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Las revueltas sociales y los nuevos negocios

28 noviembre de 2019

Por Marcelo Halperin Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, profesor universitario y consultor de organismos internacionales

Pasaron veinte años desde el viernes 3 de diciembre de 1999, cuando se frustró la inauguración de la “ronda del milenio”. El entonces director de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Mike Moore, anunció desde Seattle, capital del estado de Washington, que no debía esperarse siquiera un comunicado final de la reunión preparatoria que allí había tenido lugar. Miles de agitadores lo impedían.

Una nota de la revista Newsweek atribuyó entonces a Ralph Nader esta frase ilustrativa: “Jamás ha habido en la historia estadounidense un acontecimiento que haya congregado a tantos grupos dispares”. Intentando identificar a los diversos agrupamientos de activistas sociales que participaron de los disturbios, la misma revista enumeró a los de mayor visibilidad: anarquistas opuestos genéricamente a la tecnología, las corporaciones y el consumismo; granjeros franceses protestando contra la alimentación con hormonas del ganado bovino; sanitaristas reclamando el acceso a medicinas más baratas para combatir el sida en los países pobres; ambientalistas que reivindicaban la protección de las especies animales contra la permisividad multilateral frente al comercio internacional de camarones atrapados en redes pero con las que también se sacrificaban tortugas marinas; otros ambientalistas empeñados en denunciar la devastación de las selvas tropicales y sindicalistas que denunciaban la pérdida de empleos por el dumping social en el extranjero.

Esa sorpresiva irrupción de agitadores sociales en los insípidos escenarios de la burocracia internacional fue reeditada en septiembre del 2000, cuando la 55° Asamblea Anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), celebrada en Praga, debió clausurarse un día antes de lo previsto debido a refriegas callejeras que ocasionaron más de quinientas detenciones y alrededor de cien heridos.

En principio podrían interpretarse tales incidentes como indicadores sociales de la declinación del proyecto institucional para la gobernanza mundial que se gestó en la segunda posguerra mediante los acuerdos de Bretton Woods y que había conducido a la creación de tres dispositivos estratégicos: FMI-BM-GATT. No habría motivos para ir más allá y confrontar aquellos incidentes con estas otras revueltas sociales que hoy están brotando en las calles de distintas ciudades latinoamericanas: Caracas, Quito, Bogotá, Santiago de Chile, La Paz.

En tal sentido, parecería que los disturbios contra las iniquidades globales ocurridos veinte años atrás en las sociedades centrales, tendrían poco y nada que ver con las actuales manifestaciones populares contra diferentes gobiernos latinoamericanos. Estas últimas, más allá de las variadas calificaciones ideológicas que se les han endilgado, en todos los casos aparecen como reacción inorgánica frente a insensibilidades políticas y vulneración de derechos esenciales.

Pero quizás corresponda relacionar ambos tipos de eventos, habida cuenta que ocurrieron y ocurren bajo un mismo sistema económico internacional y cuyo proceso de maduración se manifiesta de distinto modo en los centros y en las periferias.

Para empezar, aquellos agitadores sociales que impidieron la realización de la Ronda del Milenio proclamándose voceros de la “antiglobalización”, finalmente contribuyeron a realimentar el sistema que repudiaban. Así, para reforzar la economía global se utilizaron sus mismas reivindicaciones, dando lugar a regulaciones tan diversas como minuciosas haciendo acuerdos internacionales y disposiciones adoptadas por los gobiernos y empresas en los países centrales.

El resultado es conocido: acompañando el frenético ritmo de transformaciones tecnológicas, se multiplican las reglamentaciones precautorias (contra contaminaciones, adulteraciones, fallas técnicas) invocando por un lado el resguardo de los derechos de consumidores y usuarios y, por otro lado, aflora el valor de la seguridad nacional frente a las amenazas imputadas al espionaje y al terrorismo bajo distintas formas. Otras disposiciones llaman a una adecuación progresiva de las actividades productivas a metas de preservación ambiental y protección de la biodiversidad. Y las estrategias de comercialización ensalzan la libertad individual para convalidar elecciones sexuales y modos de convivencia en la privacidad, en tanto por medio de las redes de comunicación electrónica se alimenta la fantasía colectiva de participación ciudadana (“sociedad civil”).

Semejante universo regulatorio indica que aquel movimiento antiglobalización ha sido en la práctica reabsorbido por la economía global. Son sus mismas normas y estándares, valores y fantasías. Pero ya no se trata de reivindicaciones, sino de objetivos e imposiciones de los mercados.

Caben distintas lecturas frente al proceso iniciado por las protestas de fin de siglo y que la economía global terminó asimilando para realimentar los procesos de acumulación reproductiva. Pero en todo caso aún en las sociedades centrales las aspiraciones contestatarias de fin de siglo no parecen haberse cumplido.

En tal sentido, son legítimas preguntas como las siguientes. ¿A qué se han reducido las expectativas que había despertado el desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones para impulsar una democratización universal del conocimiento? ¿Cuál es el grado de viabilidad para el pleno ejercicio de los derechos individuales y sociales ante una colosal concentración de la propiedad y el control de los recursos materiales y digitales de los que dependen las condiciones de subsistencia?

Observando el proceso desde las sociedades periféricas, también a través de dispositivos electrónicos los sujetos son cuidadosamente inducidos a consumir aquellos estándares, valores y fantasías que los rebeldes de fin de siglo habían reclamado y que la globalización terminó recreando para su propia preservación. Pero en las periferias el abanico de carencias tiene un color contrastante y abarcador porque el bienestar prometido, en sus distintas expresiones, rara vez traspasa la luminosidad de las pantallas.

En síntesis, las puebladas urdidas desde “redes sociales” estarían multiplicando en diversas urbanizaciones latinoamericanas una inquietud individual recurrente. ¿Cómo satisfacer demandas del bienestar que me han inculcado cuando ni siquiera puedo descubrir al principio de realidad que las sostiene?

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