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Digitales, analógicos y la transición sin fin

10 noviembre de 2019

Por Patricio G. Talavera

“Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Estanislao Figueras, el primer presidente de la Primera República Española, exclamó ante dirigentes propios en su despacho por las intrigas, crisis y amenazas que poblaban (y pueblan aún), la política española. Acto seguido, se tomó un tren en Atocha y se fue a París sin avisarle a nadie. La Primera República se encaminaba hacia un final asombroso e imprevisto.

Comienza con el desacuerdo entre el PSOE de Pedro Sánchez y Unidos Podemos, donde difícilmente podemos asegurar que hubo una negociación y si un rigodeau de dos parejas donde algunos entran y otros salen, sin motivación de pactar. Los resultados del domingo, en elecciones convocadas ante la falta de conformación de gobierno, dejan algunas conclusiones rápidas.

Sin Cataluña no hay paraíso. Esquerra Republicana, liderada por el hoy preso Oriol Junqueras, es el partido de la centralidad catalana, ganando en todos las provincias menos Barcelona. Sin, como mínimo su abstención, España hoy no será gobernable. El expresidente catalán asilado en Waterloo, Carles Puigdemont, retiene siete bancas claves, lo mismo que el nacionalismo vasco. La política de la identidad, almacén abierto que aprovisiona ilusiones en momentos críticos.

Las llaves de San Pedro. El PSOE del interior castellano, y con él, el secretario general Pedro Sanchez compartían sueño con el Mariano Rajoy del 2016: alcanzar 140 escaños, con aliados jibarizados que permitan un Gobierno monocolor con apoyos puntuales. La cuadratura de Iván Redondo, arquitecto monclovita de la estrategia socialista. “No es no”, fue la respuesta del electorado: 800 mil votos y 3 bancas menos fue la factura de la persistencia mal calculada. Ahora la partitura será de escritura compartida o no será. De tener las llaves, a depender de varios cerrajeros.

Como en cada campaña electoral, todos aseguraban el cadalso final de Pablo Iglesias. Acosado por Iñigo Errejón y la idea de un “Podemos bueno”; la emergencia antisistema de Vox y su novedad; la fortaleza de un PSOE que venía de ganar en abril, y recibía el respaldo en el G8 de Biarritz para situarse como “el partido del orden europeo” en España frente a las travesuras italianas y una Alemania bradicárdica. Pero Iglesias mostró que, como en abril, se crece en la adversidad. Sánchez, apostando por electorados dudosos con respecto su voto, dejó la avenida de la izquierda libre, e Iglesias aceleró. Ahora, con 35 bancas, si España tiene gobierno de izquierdas, será con él. O no será.

Con las tripas. Vox dispara, representando la furia de la España interior, y la reacción del nacionalismo español frente a la “afrenta” catalana. “A por ellos”, en el buque Piolín. Evitar que el país sea más de ellos y menos de mí. Antieuropeismo selectivo para ser mas aceptable en las grandes ciudades. Santiago Abascal sintoniza radio Matteo Salvini, y ajusta sus relojes en la relojería de Steve Bannon. Albert Rivera, aspirante a Emmanuel Macron, termina desplumado, perdiendo casi 50 bancas, las mismas que obtiene Vox, que duplica. Casado tratando de volver a Fraga (100 bancas en los '80), queda sin combustible dos cuadras antes: 87 asientos.

Más no es mejor. 17 partidos representados. 12 de ámbito no estatal. Italia sin italianos. Teruel Existe, pero la gobernabilidad no sabemos. El nuevo Gobierno deberá negociar hasta el agua mineral de las sesiones del Consejo de Ministros.

El empate entre bloques (en 160 bancas) continúa. Sin soluciones de largo plazo, el presente continúa empantanado. Una España que muere, y otra que bosteza. Una de las dos Españas ya nos hiela el corazón. Y nos congela el Gobierno. Sánchez suma con nacionalistas y la izquierda. Pero para ello debe volver al Sánchez de las primarias, y despedirse de la España uninacional. ¿Podrá?

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