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La democracia republicana está en peligro

21 noviembre de 2019

Por Guillermo Sueldo

Suele presentarse como una constante que los seres humanos repitamos la historia que, aunque maestra de la vida en dinámica permanente, cuando sentimos que algo nos agota o colma nuestra paciencia volvemos a recetas ya probadas creyendo que no desembocarán en los mismos resultados porque muchas formas han cambiado, pero esas formas son sólo factores que no alteran el producto. Algo de eso se mezcla en los acontecimientos de revueltas populares que agitan el mundo.

El anquilosamiento de estructuras burocráticas y de partidos políticos provoca desilusión y, sumando a eso la corrupción, se aumenta el individualismo que a su vez y como efecto de búsqueda superadora hace caer a las personas en un abrazo casi desesperado a ciertos populismos, siendo el descontento generalizado el elemento aglutinador y también plebiscitario que los sostiene.

Parecía que el mundo había experimentado un cambio definitivo luego de la caída del muro de Berlín, el fin de la URSS y la globalización, pero han resurgido los nacionalismos, en ocasiones representados por líderes mundiales de peso y como expresión de fenómenos que también se globalizan de la mano de una extensión mundial de la anti política y anti sistema, como efecto de una desesperación a veces genuina y otras manipulada, con pretensión de liberarse del sufrimiento y la desesperanza.

Los problemas del mundo actual parecen que ya no encuentran cauce en las estructuras tradicionales y entonces aparecen luces que encandilan con proclamas que exaltan el descontento y las grietas culturales como herramientas electorales, aprovechando el germen causado por aquellas estructuras anquilosadas que se han alejado de la población, incluso muchas veces con soberbias intelectuales y medidas políticas que terminan en ilusiones teóricas.

Surgen entonces los candidatos autoritarios que aprovechan el desánimo y canalizan la bronca hacia el sistema o hacia el slogan de “son todos lo mismo”, con utilización de discursos en algunos casos monotemáticos, simplistas y efectistas, que aún con cierto grado de realidad, exacerban a propósito para enardecer el descontento, poniendo a sus líderes en línea directa con el pueblo, sea en discursos de campaña o a través de las redes sociales y en abierta oposición hacia la manipulación de los medios. Es necesario retomar la centralidad y la sensatez, porque los pueblos ya no toleran la desigualdad y el autoritarismo. Pero si no es el propio sistema capaz de dar respuestas adecuadas, entonces se da paso a un anti sistema y al quiebre de la democracia republicana.

Resulta necesario privilegiar medios de participación comunitaria, que implican un sentido de desarrollo colectivo y estratégico orientado a las necesidades de desarrollo humano integral mediante el cual se instrumente un modelo político de pertenencia social. Es decir, colocar al orden económico y político al servicio del ser humano, para que el desarrollo sea el resultado de un compromiso compartido por todos los protagonistas de la vida social, política y económica. Este es el desafío que la gobernabilidad enfrenta ante un mundo que ve desmoronarse sus estructuras tradicionales y que enfrenta la globalización, la crisis del empleo y los efectos devastadores del cambio climático sin adecuadas respuestas, generando el avance de nacionalismos extremos y diversos populismos. Un cóctel peligroso para la estabilidad política.

En consecuencia, el desafío actual es mostrar que la política es la manera de dar cauce a los anhelos sociales, tratando de retomar la centralidad del pensamiento como ícono de sensatez, sentido común y equilibrio, sin caer en ilusiones teóricas para no alimentar a los extremos.

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