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Algunas reflexiones sobre las primeras medidas de gestión

Las medidas que se están conociendo no parecen ajustarse a un plan coordinado ni son compatibles con el mensaje presidencial del pasado martes. Tampoco son coherentes con la estabilidad de precios ni con el deseo de tranquilización del joven ministro de Economía.

Héctor Rubini 16 diciembre de 2019

 Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

En el fin de semana se conocieron las primeras decisiones fiscales. Ya entró en vigencia un aumento de la carga de retenciones a las exportaciones de origen agropecuario, y se espera un efectivo desdoblamiento cambiario con un tipo de cambio más alto para turismo y compras online. También se espera un gravamen específico para esas compras de divisas y un aumento de la carga tributaria sobre Bienes Personales.

En el caso de las retenciones, desalientan la producción primaria, salvo el impulso hoy no visible de un milagroso aumento de precios internacionales, o de una expansión permanente de la demanda externa. Impacto sobre la inflación, mínima. Políticamente, es volver a los conflictos de una década atrás.

En el caso del impuesto a los Bienes Personales, no es factible eludirlo. La suba en sus alícuotas debilitará la demanda de máquinas, herramienta e inmuebles, y demorará la recuperación de la inversión interna fija.

Estadísticamente son medidas que contribuyen a lograr un superávit primario en términos del PIB. Para 2020 se espera una destrucción de PIB real en torno de 1,5%. Así, el “logro” potencial del primer año es a costa de una destrucción del PIB casi asegurada, que luego no será tan fácil de revertir y transformar en crecimiento efectivo.

Mayor crecimiento exige mayor inversión. Esto, a su vez, menores riesgos y costos. La percepción de cambios sucesivos y con frecuencia irregular, no fácil de predecir, se mantendrá sin cambios por varios meses. Ciertamente se tratará de focalizar esfuerzos para promover el crecimiento del mercado interno y las exportaciones de hidrocarburos. Sin embargo, las medidas iniciales incentivan comportamientos que no son compatibles con la deseable salida de la recesión actual. Ciertamente harán falta aportes de divisas provenientes del “colchón” no declarado de no pocos argentinos, y del exterior. Las divisas del primer grupo aparecerán con medidas que apunten hacia la certeza de reglas de juego estables y que no pongan en riesgo el recupero de los costos de la inversión. Lo fondos del exterior para inversión extranjera directa exigen, también, estabilidad y seguridad jurídica, y una presión tributaria razonable. Estas medidas nos llevan, en el corto o mediano plazo, a batir nuevos récords históricos de de presión tributaria.

Difícilmente se logre una recuperación del crecimiento, y sin crecimiento no es claro cómo se logrará sostener resultados fiscales positivos (no sólo en términos de déficit primario). Tampoco bajo qué supuestos creíbles, prometer o imaginar senderos de crecimiento de la actividad, la disponibilidad de divisas y, obviamente, el empleo.

Sobre ese aspecto, también se optó el viernes por garantizar la doble indemnización a 180 días, que aporta a poner un límite a la persistente destrucción de empleos de los últimos trimestres. Ahora bien, aumentar los costos para remover trabajadores frena (no impide) una dinámica de caída, determinada por la pérdida de ventas y rentabilidad. Pero en el mediano-largo plazo, desalienta la contratación de trabajadores. Más aún, incentiva la contratación informal, evadiéndose los aportes y contribuciones al sistema de seguridad social. Entra así en zona de riesgo el ingreso de fondos al FGS-Anses para que aumente su demanda de deuda del Sector Público No Financiero (SPNF).

En suma, pan para hoy y hambre para mañana. ¿Alguien puede imaginar un sendero de baja de la emisión monetaria futura, de desindexación de contratos, de baja de la inflación esperada para los próximos meses, y de las tasas de interés y del tipo de cambio? Puede esperarse, como en otras épocas, un ingenioso desdoblamiento cambiario y el retorno de tasas reguladas (las insinuaciones de microcréditos no bancarios parecen ir en esa dirección). Pero el resultado es un aumento de la economía en negro. Tierra fértil para el financiamiento de actividades ilegales, más bien que para un Tesoro urgido de fondos para poner fin al aumento permanente de indicadores de pobreza, miseria e inequívoco subdesarrollo.

Para que cualquier empresa invierta en activos fijos requiere precios más favorables, menor carga tributaria, menor costo financiero, acceso más fácil al crédito y a divisas, y menores costos y riesgos asociados. Las medidas que se han conocido en los últimos no van en esa dirección. Es un simple revival de instrumentos vigentes en el período 2008-2015 para inducir una redistribución populista de ingresos bloqueando los mecanismos de mercado en diversos segmentos de la producción de bienes y servicios. Como lo muestra la evidencia desde fines de 2011, cuando se aplicó el “cepo cambario” la economía dejó de crecer y, luego, bajo el desorden macro de 20182019, se encuentra en caída libre.

Bajo estas condiciones, las medidas que se están conociendo no parecen ajustarse a un plan con medidas coordinadas, o al menos compatibles con el mensaje presidencial del pasado martes. No son coherentes con la estabilidad de precios, ni con el deseo de “tranquilización” del joven ministro de Economía. Los sectores específicamente gravados no ocultarán su malhumor, ni los beneficiados su gratitud a las autoridades. Pero es el retorno a la vieja mecánica según la cual el Estado es tironeado por corporaciones organizadas para obtener beneficios regulatorios o al menos compensar los costos de la creciente intervención del Estado.

El resultado es una economía formal dedicada más a la negociación cortesana de regulaciones. Un sistema así pierde competitividad, no crea empleos y fuerza a buena parte de la población a volcarse a las actividades informales para subsistir. En el largo plazo, debilita el crecimiento de la base imponible, la capacidad de repago de la deuda pública, la demanda de dinero y la esperanza, al menos, de desdolarizar expectativas y ahorros. La contracara es un aumento permanente del déficit fiscal y sin financiamiento vía deuda, el recurso a la emisión monetaria y el riesgo de una peligrosa aceleración de la inflación.

Las medidas, en suma, pueden gustar o no. Pero lo inevitable son sus consecuencias. Esperemos que el nuevo equipo no sea indiferente a las mismas. Los excesos de necedad y de soberbia están en la raíz de todas las crisis de los últimos 50 años.

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