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Una señal concreta hizo que el riesgo arañe los 2.500 puntos

Después de condicionar la posibilidad de pago de la deuda, Alberto envió a Nielsen, que realizó la reprogramación de 2005, a hablar con el FMI. Eso cayó mal en el mercado. Después de eso, los bonos volvieron a bajar, las acciones cedieron y el dólar libre volvió a afirmarse.

11 noviembre de 2019

Por Luis Varela 

Parece una eternidad, pero desde la elección que dio como ganador a Alberto Fernández pasaron apenas dos semanas (10 ruedas de negocios) y todavía faltan cuatro semanas más (21 ruedas) para que llegue el 10 de diciembre y el país inicie por fin una nueva etapa.

El fracaso de Macri comenzó a palparse a fines de 2017.

Desde ese momento y hasta mayo de este año los bonos argentinos ya habían caído 27% y el derrape de las acciones había sido mucho mayor, superior al 50%. En mayo, como se veía que Macri perdía el poder y que el peronismo podía volver, Trump y el FMI iniciaron un plan rescate, con financiación sin límite, que nos endeudó hasta el techo, pero que igualmente no alcanzó.

Entre mayo y octubre se repetía insistentemente que el 28 de octubre venía el “fin del mundo”. Se esperaba un dólar de fin de año de $ 100. Se decía que la deuda se iba a reprogramar con una quita tan grande como la que hubo en 2005. Se afirmaba que el nuevo gobierno iba a meter mano sobre los depósitos. Ibamos a caer en un abismo.

Sin embargo, en los primeros días poselecciones la situación fue mucho más tranquila que lo esperado:

El dólar blue, que había rozado los $ 76 se tranquilizó hasta volver a apenas $ 64.

Los bonos cayeron 43% con PASO y Alberto Presidente, pero después repuntaron 15%.

Las acciones habían derrapado 60% y luego recuperaron nada menos que 35%.

Y las tasas de los plazos fijos, que habían subido de 48% a 63% anual, se replegaron hasta 47%.

O sea, el día después de la elección presidencial no sucedió la catástrofe que casi todos los analistas e inversores venían pronosticando.

Y ahora que estamos en la transición, a cuatro semanas del Día D, el movimiento de temor por lo que va a venir parece haberse disparado. Hasta el miércoles parecía que los barcos llegaban a puerto, pero durante jueves y viernes ocurrieron varias cosas que alteraron todas las brújulas:

Se cayó la reunión de la APEC en Chile, por lo que no está el escenario que estaba preparado para la firma de la paz comercial entre Estados Unidos y China. La firma se va a dilatar. No va a poder ser el 15 de noviembre. China ofreció una reunión en Grecia, unos días antes, aprovechando una visita de Xi Jinping. Pero Washington no accedió.

La emisión de dinero sin fin que realizaron los bancos centrales hizo cambiar de dirección a la tasa de interés global. En agosto Francia tenía a 10 años una tasa del -0,4% anual, y hoy su tasa es del 0,02% positiva. Y en agosto Estados Unidos tenía a 10 años una tasa del 1,5% anual y hoy es del 1,94%.

La superemisión de dinero global está empezando a tener impacto en los precios, pero sigue sin eliminar (al menos por ahora) la sensación de que el mundo va encaminado hacia una recesión. El índice de precios al consumidor (IPC) de China aumentó 3,8 % interanual en octubre, ocho décimas más que en el mes anterior y alcanzó la mayor suba desde 2012. El precio del cerdo, uno de los productos más demandados por los consumidores chinos, continúa imparable y aumentó el 101,3 % interanual el mes pasado, dado que su producción se ha visto mermada por una epidemia de peste porcina africana que ha diezmado la población de cerdos en el país asiático.

América Latina está sumergida en una convulsión, producto de la desigualdad y la pobreza. Hay éxodo en Venezuela. Hubo estallido en Ecuador. Chile está sumergido en un caos. Bolivia está en ebullición. En Brasil liberaron a Lula y por eso hay gente en las calles, a favor y en contra (después de eso el dólar subió en Brasil y la Bolsa de San Pablo retrocedió). Y en dos semanas, el 24 de noviembre, el balotaje de Uruguay definirá si su gobierno es más parecido al de Alberto o al de Bolsonaro.

En Argentina las diferencias de la grieta mantienen el temor de una y otra parte. Los dos temen el abuso del otro: que la derecha oprima hasta estrangular y que la izquierda exija hasta vaciar. En ese marco, Alberto hace equilibrio: se manifiesta según con quien hable, le dice a Correa que en las condiciones actuales no se puede pagar la deuda y al mismo tiempo promete una relación cordial con Estados Unidos.

  Mientras tanto, con Lula en la calle, Bolsonaro hace cosas incomprensibles para un jefe de Estado. Dice que no vendrá a la asunción de Alberto y manifiesta que quiere romper el Mercosur y aliarse definitivamente a Estados Unidos. Pero Trump piensa que eso aislaría a Fernández y ligaría a la Argentina al progresismo más radical y complicaría aún más la región. Frente a eso, Alberto dice que un gobierno de coyuntura no arruinará la unidad entre Brasil y Argentina. Y Juan Pablo Lohlé, ex embajador argentino en Brasil, planteó el realismo de la política, dijo: “esa invitación es anómala; cuando sea presidente, para hablar con Brasil, Alberto va a tener que hablar con Bolsonaro; Lula no le puede resolver nada”.

Intentando crear una nueva corriente regional, Alberto fue a visitar al presidente de México, intentando hacer equilibrio por una cuerda del medio. Pero economistas de diferentes corrientes advirtieron que con México firmamos 82 acuerdos comerciales en los últimos años: al principio fue todo bien, todo abierto, pero cuando se quiso ir a las efectividades conducentes llegó el “Ah no, por protocolos esto no podemos, aquello tampoco, el Nafta no nos lo permite”. Resultado: de cada 100 autos que exportamos, 66 van a Brasil y apenas 3 a México.

Con todo ese tablero tan complejo, los “ni” de Alberto no tienen alternativa. No puede decir cual es su plan porque quemaría sus ideas, perderían toda efectividad, se diluirían y sería todo mucho más complicado. Por eso, hay miles de incertidumbres sobre su gabinete. Si se consulta a 100 periodistas, analistas, empresarios o lo que sea, cada uno tiene un equipo económico diferente. Se sabe, Fernández y Lavagna se reunieron, hubo conversaciones, pero por ahora no hubo una oferta concreta para que Lavagna sea su ministro de Economía. Y en los mentideros se dice que Cecilia Todesca o Matías Kulfas podían ser su ministro principal. Pero nadie sabe y la transición es completamente a ciegas.

Sin embargo, en las últimas horas hubo un dato que insinúa mostrar alguna luz, y eso fue decisivo para que todos los números empeoraran durante el jueves y el viernes. Por un lado, Alberto dijo que la deuda, así como están las cosas, no se puede pagar y, además, envió a Guillermo Nielsen a conversar con Alejandro Werner, el director del FMI para la región. Y esa es toda una señal, porque Nielsen fue el que realizó el canje con gran quita en 2005. Con eso Argentina se quedó sin financiación voluntaria por varios años. El gobierno de Kirchner pudo afrontar los tiempos que le tocaron porque la soja saltó hasta 400-600 dólares, un precio mucho más alto que los 340 dólares actuales. Será clave si se anuncia que el FMI da más tiempo para pagar la deuda: el Fondo lo hará siempre y cuando Alberto mantenga un compromiso sustentable, de terminar con el déficit.

Por todo eso, a contramano de la calma que hubo inmediatamente después del 27 de octubre, durante jueves y viernes el dólar blue volvió a subir: pasó de $ 64 a $ 65,25, y la brecha se estiró hasta el 3,5% y el contado con liquidación se mantiene en $ 78,20, con una brecha del 31,4% con el mayorista.

Y al mismo tiempo, la recuperación que venían mostrando las acciones se transformó en una baja en dólares del 4%. Y los bonos perdieron 3%. Y el riesgo país se empinó nuevamente hasta 2.437 puntos (todavía no son los 2.532 tocados en los primeros días de setiembre), algo que nos deja completamente afuera del crédito voluntario, nacional e internacional.

¿Qué puede pasar de aquí en más? Dependerá del plan que despliegue Alberto Fernández. Sin hacer anuncios, el Presidente electo teje poder. Uno de sus hombres clave, Santiago Cafiero, afirmó que “Cristina Kirchner tendrá un rol central, pero el gabinete lo formará Alberto Fernández”. Y, debe decirse, ya puso en su entorno a gente que Cristina en su momento descartó por completo como Gustavo Beliz y Vilma Ibarra. Buscó apoyo en los gobernadores y la CGT, en los que no todos ven a Cristina con simpatía, sino más bien con cierto recelo. Y sigue mutando: acaba de abandonar sus oficinas en la calle México (donde entraba todo tipo de militantes en plena campaña) y ahora las llevó a Puerto Madero, donde entra un grupo mucho más reducido, que se dedicará a la gestión.

La transición se va acortando. Dentro de cuatro semanas y un día Alberto tendrá que empezar a bajar el martillo. Como acaba de pasar ahora, con el gobernador peronista de Chubut entrando en tensión con los docentes, por lo que hay un paro nacional que sufren todos los chicos del país en sus aulas. Hay temor en muchos sectores y muchas cosas están trabadas en un limbo. Los trabajadores temen que los salarios sigan perdiendo valor. Los acreedores temen que dejen de cobrar los intereses por el dinero que pusieron. Los consumidores temen que los precios se vayan a las nubes. Los productores de granos temen que se les ponga un nuevo impuesto. Y los pobres desesperados temen que la ayuda que tanto necesitan siga sin aparecer. Seguramente Alberto definirá cosas que Cristina y Axel Kicillof resistirán, y recién ahí se podrá ver, o no, un momento crítico de su oportunidad para gobernar. Ya lo dijo el economista Miguel Angel Broda: Alberto deberá armar un rompecabezas tremendo para intentar no perjudicar demasiado a nadie, “será como armar un gran mecano”. Si su intento es sólo con un acuerdo social de precios y salarios, durará poco, como ocurrió en 1973/74.

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