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En el país de las crisis, la representación política sigue en pie

El duelo de las minorías intensas y la capacidad de construir mayoría en un contexto de dificultades sociales crecientes. El aprendizaje de 2001.

21 octubre de 2019

Por Néstor Leone

Cristina Kirchner concluyó su mandato, el 9 de diciembre de 2015, con una Plaza de Mayo colmada, luego de ocho años de gestión y doce de ciclo político. Un hecho político inédito en sí mismo, para un país de finales abruptos o muy desgastados. La minoría intensa que la apoyaba, ese núcleo duro persistente que supo construir, no le fue suficiente entonces para garantizarse una sucesión acorde y, menos, para volver a construir mayoría. Y ya en el llano, CFK tuvo que lidiar contra las causas judiciales y hacer frente a los que cuestionaban su liderazgo. De todos modos, aun asediada, pudo conducir los tiempos de la fragmentada oposición, rearticular el entramado social y político de perjudicados por la política de Cambiemos y convertirse en electora del Frente de Todos, confluencia política en la que fue protagonista clave.

El presidente Mauricio Macri muestra por estos días que llega a final de mandato atravesado por una crisis socioeconómica profunda, con un balance negativo respecto de lo que había prometido hace cuatro años en sus discursos y con bajísima probabilidad de éxito en su intento de reelección. Pero tanto la movilización del sábado pasado en el Obelisco, con cientos de miles de personas en las calles del centro porteño, como otros actos de campaña en el interior, muestran no sólo la decisión oficial de reemplazar el big data, la segmentación y la viralización a través de las redes sociales como principal vía de interacción por una estrategia más territorial y clásica, sino también cierta capacidad de retener a una porción importante de su electorado, consustanciada con su figura. Y, sobre todo, refractaria al kirchnerismo y, en grado diverso, del peronismo.

Hay crisis en varios niveles y dimensiones, pero la sociedad se siente representada por oficialismo y oposición.

Los dos casos mencionados, distintos y atravesados por lógicas diferenciadas, son indicadores del tipo de recomposición que experimentó el sistema político durante los últimos años. Y, sobre todo, cuan distante resulta la situación actual, con sus crisis recurrentes e intensas, respecto de la de 2001. Hay crisis en varios niveles y dimensiones y está en disputa el horizonte de sentido que tendrían que tener las políticas públicas, pero la sociedad (o sectores mayoritarias de ella) se siente representada, con vínculos identitarios, emotivos y racionales muy fuertes con los principales espacios existentes. Lejos, por cierto, del “que se vayan todos”. Pero, también, sin outsider o antisistémicos que pretendan hacer implosionar los vínculos de representación existentes “desde afuera”.

Luego de la crisis de 2001 y el interregno de Eduardo Duhalde, el kirchnerismo tuvo la capacidad de generar un orden político en el que no lo había, de procesar demandas diversas y de rearticular detrás del Frente para la Victoria a la multiplicidad de liderazgos territoriales del peronismo con otros movimientos sociales y políticos. Esto le sirvió para construir mayoría de manera coyuntural e intermitente, mientras el resto del sistema político proseguía inmerso en un fuerte vacío de representación, con alianzas electorales que en algunos casos resultaba eficaces para ganar elecciones distritales pero sin capacidad para convertirse en alternativa. Las demandas por la inseguridad, el llamado “conflicto del campo” y la sucesión cacerolazos por demandas diversas, en ese sentido, fueron emergentes de ese vacío. Que recién Cambiemos, en 2015, pudo comenzar a llenar. Incluso como experiencia y aprendizaje respecto de la crisis de 2001.

Juntos por el Cambio persiste como minoría intensa. El kirchnerismo también. Y tiene la capacidad de construir mayoría.

El kirchnerismo persiste como minoría intensa. Cambiemos, o Juntos por el Cambio, también. La diferencia en esta ocasión es que el primero de los espacios (con Cristina como conductora de sus pasos y tiempos) logró sumar a aquellos sectores políticos y segmentos sociales que le habían dado la espalda desde 2011. Sectores políticos que en algún momento pretendieron convertirse en representantes únicos de aquellos segmentos sociales heterogéneos, apolíticos, independientes, lábiles o ajenos a la disputa de fondo, y no pudieron. La unidad en el Frente de Todos (del peronismo, pero también de otros actores) es ese plus que hoy Alberto Fernández puede capitalizar con cierta holgura.

Para el final una serie de preguntas. ¿Podrá el Frente de Todos consolidarse en el tiempo y procesar las demandas diversas, muchas veces contradictorias, de los sectores sociales que lo apoyan en un contexto altamente complejo? ¿Tendrá capacidad para generar nueva institucionalidad política y mantener el caudal de convencidos más allá de su núcleo duro? ¿Podrá Cambiemos o Juntos por el Cambio mantenerse unido en la oposición? ¿Tendrá la capacidad de hacer confluir, desde el llano, posiciones fuertemente confrontativas y hasta impugnadoras de algunos dirigentes del Frente de Todos con otras más moderadas?

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