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El regreso de la vieja economía: sin petróleo no hay datos

“Los datos son el nuevo petróleo”, es el slogan que se popularizó como metáfora del pasaje de una economía material a otra inmaterial. Sin embargo, la vieja economía se acaba de tomar revancha en la carrera por la supremacía tras la oferta pública inicial de acciones de Saudi Aramco.

Pablo Maas 19 diciembre de 2019

Por Pablo Maas 

Una de las narrativas sobre la economía más difundidas en los últimos años gira alrededor de la “desmaterialización”. La nueva economía digital, de los bits y los datos, la inteligencia artificial, las máquinas que aprenden, sostiene este relato, se ha transformado en la etapa superior de un capitalismo que reside en la nube de Internet, en el ciberespacio virtual, a diferencia de la vieja economía aferrada a la tierra, o más bien al subsuelo de hidrocarburos, minerales y metales. “Los datos son el nuevo petróleo”, es el slogan que ha comenzado a popularizarse como metáfora del pasaje de una economía material a otra inmaterial, la “economía del conocimiento”

Esta narrativa se consolidó con el ascenso de las jóvenes empresas de alta tecnología al podio de las más valiosas del mundo por capitalización de mercado, desplazando a petroleras centenarias como Exxon Mobil, que había reinado durante décadas en el primer puesto, o representantes de la vieja economía de “ladrillos y cemento” como Wal-Mart. Es el caso de Apple, que en agosto de 2018 se transformó en la primera compañía en alcanzar un valor de un billón de dólares (trillon en inglés) en la Bolsa de Nueva York. Desde entonces, el valor de la empresa ha seguido en aumento hasta U$S 1,3 billones en la actualidad. El número es impresionante: una sola empresa equivale a más del 1% del PIB mundial (U$S 80 billones) o más del 5% del PIB de Estados Unidos (U$S 20 billones). Si a Apple se suman el resto de las Big Tech, como Alphabet (Google), Amazon, Facebook y Microsoft, con valuaciones que oscilan entre U$S 400.000 y U$S 900.000 millones, el predominio digital luce asegurado.

La novedad es que, en los últimos días, la vieja economía parece estar tomándose una revancha en la carrera por la supremacía empresarial tras la oferta pública inicial (IPO, por la sigla en inglés) de acciones de Saudi Aramco, la madre de todas las empresas petroleras. Este gigante que pertenece al Estado saudí alcanzó esta semana una valuación de dos billones de dólares en la Bolsa de Ryad, en la que colocó apenas el 1,5% de su capital. Fue la IPO más voluminosa de la historia, que le permitió al reino recaudar U$S 26.000 millones, que utilizará para diversificar su economía y así reducir en el futuro su dependencia del petróleo. Los números de Saudi Aramco no son menos impresionantes que los de sus primos digitales. Ella sola representa el 10% de la oferta mundial de petróleo. En 2018, tuvo ganancias por U$S 110.000 millones, el doble que las de Apple, gracias a sus bajos costos de producción.

El problema de los nuevos gigantes digitales es que se están transformando en enormes consumidores de electricidad, que todavía se produce mayormente con los hidrocarburos que extraen compañías como Saudi Aramco y que está haciendo sonar las alarmas en los foros ecologistas como la reciente cumbre del clima en Madrid. Un dato anecdótico ilustra el impacto de las Big Tech sobre el medio ambiente. En setiembre pasado, la revista Fortune reveló el “secreto sucio de la nube de Internet”: en abril de 2018, el video de la famosa canción “Despacito” alcanzó por primera vez el record de 5.000 millones de visitas en YouTube. En el medio, realizó una hazaña menos celebrada: consumió tanta energía como 40.000 hogares estadounidenses en todo un año (o de una ciudad como Bariloche). Un científico citado por la BBC dijo que el video consumió un volumen de energía equivalente al de cinco países africanos (Chad, Guinea-Bissau, Somalia, Sierra Leona y la República Central Africana) durante un año.

Se estima que todas las tecnologías de la información y las telecomunicaciones (TICs) tienen en la actualidad una huella de carbono equivalente a la de la aviación comercial, que no es baja. El costo de almacenar y compartir enormes volúmenes de datos en los data centers de las compañías tecnológicas se estima que ya equivale al 2% de toda la demanda de electricidad mundial. La mitad de ese porcentaje corresponde al streaming de video que realizan empresas como Netflix, Facebook o YouTube. Los miles de servidores de los data centers generan calor, que tiene que ser combatido con refrigeración. Por esa razón, estas instalaciones se radican en localizaciones frías, como Siberia o Canadá, o cerca de subestaciones eléctricas que funcionan a petróleo y gas y cuentan con fuentes de agua cercanas.

Previsiblemente, la presión “verde” sobre los gigantes tecnológicos ha llevado a muchos de ellos a recurrir a las energías alternativas para reducir el impacto ambiental de sus operaciones. Los tres grandes proveedores de servicios de computación en la nube (cloud computing), Amazon, Google y Microsoft, sostienen que sus data centers están 100% “descarbonizados”. Pero eso no significa que utilicen puras energías renovables. Un artículo de la revista Wired publicado esta semana ( “Amazon, Google, Microsoft: Here's Who Has the Greenest Cloud”) llegó a la conclusión de que los tres grandes de la nube limpian sus huellas de carbono gracias a que compran los llamados Créditos de Energía Renovable (Renewable Energy Credits, RECs) con los que se invierte para producir energías verdes. “Los RECs son la forma en que compañías como Google o Microsoft pueden aducir que sus data centers son alimentados en un 100% por energías renovables mientras siguen conectados a redes que utilizan combustibles fósiles. En realidad, solo una fracción de la energía que utiliza cada compañía proviene directamente de instalaciones solares o eólicas, el resto proviene de los RECs”, dice el artículo.

El data center que Amazon Web Services (AWS) proyecta construir en la Argentina cerca de Bahía Blanca, el llamado “Proyecto Tango” en Coronel Rosales, podría ser una excepción. El complejo, que insumirá US$800 millones a lo largo de 10 años (pero que aún no ha sido confirmado por la empresa), se encuentra radicado próximo a los parques eólicos que ya opera Pampa Energía y otros en etapa de planeamiento. El proyecto se beneficiará de la Zona Franca de Bahía Blanca-Coronel Rosales y de la flamante Ley 27.506 de Promoción de la Economía del Conocimiento, que incluye estabilidad fiscal, reducción de contribuciones patronales, alícuotas reducidas del impuesto a las ganancias y exclusión de regímenes de retención y percepción del IVA.

Como el viento no sopla las 24 horas, pero los flujos de datos no se detienen nunca, es posible que el data center de Amazon en el país termine igualmente consumiendo energía producida por hidrocarburos. Al menos por el momento, sin petróleo no hay datos.

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