralelamente, en niveles extremadamente altos.

De lo dicho anteriormente, se sigue a continuación que la política que el país necesita es aquella tendiente a incrementar la demanda de dinero. Incrementar la oferta en lugar de favorecer el aumento de la demanda es de brujos o principiantes y compromete el éxito del “medio plan económico” en marcha.

Incrementar la cantidad de dinero conforme va aumentando su demanda, en cambio, generaría un escenario más distendido y favorable a una salida más rápida de la persistente recesión en que está atrapada nuestra economía.

El BCRA ha bajado recientemente tres veces la tasa de política monetaria. Según los economistas del gobierno, la baja de tasas generará reactivación económica. Debido a esto, aumentará la recaudación fiscal y el déficit primario se convertirá en superávit. Volvemos a nuestra argumentación preferida: bajar artificialmente la tasa de interés no tiene efectos expansivos. Para que ello ocurra, la baja de tasas debe ser genuina, es decir, debe estar precedida por una disminución de las expectativas de inflación futura.

La cura de la inflación

Existen dos caminos para curar la inflación.

El primero consiste en fijar un ancla nominal sin tener en cuenta la evolución de las cuentas fiscales y de la creación de dinero necesaria para financiar el déficit. Esta “cura” es transitoria y suele ser ayudada por pactos sociales, congelamientos de tarifas y combustibles, cambios en la movilidad jubilatoria, concertación de trayectorias descendentes de precios y salarios, etcétera. No agraviaremos la inteligencia del lector describiendo el final de estos deplorables experimentos.

Nuestro preferido, y único consistente con una baja genuina perdurable de la inflación consiste en anunciar y cumplir fehacientemente un cronograma creíble de reducción conjunta del gasto público, los impuestos y el déficit fiscal. El énfasis debe estar puesto, inexorablemente, en el término “creíble”. Debe anunciarse claramente cuáles son los rubros y en qué cuantía y período de tiempo se recortarán. Luego del cumplimiento de las primeras etapas de las propuestas comprometidas, el cronograma adquirirá mayor credibilidad y el cambio de expectativas con respecto a la inflación futura hará que aumente la demanda de dinero doméstico y que disminuya la demanda de dólares. Esto se traducirá en ventas de divisas del sector privado, que serán adquiridas por la autoridad monetaria, alimentando así la nueva demanda de pesos que desea el mercado. La menor expectativa inflacionaria hará bajar genuinamente la tasa de interés, se reactivará el crédito y la actividad productiva. Se reforzará así el cumplimiento del cronograma de reducción del déficit, siendo posible, incluso, obtener superávit primario para pagar deuda y reducir aún más el riesgo país y la tasa de interés doméstica.

Consideraciones finales

Queda demostrado, creemos, que el orden de los factores, a veces, altera el resultado. Forzar una baja de tasas o un descenso de la inflación con medidas artificiales de dudosa efectividad es un camino conocido a las crisis recurrentes a las que estamos acostumbrados.

Los delicados y espontáneos equilibrios de las múltiples variables de la economía deben ser respetados y acariciados con arte y delicadeza por parte del policy maker. Su violentación, a la cual están muy acostumbrados los políticos argentinos y sus economistas cortesanos, es la madre de todos los males que padecemos desde hace décadas y que nos sujeta burdamente a la Matrix decadentemente artificial que nos hemos fabricado y que nos impide ver lo que pasa en el resto del mundo, que crece y progresa, aunque algunos violentos y retrasados pretendan negarlo.

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