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Superministros o superequipos: ¿Cuál es el esquema organizativo óptimo hoy?

26 noviembre de 2019

Por Pablo Mira Docente e Investigador de la UBA

La danza de nombres para el Ministerio de Economía continúa, y entre candidatos y candidatos surge una preocupación conceptual de suma relevancia. ¿Cuál es el esquema organizativo que debe primar en la ejecución de la política macroeconómica en Argentina presente? Con esquema organizativo me refiero a definir el grado de concentración “óptimo” de poder en manos del titular de una cartera tan importante.

Las hipótesis abundan, y van cambiando a medida que cada esquema muestra su fracaso particular. Argentina es un país donde hacer política económica es sumamente difícil. Lo urgente no deja lugar a lo trascendente y toda medida destinada a realizar un tránsito de mediano plazo hacia una situación mejor en el futuro es tomada como inacción, o bien como un fracaso, en un contexto que la sociedad se muestra ansiosa por obtener resultados inmediatos.

Un estilo es el de convertir a una figura relevante en “ministro estrella”, una suerte de salvador de la economía. Pero existen argumentos atendibles que critican el otorgamiento de “la suma del poder público” a un ministro de alto perfil. Por un lado, están los problemas de incentivos, un superministro que defendiera su propio prestigio podría preferir políticas de corto plazo que tengan éxito durante su gestión, en lugar de medidas de mediano y largo plazo que contribuyeran a un crecimiento lento pero duradero de la economía. A esto debe sumarse la posibilidad de que una personalidad demasiado centrada en sí misma no escuche demasiado a su entorno y cometa errores de política, no corregidos debido el asentimiento temeroso de sus colaboradores.

Los resultados de los superministros en Argentina no han sido nada buenos. Los nombres relevantes que se han hecho cargo de esa cartera y sobre los cuales se depositaron grandes esperanzas, no pudieron a la postre no lograr sus objetivos. En la dura historia económica argentina, sólo un puñado queda relativamente eximidos. En general, se ha demostrado que cuanto más grande y plenipotenciario es el ministro, más fuerte cae después.

La estrategia opuesta es la de evitar a toda costa la concentración de poder en manos de una sola persona y desconcentrar las decisiones en “superequipos”. En algunos casos, esto se debe a la preocupación del propio Presidente de perder protagonismo o control, o bien a la presunción de que los equipos permiten una discusión más adecuada de los temas, asegurando que sólo las mejores propuestas serán consensuadas. Esta lógica se topa con una dificultad evidente: en un país donde la urgencia reina, no siempre hay tiempo para el debate y la discusión pausada. La falta de una cabeza que coordine las decisiones también es problemática. Finalmente, este estilo asume riesgosamente que en economía la opinión democrática necesariamente lleva a la solución correcta.

No quiero pecar de escepticismo por el escepticismo mismo. Es cierto que no hay una solución óptima definida, pero no es imposible encontrar un saludable punto medio. Por un lado, debe reconocerse que la coordinación es esencial. Sin embargo, el líder debe contar además con un equipo bien preparado que le permita delegar tareas específicas de manera confiable.

Hoy el marco de políticas macroeconómicas más relevantes para el país son la política fiscal, la política monetaria/cambiaria, y la política de administración de la deuda. Las tres pueden ser llevadas adelante por cabezas diferentes, pero su interdependencia natural requiere también de su plena coordinación. Hoy en día, esto no necesariamente se extiende con tanta trascendencia a otras áreas como infraestructura, energía o políticas sociales, y por lo tanto las políticas allí pueden ser ejecutadas con cierta independencia, aunque respetando las restricciones que impone la situación actual.

No necesitamos de superministros ni de gurúes, sino de buenos coordinadores con equipos bien estructurados que permitan establecer las guías para resolver por orden de prioridad los problemas que amenazan el futuro de la economía.

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