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La guerra comercial acelera la desglobalización

Para Argentina, que tiene una necesidad imperiosa de aumentar sus exportaciones, este nuevo contexto mundial es insoslayable. Durante muchos años se repitió que el país debía abrirse al mundo e integrarse a las cadenas de valor globales, pero ahora el mundo parece darse vuelta.

Pablo Maas 09 octubre de 2019

Por Pablo Maas

El comercio internacional de mercancías tendrá un crecimiento raquítico este año. La Organización Mundial de Comercio (OMC) acaba de reducir su pronóstico de aumento del intercambio global a menos de la mitad de lo que preveía hace seis meses. No es difícil identificar las causas: el recrudecimiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China y la desaceleración de la economía mundial se están combinando para acelerar la desglobalización.

Esto ocurre cuando el comercio internacional crece menos que el PIB mundial y es justo lo que está sucediendo ahora mismo. Según la OMC, el volumen de intercambio mundial de mercancías aumentará apenas 1,2% en 2019. En abril, los economistas de la organización pronosticaban 2,6%. Y para 2020, redujeron sus pronósticos del 3% al 2,7%. Se estima que el producto mundial se expandirá este año a una tasa del 2,3%. De modo que el comercio está creciendo a un ritmo que es casi la mitad del aumento del PIB global.

La globalización tuvo un primer ataque cardíaco severo durante la Gran Recesión de 2007/2008, cuando las flotas mercantes se quedaron varadas en los puertos sin nada que transportar y los flujos de capital transfronterizos cesaron de la noche a la mañana. Tras varios años vino una recuperación y finalmente en 2017 el comercio volvió a aumentar a la robusta tasa del 4,6% (contra 3% del PIB mundial). Pero después pasaron cosas, incluyendo a Donald Trump, el Brexit, los chalecos amarillos y otros descontentos de la globalización. Lo que se pensaba que era como un fenómeno de la naturaleza al que era inútil oponerse, está probando ser más político que otra cosa. La edad de oro de la globalización, en la década de 1990, coincidió con el auge del Consenso de Washington, con su libreto de liberalización a ultranza del comercio de mercancías, servicios y flujos financieros. Era la época en que el bacalao noruego se fileteaba en China, se envasaba en México y volvía al supermercado de Oslo después de dar la vuelta al mundo. Pero en los '90 el petróleo costaba US$ 12 el barril.

Con la obsesión por el calentamiento global al tope de la agenda, unas prácticas comerciales como estas serían hoy el sumumm de la incorrección política. Con la Gran Recesión, además, se cayó el manual de instrucciones del Consenso de Washington, que hasta ahora no ha encontrado reemplazante. “Las reglas del comercio, dice The Economist, están siendo reescritas alrededor del mundo. El principio de que los inversionistas o las empresas debieran ser tratadas igualitariamente sin importar su nacionalidad está siendo enterrado”.

Que las nacionalidades han vuelto a ser importantes lo están experimentando en estos días varios países europeos a los que Estados Unidos viene de imponerles tarifas de importación de hasta el 25%. Se trata de una represalia, pero esta vez autorizada por la OMC, a consecuencia de una disputa de larga data entre Boeing y Airbus, los dos mayores fabricantes mundiales de aviones. La OMC dictaminó que EE.UU. tiene derecho a cobrar impuestos de importación por hasta US$ 7.500 millones a los europeos en compensación por las pérdidas sufridas por su campeón aeronáutico nacional, provocadas por subsidios otorgados por la UE a Airbus.

De inmediato, el Representante Comercial de EE.UU. anunció aranceles de 10% para los aviones y del 25%, a partir del 18 de octubre, para una lista de productos agrícolas que harían la delicia de cualquier gourmand: vinos franceses, aceite de oliva español, queso parmesano, ciertos whiskeys, mejillones belgas y café alemán. La disputa entre Boeing y Airbus es de una importancia estratégica, porque involucra a una de las cadenas de valor más valiosas, complejas y emblemáticas de la globalización, con centenares de proveedores de numerosos países que suministran miles de componentes. De hecho, y en un comunicado rechazando los nuevos aranceles, Airbus alertó que en los próximos meses la OMC determinará el importe de las contramedidas arancelarias que la UE podrá imponer a los productos estadounidenses ?incluidos los aviones Boeing importados? en la causa paralela que se sigue sobre la ilegalidad de subvenciones concedidas a Boeing.

De paso, Airbus informó que “cerca del 40% de las compras de Airbus de productos aeronáuticos se realizan a proveedores aeroespaciales de Estados Unidos. Esta cadena de suministro sostiene 275.000 puestos de trabajo americanos en 40 estados con un gasto que solo en los últimos tres años ha alcanzado la cifra de US$ 50.000 millones. Si se aplican los aranceles, la totalidad de la industria mundial sufrirá sus consecuencias”. En otras palabras, adiós a la “cadena de valor”.

Para Argentina, que tiene una necesidad imperiosa de aumentar sus exportaciones, este nuevo contexto mundial es insoslayable. Durante muchos años se repitió como un mantra que el país debía abrirse al mundo, integrándose a las cadenas de valor globales. Ahora que el mundo parece darse vuelta y las cadenas se rompen, deberá encontrar un nuevo relato. La desglobalización puede no ser necesariamente una tragedia para el país. El año pasado, la Argentina pudo obtener cupos de exportación sin aranceles de acero y aluminio al mercado estadounidense, en el medio de sanciones comerciales de Washington contra China y sus propios socios del NAFTA. Ahora mismo podría tener oportunidades en alimentos y bebidas a partir de las sanciones a productores europeos. Los nuevos aranceles, por ejemplo, afectan a unos 1.000 millones de dólares de importaciones de vino francés. Será cuestión de convencer a los consumidores estadounidenses de cambiar los Bordeaux y los Beaujolais por el Malbec.

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