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El cepo cambiario y las enseñanzas de Prebisch

05 noviembre de 2019

Por Emiliano Libman y Pablo Mira

Por fuerza, los economistas argentinos deben aprender sobre la marcha. Las dificultades que surgen semana a semana los desafía a desarrollar permanentemente nuevas ideas teóricas y aplicadas. El nuevo sistema de control de cambios (el cepo) seguramente nos acompañe por un tiempo, y obliga a pensar opciones para atravesar la transición de manera ordenada, pensando su rol en el mediano plazo.

La experiencia mejor documentada de control de cambios fue la que comenzó en 1931 y finalizó a comienzos de la década siguiente. El protagonista principal que narra los hechos es Raúl Prebisch (foto), pionero de la teoría del desarrollo que teorizó sobre política monetaria y cambiaria enfatizando las disparidades entre centro y periferia. Llega a puestos clave de decisión durante la década infame (por méritos propios) y se ve obligado a improvisar medidas para paliar los efectos colaterales de la crisis del '30, que en América Latina significaron un desplome en el valor de las exportaciones (tanto por precios como por cantidades) y una incesante salida de capitales.

Prebisch narra esta experiencia marcando cinco etapas del control de cambios, que nosotros designaremos como las cinco “re”: reacción, reacomodamiento, reapertura, retorno y reordenamiento.

La primera etapa es la reacción, una mezcla de improvisación y de necesidad de control del sangrado de reservas. La suspensión de la convertibilidad del peso a finales del 1929 se implementó presuponiendo una rápida recuperación del comercio mundial. Pero llegó la gran depresión y tras perder dos tercios de reservas, en 1931 se impone la restricción total. Esta etapa estuvo plagada de errores, como por ejemplo no licitar previamente las compras al exterior, por lo que se podían encargar importaciones sin disponer del cambio. A la hora de repartir las escasas divisas, los importadores ya habían contraído la deuda. El sistema era tan restrictivo que de inmediato nació el mercado paralelo, que en esa época se denominaba “la bolsa negra”.

En 1933 se pone en marcha la etapa de reacomodamiento: se desdobla el mercado en uno oficial y uno libre y se establecen restricciones comerciales. Al tipo oficial se liquidan obligatoriamente las exportaciones tradicionales y las importaciones esenciales. Al tipo de cambio libre se liquidan el resto de las transacciones comerciales y las operaciones financieras en general.

La tercera etapa, de reapertura, comienza a mediados de 1930 cuando la recuperación global permite relajar las restricciones. Se deja apreciar ligeramente el tipo de cambio libre, y se decide mover operaciones de un mercado a otro. Los montos liquidados de los exportadores fueron trasladándose de un mercado a otro: si por la venta de granos antes liquidaba el 80% al mercado oficial y 20% en el mercado libre, la nueva norma estipulaba 60% y 40%. Una lógica similar se aplicó a la importación. El saldo superavitario tendía a apreciar el tipo de cambio, pero el Banco Central se involucró en el mercado de cambios esterilizando para evitar la pérdida de competitividad y el accionar de Prebisch fue reconocido internacionalmente.

Cuando se produce una nueva recesión global se produce la cuarta etapa, que implica un retorno a las restricciones hacia finales de la década. Contra los pronósticos sombríos del propio Prebisch, las exportaciones se desempeñan bastante bien, aunque una parte importante de las ventas se dirigen a Inglaterra, país que abona con saldos en libras bloqueadas. Esto, sumado a la poca inclinación de Estados Unidos de vendernos bienes de capital dada la neutralidad de Argentina durante la Segunda Guerra, dificulta adquirir los indispensables bienes de inversión. A comienzos de los 1940s la economía acumula un importante superávit comercial pero sin tener en qué utilizarlo.

En la quinta fase, pues, el sistema tiende a reordenarse con un criterio concreto. Los controles del comercio se desmantelan y se establece un depósito no remunerado para los capitales de corto plazo, que no podían utilizarse para adquirir bienes de capital.

¿Que nos enseña la historia? Prebisch concluyó que el sistema fue exitoso para facilitar el ajuste del balance de pagos sin obligar a la economía a generar una costosa deflación para recuperar competitividad. Pero en su visión, lo ideal es complementar la regulación de capitales con un estímulo a la industria nacional mediante el uso de tarifas y evitar recurrir a las regulaciones cambiarias como forma de incentivar los sectores productores de bienes transables.

Obviamente, 2019 no es 1930. El comercio mundial ya no es bilateral, la capacidad de restringirlo es limitada, y la producción internacional se halla organizada de otra forma. Además, las regulaciones sobre flujos de capitales no son tan estrictas ni se encuentran generalizadas entre nuestros vecinos. Aun cuando los términos de intercambio cayeron, el control de 2011, a diferencia del “cepo de Prebisch”, obedeció a causas y condicionantes de carácter interno. En 2019 tuvo un rol decisivo el sudden stop experimentado en 2018 más la incertidumbre política reinante. Pero queda claro que hoy estamos viviendo la primera etapa de Prebisch, experiencia que debería servir para evaluar el timing y los métodos adecuados para avanzar hacia una normativa algo más racional que evite los errores de la etapa inicial.

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