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Macroeconomía y justicia tributaria

No importa la objetividad de la mayor presión contributiva: los afectados invariablemente la recibirán como una injusticia.

27 diciembre de 2019

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

El paquete de medidas aprobado recientemente por el Congreso pretende lograr la magia macroeconómica. Por un lado, se intenta continuar el sendero de la consolidación fiscal para dar una señal clara de voluntad de pago a los acreedores, y así rediscutir los detalles de las obligaciones financieras desde una posición más sólida. Por el otro, existe una intención explícita de que este esfuerzo se reparta de la manera más equitativa posible.

Podría pensarse que la estructura impositiva que logre esta magia sería bien recibida por todos los actores económicos, pues si bien en lo inmediato algunos deberían contribuir algo más, en el mediano plazo todos podríamos mejorar. Pero en la práctica, esto nunca ocurre. Los más exigidos desde el punto de vista fiscal son tan impacientes, victimizados y desconfiados como cualquier otro grupo al que esta vez no se le pidió tanto esfuerzo. No importa la objetividad de los criterios que se utilicen para elaborar y poner en funcionamiento la mayor presión contributiva, los afectados invariablemente la recibirán como una injusticia.

Una de las posibles razones de esta actitud es que cada uno de nosotros podría pensar que aporta más a la sociedad de lo que la sociedad le devuelve. Esta sensación se vuelve particularmente intrincada durante períodos de vacas flacas. En general los ajustes macroeconómicos son posteriores a una situación previa, cuando predominaban los déficits externos y fiscales y la economía vivía, literalmente, de prestado. Pero cuidado, para un país vivir de prestado no necesariamente significa no hacer nada, ni darse la gran vida con la plata ajena. Mientras hay actividad económica los argentinos trabajamos y muy duro, pero el país como un todo no puede ponerse a trabajar sin enfrentar las restricciones que implican la necesidad de importar insumos y maquinaria. Por lo tanto, cuando viene el momento de pagar todos nos sorprendemos porque, pese a que hemos hecho un gran esfuerzo, debemos igual. Habiéndonos esforzado, cada uno de nosotros espera que ahora le toque pagar a otro, alguien que supuestamente no hizo nada. Pero esta es una falacia, pues la verdad es que en mayor o menor medida el esfuerzo fue general, aunque muchos no lo perciban así. Este es uno de los grandes problemas de “psicología social” que afecta la elaboración de todo plan macroeconómico.

Por otro lado, en la rama de análisis de la política fiscal se conoce bien el resultado de que no existe ninguna estructura impositiva que cumpla al mismo tiempo con todos los requisitos deseables, entre los que se incluyen como primordiales equidad distributiva, eficiencia recaudatoria y mínimas distorsiones en las decisiones económicas de los privados. Si a esto sumamos la sensación psicológica de a nadie le toca pagar, es claro que la tarea de recaudar se vuelve muy dificultosa.

Si bien el dilema de un sistema de recaudación justo aplica a todos los países, en Argentina se vuelve particularmente problemático debido a los continuos desequilibrios que enfrenta. En un libro reciente donde analiza la relación entre la suerte y el éxito, el economista Robert Frank propone un impuesto que él considera cumple razonablemente con los requisitos antes listados. Frank llama a este tributo el impuesto al consumo progresivo, y su estructura es semejante a la del IVA (un impuesto de muy efectiva recaudación) aunque con la diferencia de que cobraría tasas marginales mayores a quienes gastaran más, es decir, a los más ricos (cuidando así la cuestión distributiva). Pero la ventaja principal de este impuesto es que al aplicarse sobre el consumo debería estimular el ahorro, algo que parece crucial para que Argentina eluda la restricción externa.

No tenemos espacio aquí para dar los detalles de su implementación, pero asumamos que el impuesto de Frank es aplicable en la práctica. Aun así, en Argentina el impacto sería exactamente el contrario al deseado. Como los argentinos ahorramos en dólares, promover el ahorro significaría promover la salida de capitales, dando lugar a un empeoramiento inmediato de la balanza de pagos y de la capacidad de la economía para funcionar normalmente.

Este es solo un ejemplo de las enormes dificultades idiosincráticas que enfrenta Argentina, y que restringen las opciones disponibles a la hora de llevar a cabo una política macroeconómica consistente. Es muy importante echar el ojo sobre el rumbo que adoptan las políticas y mantener un sano escepticismo, pero también debemos evitar que ese escepticismo obture toda decisión de corto plazo que pueda tener alguna chance de recuperar la macro en un plazo algo mayor.

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