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La “revolución del Metro” derrumba el modelo económico chileno

La insurrección de estos días, al igual que en 2001 en Argentina, es un punto de inflexión para Chile, que deberá expandir el gasto público y revertir muchas de las reformas neoliberales de las últimas décadas si se propone avanzar hacia un modelo de crecimiento más inclusivo.

Pablo Maas 23 octubre de 2019

Por Pablo Maas 

La insurrección de estos días, al igual que la de diciembre de 2001 en Argentina, es un punto de inflexión histórico para Chile, que deberá expandir el gasto público y revertir muchas de las reformas neoliberales de las últimas décadas si se propone avanzar hacia un modelo de crecimiento más inclusivo. La rebelión, liderada por una generación joven que creció sin miedo al terror pinochetista, es un golpe al corazón del experimento iniciado por los Chicago boys que el premio Nobel de economía, Paul Samuelson, describió célebremente como “fascismo de mercado”. La transición a la democracia, a partir de 1990, no cambió los fundamentos de un modelo basado en un Estado mínimo, que confió principalmente al mercado la provisión de salud, educación y jubilaciones.

El núcleo del malestar social reside en la persistente alta desigualdad y baja movilidad social del país. En el que tal vez sea el mejor estudio reciente sobre el fenómeno, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), señala que la desigualdad es parte de la historia de Chile: una estructura productiva con jubilaciones y salarios muy bajos, fuerte concentración de ingresos y la propiedad, un insuficiente aporte de los impuestos, transferencias y la seguridad social para moderar la desigualdad y un sistema educativo que aspira a igualar oportunidades, pero que no lo logra. El 1% de la población concentra el 25% del ingreso nacional. Y la desigualdad se siente en la calle todos los días.

“La gente se queja de un maltrato sistemático, maltrato en el trabajo, maltrato por la gente de mayores ingresos, maltrato en la vía pública”, describe Dante Contreras, director del Centro de estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y profesor de economía y negocios de la Universidad de Chile, citado por el diario La Tercera. Y maltrato de funcionarios, se podría agregar, como el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, que el 7 de octubre sugirió levantarse más temprano para evitar los efectos del alza en el pasaje del Metro de Santiago en las horas pico.

El aumento de 30 pesos (cuatro centavos de dólar) fue decidido por un panel de expertos en función de una serie de parámetros económicos y financieros, en una lógica tecnocrática que parece estar naturalizada en la cultura de gran parte de la clase dirigente. Pero fue la chispa que encendió la pradera. “No son treinta pesos, son treinta años”, coreaban las multitudes de descontentos en medio de estruendosos cacerolazos. El fin de semana mostró el costo de la decisión: 15 muertos, decenas de heridos, centenares de detenidos y pérdidas económicas por US$ 300 millones.

La reacción inicial del presidente Piñera la noche del domingo fue de furia. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, dijo antes de ordenar el estado de emergencia, que escaló en pocas horas al toque de queda y control militar en varias ciudades del país. El propio comandante militar del operativo, general Javier Iturriaga, dejó en ridículo al presidente cuando afirmó: “Yo soy un hombre feliz, no estoy en guerra con nadie”. Para el presidente del Senado, el opositor Jaime Quintana (socialdemócrata), “es un profundo error usar ese lenguaje. Lo que hay son actos delictuales que no han tenido una respuesta eficaz, y un malestar ciudadano acumulado del cual todos tenemos que hacernos cargo”.

En otro paralelismo con la política argentina, Piñera se serenó al día siguiente cuando en un mensaje televisado pidió disculpas por su exabrupto, revirtió el alza del transporte y convocó a todas las fuerzas políticas a un acuerdo social. Si realmente se propone calmar los ánimos, Piñera deberá hacer concesiones para corregir una sociedad y una economía que, tras una aparente prosperidad, un oasis, como la describió en una entrevista con el Financial Times publicada 24 horas antes del estallido, luce severamente desequilibrada. Los chilenos, “no sólo están enojados por el precio del transporte”, dice el semanario The Economist. “Pagan un montón por el sistema de salud y generalmente tienen que esperar largos períodos para ver a un médico. La educación pública es pobre. Las pensiones, manejadas por firmas privadas bajo un sistema establecido por el régimen de Pinochet, son bajas. La creciente inequidad aviva el enojo. En 2017, los ingresos del decil más rico fue 39,1 veces más alto que el del decil más pobre, un alza desde las 30,8 veces en 2006. La mitad de los chilenos ganan menos de $400.000 (US$ 550) al mes. Y, encima de todo eso, viene el alza de los pasajes en la que ya es una de las ciudades más caras de América del Sur”.

Así está el llamado “milagro económico” chileno. El acuerdo social deberá ir más allá de la retórica y encarar de verdad la tarea redistributiva, con el consiguiente costo fiscal. Según Contreras, si esto no ocurre, la violencia podrá apaciguarse hoy, pero volverá a estallar. “Tener una sociedad más igualitaria contribuye a la paz social, contribuye al crecimiento y al desarrollo económico”, dijo. “Lo que ha pasado en Chile es un antes y un después”, admitió Joaquín Lavin, alcalde de la rica comuna de Las Condes y dirigente histórico de la UDI (derecha). La revolución del Metro puede cambiar la historia en Chile.

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“Tendremos que disminuir nuestros privilegios”

“Creo que lo más importante es tratar de que nosotros mantengamos la cabeza fría, no seguir calentándonos, porque lo que viene es muy, muy grave”, dijo Cecilia Morel, primera dama de Chile, en un audio de WhatsApp que circuló ayer y se viralizó. “Adelantaron el toque de queda porque se supo que la estrategia es romper toda la cadena de abastecimiento de alimentos, incluso en algunas zonas el agua, las farmacias, intentaron quemar un hospital y también tomar el aeropuerto. Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirla”, señaló Morel en un audio a una amiga. “Por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen para racionar la comida. Tendremos que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”, dijo Morel en un audio más que revelador.

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