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Fernandismo, una megafusión peronista inédita

28 noviembre de 2019

Por Daniel Montoya Consultor estratégico y analista político @DanielMontoya_

“Cristina me dijo un miércoles cuál era su idea. El lunes previo, Wado (de Pedro) me preguntó qué quería hacer y le dije: ganarle a Macri y ser embajador en España”, le confesó Alberto Fernández en diálogo radial al incombustible “Negro” Dolina.

Por si quedaba alguna duda, el mismo Presidente electo se ocupó de despejarla. Hasta hace pocos meses, Alberto tenía más planes de ampliar la familia de Dylan, que de construir un tercer gran liderazgo peronista. El mismo diluyó la idea de que, al momento de aquel encuentro con el muy probable ministro del Interior, estuviese incubando la idea de un liderazgo albertista. En todo caso, apenas soñaba con un proyecto, por cierto muy atractivo, de gestionar la profunda relación diplomática con España y fatigar en los fines de semana el circuito turístico de Plaza Mayor, Museo del Prado, con riguroso cierre de tortilla y vermú en Bodega La Ardosa. Semejante escena de arranque no deja margen para segundas lecturas. Al menemismo y kirchnerismo, ahora no lo sucederá un tercer sello personalizado, sino una megafusión inédita en el peronismo: el fernandismo.

¿Un poder bicéfalo en un espacio tildado de híper verticalista como el peronismo y en un país presidencialista como Argentina? Sí. Y se estamparán contra la pared los que se queden esperando la remake de la última escena sucesoria en el peronismo, en la que el nuevo príncipe “apuñaló” al príncipe anterior. Puntualmente, hablo de la secuencia de traspaso entre el presidente de transición Eduardo Duhalde y su continuador Néstor Kirchner. En la actualidad, una serie de condiciones políticas y económicas vuelven inconveniente, así como improbable, la reproducción del choque de trenes que tantos espectadores interesados aguardan. En primer término, Alberto Fernández más que una lapicera, heredará de Mauricio Macri un lápiz de albañilería punta gruesa que le pasó un camión con acoplado por encima. En números duros, tres de cuatro años del saliente mandato con la economía cayendo y, en 2019, la friolera del 2,5% que, en realidad, vienen a sumarse a los ya desastrosos tres últimos años del segundo mandato de Cristina. Más aún, muchos economistas inclusive hablan de una segunda década pérdida en términos del nulo crecimiento del ingreso per cápita, tal como ocurrió en los tiempos que volvía a despuntar la democracia en Argentina de la mano de Raúl Alfonsín.

Por otra parte, y casi respondiendo a los analistas políticos que dicen, con cabal acierto, que nuestro país no tiene un sistema político vicepresidencial, Cristina se ocupó con mucho esmero de estacionar sus portaviones en la inconmensurable y decisiva provincia de Buenos Aires, emulando la estrategia militar de Estados Unidos en todos los mares del mundo. Como decía Perón, se puede tener razón, pero a la razón hay que apoyarla con el poder. De fuego, se entiende. En tal sentido, la movida de Cristina reproduce en cierta forma, la jugada de Duhalde de abandonar la vicepresidencia y replegarse a la provincia de Buenos Aires en 1991, aunque aún sin un acuerdo financiero como el que acordó el lomense con Menem en su oportunidad, que le permitió hacerse del 10% de la recaudación del impuesto a las ganancias a partir del año 1992. Todo ello, en el marco de un dispositivo administrativo ad hoc, por fuera de Rentas Generales (el sueño del pibe), conocido como Fondo del Conurbano.

A esta altura, nadie puede descartar que no haya ocurrido un pacto de esa naturaleza en el seno del fernandismo, pero está claro que, en el marco de una economía sostenida con alfileres y en el medio de un tsunami regional, cualquier salvaguarda financiera especial para la provincia de Buenos Aires, complementaria a la salvaguarda política ya implementada, puede alcanzar tanto nivel de cumplimiento como el reciente acuerdo financiero con el FMI, en el cual Argentina no llegó a honrar ni el pago de la primera cuota. “No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Bien podría ser ese texto borgeano, la base del acuerdo sellado en aquel supermiércoles en el departamento de Cristina que, de ninguna manera casual, se dio a colación de la elección provincial de Córdoba del domingo anterior, cuando el nuevamente electo gobernador Juan Schiaretti, tuvo por unas pocas horas en su mano, la posibilidad de moldear alguna fórmula alternativa a la que se terminó conociendo el sábado posterior por boca de la propia Cristina.

Por último, ¿qué onda el Gabinete? El anuncio tan esperado por propios y extraños, no hará más que reflejar la negociación de fondo de ese miércoles que, no era ni más ni menos, que la decisión de Cristina de cerrar un acuerdo con el actual licenciatario local de la marca “Tercera Vía” ®, Sergio Massa, el Beto O'Rourke argentino. El acierto en la selección de la prenda de unidad, Alberto Fernández, se hizo evidente al escaso mes del anuncio de la nueva fórmula y por la vía más contundente y porteña posible. “Tomemos un café y terminemos con esto”. By the way, ¿Sergio Massa será Ministro de Hacienda? El camino al 50% estaba sellado. Palo y a la bolsa. Un pacto tan sólido, que hasta resistió la espantosa campaña del Frente de Todos posterior a la PASO, donde los cordobeses volvieron a recordarle a les Fernández que, ante la menor insinuación de prepoteo y malos modales, volverán a votar como los chics Palermo y Recoleta las veces que sea necesario. La letra con sangre entra, in memoriam Francisco de Goya.

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