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Pobres, no marcianos

21 octubre de 2019

Por Jorge Paz

Durante muchos años los estudios de pobreza se concentraron en cómo medirla: mediante el ingreso, el consumo, la privación en salud y/o educación, etcétera. Sólo recientemente en la historia de la economía, como disciplina científica, han aparecido aportes relacionados a como combatirla y, también, a comprenderla.

Entre los primeros figuran el “invento” latinoamericano de los Programas de Transferencias Monetarias (adjudicado a Santiago Levy), las ayudas a grupos focalizados, los programas alimentarios masivos, y los de empleo. Por su parte, dentro del grupo de investigadores que consideraron la necesidad de reflexionar acerca de sus causas, están Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer, flamantes ganadores del premio que otorga la Real Academia de las Ciencias de Suecia.

En la producción de los galardonados están presente los dos primeros temas. De hecho, usan recurrentemente la medición para cuantificar la magnitud del fenómeno. “Nueve millones de niños mueren anualmente antes de haber cumplido los cinco años (?) Solamente en India, el número de niños en edad escolar que no son capaces de leer un texto sencillo supera los cincuenta millones”, afirman Banerjee y Duflo en su libro “Repensar la Pobreza”. Asimismo, dedican buena parte de sus estudios a tratar el eterno debate de si es conveniente o no la ayuda (al estilo de la Asignación Universal por Hijo) para sacar de la pobreza a las personas. Un debate que, a nivel global, tiene como principales contendientes a los economistas Jeffrey Sachs y William Easterly.

En esta nota me interesa rescatar lo que considero los aportes básicos de los Nobel a los estudios de la pobreza. Pero antes de hacerlo, creo necesario aclarar que ellos trataron temas relacionados con la pobreza trabajando con personas pobres de Asia, Africa y apenas unos pocos países de América

Latina (principalmente México). Las pobrezas que más estudiaron entonces son la asiática y la africanas, y sobre ellas predican.

Claves

Hay, al menos, dos puntos que me parecen clave para entender el aporte de Banerjee, Duflo y Kremer.

La persona pobre no piensa ni actúa diferente que una persona no pobre.

La pobreza genera problemas psíquicos que tienden a somatizarse.

De esos puntos se derivan torrentes de contribuciones y se derriban mitos muy arraigados en la población no pobre, como la palabra “planero” en Argentina para describir de manera despectiva el comportamiento de una persona pobre y beneficiaria de la protección social. Con esta denominación aparece el estereotipo del pobre que lo es por vago. Es decir, “el plan” promovería la vagancia y perpetuaría la pobreza. Los estudios empíricos realizados por los premios Banerjee, Duflo y Kremer muestran que un no pobre actuaría exactamente igual si tuviese la opción de realizar un trabajo despreciable y en condiciones de alta inestabilidad y extremadamente precarias.

Otro tanto sucede con las casas sin terminar. Una de las “Aguafuertes porteñas” de Roberto Arlt lleva por título “Casas sin terminar” y describe la “(?) sensación de misterio y de catástrofe inesperada dan esas construcciones no terminadas, donde, sobre muros a desnivel, se levantan los marcos ennegrecidos, por la intemperie y las aberturas exteriores papadas por chapas de zinc, donde el viento chasquea siniestramente en las noches de invierno”.

El Capítulo 8 de “Repensar la Pobreza” comienza así: “En casi todos los países en desarrollo, al conducir desde el centro a la ciudad en dirección a los suburbios más pobres, sorprende el gran número de casas sin terminar”. La diferencia es que las “casas sin terminar” del relato arltiano han sido abandonadas y son habitadas por “sujetos turbios” mientras que en la de Banerjee y Duflo habitan familias.

¿Por qué los pobres apilan ladrillos y no terminan sus casas? No terminan sus casas porque no tienen dinero para hacerlo, y apilan ladrillos porque es la mejor manera de ahorrar, dada su escasez de recursos. Las casas se terminan ahorrando en ladrillo, por la falta de acceso al crédito, por las necesidades imperiosas de consumo presente frente al consumo futuro. Hay racionalidad económica en esa decisión. El ladrillo es la manera de desplazar el escasísimo excedente del que disponen para consumo futuro y, además, el ladrillo hace desaparecer el dinero de la vista.

También es común escuchar en las conversaciones cotidianas de personas no pobres que los pobres tienes problemas de aprendizaje en la escuela y que son los “chorros” que te roban en la calle. Algunos justifican esta última acción por la necesidad.

Banerjee y Duflo nos advierten que estos comportamientos pueden tener un origen en la escasez de bienes que soporta la población carenciada. La pobreza se somatiza. Hay una correlación estrecha entre la pobreza y los niveles de cortisol. La liberación de cortisol inducida por el estrés afecta el córtex prefrontal, las amígdalas y el hipotálamo, esenciales para el funcionamiento cognitivo. El estrés produce depresión, y esta altera la productividad. A su vez, el cortisol afecta la capacidad de concentración y reduce marcadamente la decisión de tomar una decisión económica “correcta” ante la presencia de varias alternativas. También existen pruebas de que los aumentos de los niveles de cortisol están asociados a mayor agresividad y propensión a la violencia de todo tipo.

Hay un último aspecto destacable. Los recientes ganadores del Premio Nobel forman parte del grupo de los economistas experimentales. La idea de base es evaluar el impacto y la efectividad de las políticas antipobreza en grupos pequeños antes de ser aplicadas de manera masiva. Si bien la lógica es absolutamente racional (¿por qué un Estado gastará dinero en una política que no genere los resultados buscados?), los últimos estudios sobre este tema muestran los llamados “problemas de escala”. Sucede que políticas que tienen un alto impacto a nivel de pequeños grupos, pero cuando son aplicadas a escala global es resultado se diluye. Aquí hay un punto claro de posibles desafíos que enfrenta la economía mirando hacia el futuro.

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