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La moda del “patriotismo económico” en Estados Unidos

La senadora Elizabeth Warren, una las candidatas que en estos días integra la terna del Partido Demócrata que exhibe mayor respaldo para disputar la batalla por la Presidencia de Estados Unidos en 2020, saltó al ruedo con una fórmula que imagina audaz y efectiva

05 noviembre de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

La senadora Elizabeth Warren, una las candidatas que en estos días integra la terna del Partido Demócrata que exhibe mayor respaldo para disputar la batalla por la Presidencia de Estados Unidos en 2020, saltó al ruedo con una fórmula que imagina audaz y efectiva. Aboga en favor de la radical sustitución del tóxico e improvisado relato de Donald Trump por un complejo planteo neoproteccionista. Tan grave es la cosa que The Financial Times no duda en calificar sus ideas como una variante de “patriotismo económico”, algo que en su lenguaje periodístico está lejos de ser una virtud.

También hay quien cree, me incluyo en ese bando, que el tesoro doctrinario de Warren es un rejunte de antigüedades y conceptos infundados de “moderna” política comercial, cuya circulación sólo trae a la mesa una elemental caricatura del proteccionismo que desde hace más de treinta años exportan los dirigentes de la social democracia europea. Con el agravante de que la versión estadounidense no cae totalmente en saco roto. Más bien alimenta cierta moda, algo que los pibes llamarían un “trending topic”, capaz de generar pánico empresario y facilitar antes que voltear la reelección de Trump. En ese contexto, la noción “de mal menor o mal conocido” significaría cuatro años adicionales de necia improvisación, guerras comerciales y una recesión económica que, según del Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros analistas, puede devolvernos a la fajina del período 2008/2009.

Algunos observadores de Wall Street estiman que si Trump consigue remontar el juicio político que el pasado jueves aprobó la Cámara de Representantes, las elecciones de noviembre del año que viene sólo definirán qué brujerías y cual de los brujos populistas ocupará, en 2021, el sillón más encumbrado de la Casa Blanca. En ese barrio se dice que Donald puede ganar las presidenciales con la fusta bajo el brazo.

Pero la grieta real que hoy se debate en Estados Unidos únicamente dirime el conflicto entre las recetas del despistado y poco creíble populismo que irradia el corriente inquilino de la Oficina Oval y una versión prepotente del viejo socialismo de mercado a la sueca, el mismo que la nación escandinava dejó a un lado.

Por otra parte, el Senado sigue controlado por el Partido Republicano y la mayoría de sus miembros no evidencia intención alguna de defenestrar al jefe de la Casa Blanca. Más bien se preparan para mirar hacia otro lado y resguardar la continuidad de su temeraria vocación por bastardear una por una las decisiones más estratégicas del poder.

Pero a diferencia del actual Presidente, el enfoque localista y radical de la senadora Warren es básicamente fruto de una visión simplista de la vida, ya que ella no es adicta a la mitomanía ni toma en broma las reglas de la ética. El problema de casi todos los candidatos que pugnan por habitar la Casa Blanca, es que no entienden una jota de política exterior, de equilibrio geoestratégico o de la cultura global necesaria para valorar el diálogo y las opiniones del resto del mundo. La clase política estadounidense observa el planeta como un jardín de infantes que necesita ser educado a golpes de hegemónicos contratos de adhesión. El problema con estos jueguitos no es sólo conceptual ya que, como era previsible, el déficit fiscal de Estados Unidos acaba de tocar los US$ 1.000.000 millones, sigue subiendo, y no da gran margen para corregir disparates estratégicos como la salida de Washington del plan nuclear que existía con Irán u otros errores superlativos como el retiro de tropas de las zonas más calientes del planeta como Siria.

Una recopilación de las opiniones de Warren nos agrega mayor perplejidad. Por ejemplo, la senadora recientemente alegó que las empresas multinacionales no muestran lealtad hacia sus trabajadores, ya que son parte de las cadenas de valor y de la continua búsqueda de mayor competitividad, un reflejo que las lleva a invertir o relocalizar la producción donde los costos son menores y memoria fiscal poco activa. Ante esos datos, la legisladora actúa como si no supiera o no recordara que el 90% del mercado agrícola, de porciones sustanciales de la agroindustria y de las nuevas tecnologías estadounidenses está fuera, no dentro del país, una percepción autista que comparten numerosos miembros de la clase política argentina.

Bajo esa perspectiva, alguien debería explicarle a la senadora que no resulta posible preservar la fidelidad de los clientes extranjeros, cuando toda la estrategia de un país apunta a cerrar la puerta en la nariz al comercio del prójimo. Ello sin contar las penurias del consumidor.

Warren se limitó a comprar y expandir el paquete de proteccionismo regulatorio que nació hace unos sesenta años, y absorbió sus graves contradicciones en los '80, cuando Washington solía presentarse como un poder favorable a la liberalización del comercio mundial y patrocinaba su famoso Consenso. La parte sustantiva de las reglas proteccionistas de la legislación estadounidense se corporiza en las secciones 301 de la Ley de Comercio de 1974 y en la Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962 (Seguridad Nacional), ahora desempolvadas por los apóstoles de Donald Trump.

Gracias a semejante milagro, Washington resucitó ni más ni menos que el comercio administrado y lo aplica a China y otros once países o regiones. No en vano el partido Demócrata se calla la boca y deja hacer al Poder Ejecutivo con un límite. La mayoría del poder legislativo desea recuperar la capacidad de decidir en ese ámbito la forma de aplicar los criterios de Seguridad Nacional al comercio exterior. Ninguna de las fuerzas parlamentarias confía en el criterio de Trump para adoptar en soledad esa clase de decisiones.

Según el resumen de los debates públicos que hizo el corresponsal de The Financial Times en Washington, si la senadora Warren llegase a la Casa Blanca la negociación de acuerdos preferenciales como el de libre comercio que pretendía el Mercosur (hoy no se sabe si el asunto lo continuará el Mercosur, sólo Brasil o quién), está realmente equipado para incorporar cláusulas que exceden las convencionales exigencias sobre estándares laborales y ambientales (un ritual que Estados Unidos le aplica a todos sus socios comerciales, pero jamás adoptó integralmente en su propio territorio).

El paquete de exigencias enumerado por la Elizabeth estadounidense incluye medidas claras sobre defensa de los derechos humanos; libertad religiosa; tangible compromiso con las reglas destinadas a prohibir el tráfico internacional de órganos humanos; leyes específicas destinadas a combatir la corrupción; aplicación de estándares internacionales en materia de lucha contra la evasión fiscal; eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles; normas claras contra las devaluaciones competitivas; y medidas fiscales y de comando y control contra las emisiones que atentan contra el cambio climático.

Ninguna de esas políticas es intrínsecamente objetable. Lo que no se explica ni justifica es por qué son enarboladas como prerrequisitos contractuales de una negociación de libre comercio, en donde el temario específico debe surgir del acceso al mercado de bienes y servicios, las disciplinas sobre competencia, los derechos de propiedad intelectual, los subsidios, las reglas sobre crédito al comercio exterior, las medidas paraarancelarias (sanidad, calidad, medio ambientales y climáticas) y otras disposiciones y aperturas económicas deseadas. En otras palabras, cuando uno habla sobre la liberalización de comercio no suele pensar en una revolución cultural tipo librito rojo de Mao.

Desde esta perspectiva, la senadora hizo suyos muchos de los conceptos que Trump viene bloqueando desde 2017 en todas las Declaraciones del G7, el G20, el FMI y en las Conferencias Ministeriales de la OMC. Ese mecanismo de sabotaje doctrinario se agregó al retiro de Estados Unidos de los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y la Unesco, mientras la misma administración llenaba de cláusulas manipuladoras e ilegales las reglas del nuevo Nafta, el acuerdo bilateral de librecomercio con Japón y las enredadas negociaciones con China.

El otro tema que preocupa y tiene en ascuas al planeta, es la guerra comercial entre Estados Unidos y Pekín, conflicto que, según los anuncios oficiales, estaría moderadamente congelado en su situación actual. En realidad lo estará si los gobiernos pueden acordar nueva sede y fecha de suscripción del texto. ¿Podrán Trump y Xi Jinping combinar fuerzas para resolver semejante dificultad logística?

Los detalles que trascendieron de los acuerdos pactados hasta el momento entre Washington y Pekín para evitar nuevos y unilaterales aumentos arancelarios, no para eliminar la existencia de las ilegales decisiones de política comercial que se aplican desde el año pasado, son muy imprecisos. Existe coincidencia en que el trato alcanzado podría amparar cerca del 60% de los asuntos negociados. En esta primera etapa China resolvería problemas referidos a la administración de las cuotas tarifarias que reducen la eficacia de sus compromisos de importación agrícola y formalizaría la compra directa en Estados Unidos de entre US$ 40.000 y US$ 50.000 millones de productos de ese sector económico; adoptaría medidas para garantizar mayor respeto a las disciplinas sobre propiedad intelectual; ajustaría sus reglas sobre la forzada transferencia de tecnología de las empresas estadounidense que invierten en el territorio de ese país asiático; se formalizaría un compromiso destinado a inhibir las devaluaciones competitivas que afectan al comercio exterior y abriría formalmente la posibilidad de que Pekín autorice inversiones con 100% de capital extranjero en el sector de servicios financieros (en la actualidad, la participación de capitales no chinos en esta última actividad oscila en poco más del 2%).

Sin querer aguar la fiesta, debo reconocer que me alegró bastante que el especialista Stephen S. Roach se alineara, a través de sus reflexiones en Project Syndicate del pasado 25 de octubre, con mi insistente prevención sobre le hecho de que Washington y Pekín hayan decidido crear remedios bilaterales para problemas explícitamente multilaterales, lo que puede deparar un saldo polémico y legalmente objetable en la OMC. Por el momento me limito a reiterar el punto. La prioridad del día es festejar el espíritu de negociación y acuerdo, aunque éste se encuentre cebado por una visible ansiedad electoral.

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