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Las dudas siguen sin disiparse

Héctor Rubini 13 diciembre de 2019

Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

El lunes señalábamos diversos frentes de dudas o incertidumbre en torno a las políticas que se insinuaban para el inicio de la actual administración. El martes, el Presidente anunció en su mensaje de asunción que “en los próximos días se conocerán las primera medidas económicas”. Si bien recién está conformándose la nueva administración y asumiendo sus cargos, da la impresión que no habrá grandes novedades hasta la semana que viene.

Las premisas conocidas a partir de dicho mensaje y la presentación oficial del nuevo ministro de Economía, Martín Guzmán, son un enunciado de prioridades básicas. Muestran el orden de prelación de lo urgente y lo importante para la nueva administración.

Resolver el problema de los vencimientos de la deuda pública.

Iniciar un combate frontal contra el hambre y la situación heredada en materia de salud pública.

Iniciar una reactivación del mercado interno vía microcréditos a pequeñas y medianas empresas.

Seguir una secuencia de expansión de la demanda y reactivación económica primero, y una vez que la economía crezca, reiniciar el repago regular de los vencimientos de la deuda.

A esto se sumaría un aumento de salarios, jubilaciones y de las asignaciones universales por hijo, y la probable desdolarización de tarifas públicas. El ministro dejó en claro que no se levantará el cepo cambiario en el corto plazo, se evitará aumentar el déficit fiscal (pero sin ajuste del gasto primario hasta que no se resuelva el problema de la deuda), habría alivios fiscales para las pequeñas y medianas empresas y consumidores de bajos ingresos, y una suba de alícuotas de otros impuestos. El candidato que asoma firme es la suba de las retenciones a las exportaciones de productos primarios de origen agropecuario.

En principio, y sin recortes del gasto primario, son medidas que conducen a un inequívoco aumento del déficit fiscal, salvo una fuerte reactivación económica que conduzca a una vigorosa suba de la recaudación tributaria de manera inmediata. Sin acceso a deuda voluntaria ni créditos multilaterales, se financiará con emisión monetaria. Si la economía no crece, y tampoco lo hace la demanda de dinero, a olvidarse de una baja drástica y sostenible de la inflación.

Riesgos que asoman en el mediano plazo, al menos: conflictividad de difícil manejo con productores rurales, potencial desabastecimiento de bienes de consumo y, en caso de una megaemisión monetaria permanente, disparada del dólar blue con aceleración inflacionaria de duración y final inciertos. Prevenir esto exige un conjunto de instrumentos que deben ser preanunciados al público al inicio de una nueva estrategia macro. No ha habido tal cosa, y todo indica que no la habría al menos de manera convencional.

Según las palabras de Guzmán, estaríamos expectantes en torno de una serie gradual de sucesivos anuncios en los próximos días/semanas y recién hacia mediados de enero tendríamos una cabal idea del implícito plan. Un plan que para ser tal no sólo tiene que mostrar prioridades y expresiones de deseos plasmadas en cierto orden de prelación (pecking order). Y lo conocido en esta semana es simplemente eso, un “pecking order” de prioridades, no un programa o plan económico.

Un plan contiene, de mínima, la definición clara y precisa del “cómo hacerlo”: a) instrumentos, b) secuencia de aplicación y responsables, c) mecanismos de corrección en caso de desvíos de las metas (explícitas o implícitas). Si habrá plan o no, si será explícito o implícito, nos daremos cuenta de inmediato.

Por ahora, lo único que tenemos claro es el estado maltrecho en que ha dejado la economía la gestión de Mauricio Macri, y que en diciembre se requiere un monto todavía indeterminado de megaemisión monetaria para evitar un fin de año conflictivo. Nada más. El rumbo a partir de enero es todavía incierto y la demanda de precisión en los anuncios irá en aumento.

Al igual que el ministro Guzmán, todos deseamos una economía menos “ansiosa” y “nerviosa”, pero ello será posible con anuncios precisos, convincentes, y percibidos como factibles y creíbles. Una vez más, el “plan”, “programa”, “proyecto”, “política” o como se lo llame, es central para “anclar” expectativas. Y debe ser creíble, coherente, y sostenible. Un listado de objetivos, aun priorizados, no es ni el embrión de un genuino “plan” (o como se lo llame).

Respecto de su anuncio a la población, es cierto que en los primeros meses de gobierno hay un margen de “luna de miel” o paciencia colectiva con la nueva administración. Pero los tiempos en economías inflacionarias no son los de deflaciones o inflaciones cercanas a cero. Ni las empresas ni las familias se manejan con horizontes de meses como, por caso, para cerrar y publicar un paper académico. Mucho menos la población de menores ingresos. Para esas familias, al igual que en hiperinflación, el largo plazo es hoy. Proveerles la asistencia postergada o inexistente no admite demoras. Y, guste o no, definir y explicitar de dónde salen los recursos tampoco.

Ojalá que el nuevo equipo económico lo tenga presente. Caso contrario, la realidad se complicará, y mucho antes que lo deseado. Por eso la demanda por conocer medidas precisas y concretas, ajustando las apropiadas dosis de prudencia y audacia que, se supone, los nuevos funcionarios deberían saber manejar, y sin errores.

Es demasiado quizás, pero es lo que exige para revertir el difícil legado heredado de la gestión anterior. La impaciencia recién comenzará a ceder cuando se conozca definiciones precisas y convincentes, y se empiecen a ver los primeros resultados positivos. Algo que hoy, por hoy, no admite largas demoras.

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