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La nueva guerra comercial y el futuro de los biocombustibles

07 octubre de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

A esta altura se requiere un doctorado en incoherencia para entender las tragicómicas explicaciones del Presidente de Estados Unidos acerca del juicio político que iniciaron en su contra los legisladores demócratas de la Cámara de Representantes. Tampoco son lógicas las reacciones de ese gobierno cuando el periodismo le pregunta si piensa darle tono de guerra comercial a las represalias destinadas a compensar el daño que vienen ocasionando los subsidios ilegales que apuntalan la actividad de Airbus. En lo único que Washington insinuó alguna novedad de política comercial, es al explicar con gran despliegue el concepto de América Primero en los nuevos enfoques de promoción de biocombustibles, introducidos el pasado viernes por el secretario de Agricultura y el administrador de la Agencia de Protección Ambiental de ese país (Usda y EPA respectivamente). Entre los que no somos expertos en la materia, el paquete enunciado parece un evento destinado con mayor énfasis a crear demanda local para el maíz y la soja estadounidenses que fueron desalojadas del mercado chino, que una inquietud estratégica referida a la bioenergía o a las acciones creadas para mitigar el Cambio Climático.

El análisis pormenorizado de estos hechos sugiere que la mayoría de esas respuestas no tienen visos de dar en el clavo. Aun cuando el diagnóstico original de Washington sobre la política comercial de China fue objetivamente acertado, el vicio de emplear masivos aumentos ilegales y unilaterales de aranceles a la importación como los que dieron vida a la guerra de comercio e inversiones que hace más de un año sostiene Estados Unidos con ese país, guerra que poco a poco se extiende a otra escala pero a muchos otros socios de su intercambio, están colmando la paciencia del planeta. A la hora de hacer un balance, hasta el último viernes la disputa con Pekín no parecía resuelta y sonaba muy aventurado el saber, tras muchos intentos fallidos, si la próxima misión de alto nivel de China que llegará a Washington el 10 de octubre, habrá de servir para algo (el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales ?el Csis? se preguntaba, también el viernes, si las partes se proponen cerrar un buen trato o romper de una vez la negociación en curso). El único factor que podría alterar estas colisiones, es la acuciante necesidad de dar buenas noticias que tiene el Jefe de la Casa Blanca, quien dentro de trece meses deberá competir por su reelección.

En Europa las cosas no están mucho más ordenadas, ya que a fin de mes cambia de manos la plana mayor de la Comisión de la UE. No obstante ello, no deja de llamar la atención que la interlocutora de los ministros de Relaciones Exteriores y de Producción de nuestro país, Jorge Faurié y Dante Sica en la negociación del borrador de acuerdo UE-Mercosur, la Comisionada de Comercio, Cecilia Malmström, eludiera el llamado a comparecer ante el Euro-Parlamento para explicar en detalle el texto de ese acuerdo. Sólo se especula si lo suyo es precaución o maniobra política. Sobre todo porque su sucesor, el actual comisionado de Agricultura, el irlandés Phil Hogan, proviene de uno de los cuatro países de la UE que dicen rechazar la firma del aludido Acuerdo, etapa que todavía no se alcanzó ya que aún se trabaja a todo vapor en el ensamble y el barrido legal del texto (el club de los que rechazan el Acuerdo se compone, hasta el momento, por Francia, Austria, Irlanda y Luxemburgo). Si uno toma al pie de la letra la visión que dio Hogan de su mandato al Comité de Comercio del Euro-Parlamento hace pocas horas, es la de un gladiador de la autosuficiencia agrícola y del desarrollo sostenible, diagnóstico que sólo los expertos en política comercial suelen pescar al vuelo.

De todos modos, la mayor fragilidad política está en Washington. A poco de terminar el tercero de los cuatro años de mandato, el gobierno de Trump no logró reducir el déficit de su comercio internacional, una prioridad de su gestión mercantilista. De hecho los números se ven mucho peor que antes, inclusive los del balance con China tras el fuerte aumento de los aranceles de importación. Con la salvedad de Corea del Sur, ninguna de las enmiendas que vienen negociando los equipos de la Casa Blanca fueron aprobadas, ratificadas y están en vigor. Con el agravante de que la pérdida de los mercados agrícolas por la exasperante belicosidad de su política comercial, hizo que los productores debieran ser compensados con subsidios bienales y suplementarios de ayuda doméstica que oscilaron en unos US$ 28.000 millones, un atajo que sería bueno debatir a fondo en el Comité de Agricultura de la OMC (debatir supone evaluar la consistencia legal de la medida).

A pesar de ello, la pasada semana Trump y sus apóstoles rechazaron con energía, y en concreto, la ofrenda de paz de la Unión Europea (UE) en torno a la disputa sobre los ilegales subsidios que tanto Boeing como Airbus reciben para el desarrollo de sus actividades. Ambos, el presidente de la Comisión y la comisionada de Comercio de la UE (ver el sitio de Internet de ésta última), le reiteraron a Washington que siempre es mejor negociar alternativas de preservación y expansión del intercambio que hacer uso del derecho legal a matar la proporción de comercio que ya autorizó y la que todavía debe autorizar la OMC en esa disputa. Ante semejante respuesta Bruselas indicó que no le quedará más remedio que devolverle la atención con la misma moneda. Si bien Estados Unidos puede restringir de inmediato comercio por US$ 7.500 millones del flujo que suele venir de la otra orilla del Atlántico, el monto que se permitirá a la UE es aún ignoto. Obviamente no serán centavos.

De este modo, el planeta retoma el guión de una película que se escribió en 1930, cuando la enmienda legislativa SmootHawley del Congreso de Estados Unidos (un aumento horizontal de aranceles de importación que produjo la automática réplica de las naciones afectadas), originó un severo y completo desastre. La decisión redujo el intercambio global de un año para el otro en cerca del 70%, lo que agravó y extendió en forma masiva tanto el cierre de empresas como la pérdida de fuentes de trabajo en muchos rincones del mundo, lo que fue un aporte sustantivo a los fenómenos que provocaron la Segunda Guerra Mundial.

El viernes por la mañana me llegó en forma directa una copia de la declaración del presidente de las Euro-Cámaras (EuroChambres), Christoph Leiti, quien se pronunció en igual sentido que las autoridades de Europa El dirigente empresario recordó que con la movida en curso van a ser perjudicados sectores económicos distintos a los involucrados en la disputa, ya que el gobierno afectado elige las ramas de actividad con los que desea resarcirse del daño a sus exportaciones cuya exportación ya no podrá acceder al territorio estadounidense. En la masacre sufrirán muchas pymes. El Gobierno de España convocó al embajador de Estados Unidos en Madrid, para expresarle su preocupación y rechazo de las medidas orientadas a destruir comercio (entre las represalias de Washington se contempla al sector olivícola español). Va de suyo que las entidades empresarias de Estados Unidos, como la Cámara de Comercio, suscriben la idea de alcanzar una solución negociada antes que matar intercambio legítimo.

El anuncio sobre biocombustibles refuerza la idea de que América Primero no contempla la ayuda a otras economías. Los dos combustibles a promover son el etanol y el biodiésel. O sea la bioenergía con insumos de primera generación, la opción que decidió erradicar Bruselas por considerar que tal uso de la tierra fue el origen de la crisis alimentaria que provocó la artificial escasez de oferta y el aumento de los precios internacionales en 2008/2011. Los europeos sostenían que la bioenergía de primera generación produce más emisiones tóxicas que el uso de la energía no renovable y por lo tanto erosiona la lucha contra el cambio climático. El objetivo de la medida, sostuvo Washington, es respaldar el crecimiento económico y la solvencia de sus productores, de modo que no es un debate acerca de la función ambiental de la energía renovable. O al menos así suenan el texto y las declaraciones efectuadas el viernes pasado. El lenguaje de las autoridades es también una forma tácita de decir que este negocio es para sostener la producción interna, no para abrir más la economía a la importación de bioenergía.

La declaración exalta el éxito logrado con la mezcla E15, o sea la que consiste en emplear etanol en una proporción del 15%. El propósito del nuevo plan es determinar la viabilidad y consenso público que hay para aumentar esa proporción en 2020. EPA se propone establecer la factibilidad y la incidencia de colocar en el mercado más de 15.000 millones de galones de etanol durante ese año. Asimismo, la posibilidad de alcanzar el objetivo relacionado con el uso de la biomasa establecido para el biodiesel. La EPA adoptaría las decisiones del caso a fines del corriente año. Adicionalmente, la medida brindará oxígeno a las pequeñas refinerías, muchas de ellas al borde de la quiebra. El gobierno también se propone autorizar la venta de biocombustibles durante todo el año, lo que implica el fin de la restricción estacional. Obviamente, todas estas disposiciones suponen la reforma de la Ley sobre Standard de Combustibles Renovables (en inglés RFS).

Con el nuevo enfoque, Estados Unidos va en dirección opuesta a la Unión Europea, cuyas autoridades decidieron sacar de la cancha a los insumos de primera generación, leáse biocombustibles elaborados con materias primas agrícolas.

En primera lectura, el paquete da la idea de que América Primero equivale a proteccionismo de elite. Nunca lo hubiera imaginado de mi amigo Donald.

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