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Equilibrio, divino Tesoro

Para no tropezar nuevamente con la misma piedra, el énfasis debe estar en seguir en el sendero de mejora del resultado primario, que los superávits dejen de ser accidentes de la Historia y que exista un compromiso de todas las fuerzas políticas en mantenerlo.

16 diciembre de 2019

Por Martín Polo  Economista Jefe de Mills Capital

Déficit fiscal, deuda, default y restructuración. Cuatro pasos clásicos en la historia económica Argentina. Entre ellos, siempre se coló una crisis. El principal problema que enfrentó y enfrenta la economía local es la incapacidad para lograr equilibrio fiscal sostenido. Esto es lo que nos hace un país riesgoso, limitando el acceso al financiamiento barato y a mediano y largo plazo, condición necesaria para bajar la volatilidad, incentivar la inversión y encarar un crecimiento de estable y sostenido.

Concretamente, en los últimos 60 años sólo en 9 años tuvimos superávit primario mayor a 2,5% del PIB (1984, 1985, 1991, 1992 y entre 2003 y 2007), siempre asociados a períodos muy particulares dado que se generaron luego de las clásicas crisis fiscal y/o de balance de pagos que padeció Argentina en los que se el salto inflacionario posterior a la devaluación licuaba el gasto al tiempo que subía la recaudación a partir de nuevos impuestos. En el último período con superávit de 2003 y 2007 se agregó un shock de términos de intercambio que permitió un salto en la recaudación por impuestos al comercio exterior en tanto que la crisis de 2001 generó una inédita licuación del gasto. Sacando estos períodos, la dinámica fiscal se caracterizó por una persistente suba del gasto que superaba a la dinámica de los ingresos. Perdido el superávit primario, el riesgo subía y con ello el resultado fiscal incluyendo los intereses se disparaba y terminaba con una nueva crisis fiscal. Fue una constante en los ciclos económicos argentinos.

Con estas premisas llegó el Gobierno de Mauricio Macri que, entre todos los problemas que tenía que enfrentar, se enfrentaba un déficit primario del orden 4% de PIB y llegaba a 6% contabilizando el pago de intereses. A eso se sumaba un marcado deterioro de las finanzas públicas provinciales y con una presión tributaria récord que obligaba a encarar el problema tratando de mejorar el resultado fiscal reduciendo impuestos y bajando el gasto. Así lo hizo en los primeros dos años de gestión: en el marco de tasas de interés muy bajas y gran acceso al financiamiento externo que le otorgó resolver el default con los holdouts, Macri aplicó su plan de ajuste gradual caracterizado por la baja de retenciones y de Impuesto a las Ganancias del lado de los ingresos y por la baja de subsidios del lado del gasto. El resultado fue una baja muy marginal del déficit global.

La mala noticia es que al tiempo que no se lograban baja en las cuentas públicas, el atraso cambiario acrecentó el déficit en la cuenta corriente dejando a Argentina muy expuesta a un cambio en las condiciones financieras internacionales. Como es sabido, en 2018 se dio la tormenta perfecta para una nueva crisis de balance de pagos con todas las consecuencias que son conocidas para nuestro país.

Tras la crisis y acuerdo con el FMI, en 2018 y 2019 el Gobierno de Macri aceleró la consolidación fiscal. Retrocedió en la baja de la presión tributaria reinstalando los derechos de exportación al tiempo que aceleró la baja del gasto primario. La mejora en el resultado primario quedaba opacada porque con el alza de la deuda (especialmente en moneda extranjera) el ajuste del tipo de cambio disparó el pago de intereses.

Así las cosas, la buena noticia es que con mucho esfuerzo, el sector público nacional en los últimos cuatro años logró un gran avance en el equilibrio fiscal. El déficit primario bajó del 4% en 2015 al 0,5% PIB en 2020. Fue clave la reducción del gasto que más que compensó la pérdida de ingresos tributarios asociado a la caída del nivel de actividad. Considerando el pago de intereses de 3,1%, el resultado total marcaría un rojo cercano a 4% de PIB.

Para no tropezar nuevamente con la misma piedra, el énfasis no debe estar en la reestructuración de la deuda (aunque en las condiciones actuales es inevitable) sino en seguir en el sendero de mejora del resultado primario, que deje de ser un accidente de la Historia y que verdaderamente exista un compromiso de todas las fuerzas políticas en mantenerlo. Sería una muy buena señal plantear presupuestos plurianuales. Está claro que con las cuentas públicas sanas no está todo resuelto y sería un error pensar que con sólo eso lograremos un sendero de crecimiento sostenido pero, cuanto menos, quitaríamos un gran componente de volatilidad. La consolidación fiscal es un divino Tesoro.

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