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Haciendo el 4

Al anunciar un programa “propio”, el mundo pide que Argentina “haga el 4” para probar voluntad de equilibrio.

Carlos Leyba 23 diciembre de 2019

Por Carlos Leyba

“Hacer el 4” es demostrar equilibrio porque se está sobrio. Demostración que se reclama a quien no tiene hábito de estarlo.

Para el mundo financiero nuestro país no tiene reputación de “sobrio”. Al anunciar un programa “propio”, el mundo financiero pide que Argentina “haga el 4” para probar voluntad de equilibrio.

Sin embargo, lo que aquí puede sonar jocoso, en otros lares provoca espanto. Si a un ciudadano chino le dijéramos “hace el 4”, como en mandarín “cuatro” suena parecido a “muerte”, ese sonido espanta: cuatro es el número de la mala suerte.

En todos los órdenes de la vida hay tensión. Cuando “estamos haciendo el 4” exhibimos nuestra capacidad de equilibrio pero, haciéndolo sobre un solo pie (el ajuste), hay que cruzar los dedos para no desbarrancar.

Entre el mandarín y el lenguaje criollo hay parentesco: en un pie, aun sobrio, el equilibrio es transitorio, fugaz y para no caer se requiere apoyarnos en el otro pie, que es el del crecimiento. Sin crecimiento, el equilibrio en un pie, inestable, el riesgo de caer es grande.

Con el plan de Alberto estamos en el pie del ajuste, pero no asoma cómo vamos a afirmar el del crecimiento.

Toda economía que no crece y no se desarrolla, es una economía para la deuda. Nuestra estructura económica es la de una “economía para la deuda”.

No vino sola. Fue el resultado de la destrucción del aparato productivo decidida basándose en una supuesta teoría científica que nunca existió y que, salvo en Argentina, en ningun país se puso en práctica.

En estas condiciones estructurales es imposible alcanzar el equilibrio estable: sobre ambos pies y bien plantado. ¿Cómo se rompen esas condiciones? Con un crecimiento extraordinario de la tasa de inversión. No hay otra. La procura de la inversión no se realiza desde hace 45 años. Néstor no lo hizo en la mayor oportunidad histórica de ese período. El cronómetro del crecimiento, de la inversión reproductiva, se detuvo en 1975. Es lo que dicen las estadísticas.

Desde entonces se apostó a la “nueva sabiduría” de retirar al Estado de los incentivos a la inversión, dando lugar al ordenamiento del desarrollo por obra de los mercados financieros. La consecuencia fue la búsqueda irracional de la abundancia de dólares para financiar la sustitución de producción nacional por importaciones. “Economía para la deuda”.

Derrotar ese “sentido común dominante” es el verdadero cambio de rumbo de Argentina. Por ahora nada que lo anuncie.

Destrucción del aparato productivo, desempleo, pobreza, desorganización social, florecimiento de los compartimentos estancos, y sustitución de la movilización cultural por el desarrollo y la justicia, por las demandas de las minorías militantes que, tal vez sin saberlo ni quererlo, ocultan lo que provoca la decadencia económica y social, tras el entusiasmo por el “éxito de las batallas culturales”.

Todo esto hereda Fernández, la “tercera versión”, desde 1983, del peronismo. ¿Podrá reinstalar la vocación de desarrollo por la inversión reproductiva, el rebalance territorial y demográfico? Ni hechos ni señales en esa dirección. Aunque sí (digno de mencionar) una urgencia notable por el protocolo del aborto como derecho.

Alberto logró la ley programa “de solidaridad y reactivación”, su “condición necesaria” para conversar con los acreedores y con el FMI, demostrando que “estamos haciendo el equilibrio”.

Abrir la puerta “haciendo el 4” es demostrar que estamos haciendo lo que nos habría de pedir el mundo financiero para cualquier programa de cancelación, estabilización o espera, referido a la deuda. Fernández optó por ofrecerlo como conducta propia, sin demasiada discusión y a ritmo acelerado. “El FMI aceptó esa lógica de trabajo” (Alberto Fernández, Página 12), le dijo a los empresarios más poderosos. “Les dijimos que nos dejen construir un plan sustentable y sobre esa base acordar cómo pagarles (?)

El FMI aceptó esa lógica de trabajo y no estamos improvisando”. Kristalina Georgieva: “Si querés arreglar con nosotros, dejá de tomar”. Antes de volver demostranos que están sobrios. Superávit primario y poco de emisión reactivante. Martín Guzmán quiere poner bajo control la negociación de la deuda creando condiciones para la conversación con el FMI y los acreedores.

Por lo demás, ajuste contundente de las cuentas públicas (no hay otra manera de llamarlo) para neutralizar la tendencia al desequilibrio fiscal primario y alcanzar superávit primario para 2020 aumentando impuestos. Algunos que, en principio, desalientan las exportaciones, y otros que gravan el atesoramiento y el consumo en dólares, a los que suma el gravar los patrimonios brutos. En segundo lugar, el ajuste, se realiza tendiendo a “desindexar” los pagos de transferencia (jubilaciones) compensando con sumas fijas a las transferencias menores que son la mayor parte de esos pagos. En la urgencia han logrado zafar del apriete los jueces y los diplomáticos a los que la solidaridad previsional no les corresponderá y notablemente los petroleros y la minería.

Este ajuste es el requerido para las conversaciones con los acreedores, que son imprescindibles y urgentes, con la manifiesta voluntad de pagar las deudas para lograr una espera de capital e intereses por un largo período.

Los privados, ha trascendido, estarían dispuestos a una espera sin quita por el capital y a una financiación, inclusive a tasas normales (no las de terror que pagamos) de los intereses. Más deuda, pero menos problemas: es el costo de los beneficios de un default sin default y desalentar el riesgo de los holdouts que siempre ganan.

Fernández está buscando replicar las “condiciones ideales de gobierno” que son para él, su mantra, aquellas con las que gobernó Néstor Kirchner.

Néstor gobernó en default sin haberlo declarado (superávit financiero de hecho), con un heredado tipo de cambio más que generoso (barrera interna y promoción externa) y retenciones para generar superávit primario, tarifas pesificadas, cincuenta por ciento de pobreza y alto desempleo con salarios mínimos, y una calma social difícil de imaginar en el presente. Nada de eso lo puso en marcha Kirchner “lo heredó”. Un hombre afortunado.

Aquella economía de abundante capacidad ociosa recibió el doble motor del retorno de capitales fugados, que adquirían activos a precios, en dólares, irrisorios; el repunte de los términos del intercambio y una memoria de estabilidad de precios de una década previa, sostenida por el lento incremento de la demanda de una economía con abundancia de oferta y marea de pobreza. ¿Cómo aproximarse a repetir esas condiciones? Guzmán ofrece lograr el superávit fiscal financiero suspendiendo, de manera acordada, el pago de intereses y capital de la deuda externa; segundo, lograr el superávit primario sumando impuestos “no trasladables a precios” (por ejemplo, autos de alta gama), aumentando las retenciones (30% soja o 33; 12% o 15% maíz, trigo, sorgo y girasol; 5% regionales e industria); y tercero, conteniendo la principal indexación del gasto público nacional (transferencias a pasivos) y dando lugar al incremento de las cargas sociales. Del ajuste siempre alguien zafa y como es de esperar, y en todo gobierno, los petroleros y mineros, reciben beneficios: las retenciones les bajan de 12% a 8 %. Y los deudores impositivos que logran otra moratoria extraordinaria y van ...

Hay cuestiones que resultan más difíciles. La calma social requiere más gasto; el retorno de capitales exige otros incentivos porque los precios en dólares de los activos y las expectativas no son las mismas que recibió el afortunado Néstor.

Ni remotamente están las condiciones que recibió Kirchner. Es imposible imaginar como probable el rebote espontáneo que recibió Néstor ni las condiciones externas que le dieron oxígeno.

Lo que recibe Alberto es notablemente peor y las posibilidades de rápida salida depende exclusivamente de la estrategia que desarrolle él y no de las condiciones exógenas que lo beneficien.

El mundo es diferente y el daño acumulado en la estructura productiva y en la base social tienen dimensiones inimaginables si el mirador lo instalamos en el momento en que se desencadenó la debacle (1975).

Y además Mauricio Macri dejó una inflación anual promedio del 38%; una caída anual del PIB de 1,2% y una caída de 14% en el salario real. Además, 40% de pobreza.

En esas condiciones más que complejas, además, la sociedad está profundamente dividida. Y eso exige mucho más al gobierno. Los discurso de Alberto Fernandez, al respecto, son apropiados. Pero es difícil que logre imponer esa cultura de encuentro en la misma Cristina, que insiste en que el “ente” tiene sexo, o en el Intendende de Avellaneda que saluda a lo nazi mientras los niños de su ciudad recitan que lo aman.

Tal vez en los próximos días, con conversaciones sobre la deuda encaminadas, empecemos a debatir el ABC del desarrollo: incentivos a la inversión, atracción a los capitales fugados, reconstruir la substitución de importaciones, el sistema ferroviario y la industria local, la industria marítima, una verdadera revolución del transporte y la ocupación del territorio.

Además del ajuste para conversar de la deuda, necesitamos la estrategia de desarrollo para poder terminar con la “economía para la deuda”.

Y para eso hay que poner en caja el tamaño del Estado improductivo congelando el empleo públio en todas las jurisdicciones nacionales, provinciales, municipales, del ejecutivo, la legislación y la justicia: una convocatoria a gobernadores e intendentes y a todos los organismos autónomos, al poder judicial y al poder legislativo.

Terminar con la evasión fiscal, empezando, sí, por el chiquitaje, todo el comercio cotidiano. Obligando a la boleta, a pura tarjeta (incluido el sube social) y posnet, cada intendente puede ser un agente contra la evasión, fin del empleo en negro, de abajo para arriba, una batalla social.

Si hacemos eso nadie nos volverá a pedir que hagamos el 4 y dejaremos de cazar en el zoológico para lograrlo. Si no el 4 tendrá el sonido mandarín. Tiempos difíciles.

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