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El currículum de un buen canciller y otros asuntos

15 octubre de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Días atrás, el canciller Jorge Faurie decidió sermonear al ingeniero agrónomo Felipe Solá, que figura en todos los “rumores oficiales” como el más firme de los candidatos a heredar su cargo si prospera la fórmula que encabezan los doctores Alberto y Cristina Fernández. Nadie supo por qué su ideario apareció y desapareció como un fogonazo periodístico. Tampoco hay pistas que ayuden a entender la advertencia dirigida a la persona, no a las ideas específicas de Solá (las que hasta el momento no son muy conocidas), ni cuales fueron los motivos que lo impulsaron a recordarle que, como cualquier aspirante a dirigir la política exterior, debería formarse e informarse adecuadamente. O por qué no incursionó en requisitos más detallados como la necesidad de tener una visión estratégica, de definir criterios de conducción y organización aplicables a la tarea de tan peculiar Ministerio, o de valorizar el papel que juega la experiencia a la hora de entender el genuino sentido de todo lo que se dice, firma o hace en nombre del Gorro Frigio. Estoy seguro de que las enseñanzas de Faurie, con algunos retoques, no sólo le serían útiles al candidato que él eligió como blanco, sino también a todos los que aspiran a llegar o seguir en un cargo público.

Muchas de esos conocimientos hoy se aprenden con mayor precisión en la lucha cotidiana que en la vida académica, ya que los foros del pensamiento tienden a seguir, salvo notables y respetables casos, con exasperante retraso la evolución de los hechos. Y debido a que el desafío de enseñar, lleva a cuestas el requisito de saber, se impone la sabiduría de pensar lo que se afirma. Sobre todo en un contexto nacional en el que hay mucha gente asertiva que cree que sabe, que es la peor expresión de la ignorancia.

En el remoto pasado Solá llegó a decir que el manejo de algunos temas internacionales y de maltrato al desarrollo agrícola, sólo requería una adecuada visión política. Quizás su afirmación fue algo temperamental, porque venía de renunciarle al presidente Carlos Menem. Si aún preserva o cree en las virtudes de ese enfoque, es posible que caiga en simplificaciones que lo lleven a cometer muchos y gruesos errores. O lo van a dejar sometido y ninguneado a colegas de otros países que poseen una visión más integral y actualizada de los hechos.

Pero la gente no sólo envejece, sino también cambia. Por ello habría que dejar que todos los aspirantes al poder hagan conocer sus ideas y objetivos, como si realmente estuviéramos viviendo en una democracia y la transparencia fuese un requisito de la convivencia social y política. No menos importantes son las preguntas que sobrevolarán acerca de por qué los cancilleres de todos los colores no llevan esos grandes desafíos de la intimidad del poder político al debate habitual del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) o de las instituciones de reflexión de la sociedad civil, ya que el sistema de elección y formación de la diplomacia es bastante más riguroso para quienes son parte de la carrera profesional, que las exigencias impuestas por los gobernantes de turno a los que consideran miembros elegibles del gabinete nacional, donde el factor que importa es la confianza y lealtad política, un concepto algo difuso y a medida de los interlocutores. Todos los que trabajan para el Gobierno están obligados a la lealtad, inclusive a la crítica leal y oportuna. Casi nunca se eligen cancilleres teniendo en cuenta el verdadero perfil de exigencias que demanda el cargo. Casi siempre se suele llegar a la cúspide del poder por amistad, lealtad o un trato especial con el líder. Esto último no está bien ni mal, no alcanza para ser un buen ministro. El mundo de hoy es muchísimo más exigente. Ningún actor de esta trama puede descartar que algo salga mal y se tope con un diálogo en el que interviene el maldito colega que conoce en profundidad los temas y puede hablar o negociar sin leer sus machetes. Con resúmenes de diez líneas, como los que habitualmente llegan al Presidente y los ministros, casi ninguno va bien preparado para una repregunta, el segundo round o un profundo intercambio de opiniones. Y, lo que es peor, no tienen la sangre fría para decir “déjame pensarlo y te contesto en una semana”. El canciller debe contestar bien, no sólo rápido.

La enseñanza útil que nos depara el episodio, es que el recurso del ataque personal no se corresponde con la lista de méritos que debe exhibir un buen ministro. Un canciller es, o debería ser esencialmente un (o una) estratega, un forjador de consensos, un negociador nato y un promotor natural de los intereses nacionales, actividades que no se instrumentan al boleo. Siempre caen en un contexto que obliga a dominar tanto las reglas escritas como no escritas. Es alguien que sabe leer la realidad y descartar el papel de efímero exportador de relatos, ya que nadie toma al que no puede traducir en propuesta confiable y digerible el interés de su país.

Quienes ya están en el juego, son conscientes de que pertenecer al círculo de confianza de determinada voluntad presidencial, quienquiera sea al portador de esa voluntad, o llegar al sillón como fruto de una transacción de la política, es sólo parte del trato y del escenario. En esos recintos se necesita tener una brújula infalible para definir la inserción del país en el mundo.

Un análisis serio e histórico de la política exterior, permitiría establecer que ninguna fuerza política está en condiciones éticas de tirar la primera piedra. Las ideas más claras que llegaron a la cúspide fueron opacadas por su pésima instrumentación y la total falta de conciencia de que mucho de lo que se reivindica como éxito, no es patrimonio existente, o que su contenido resulta, como fruto de una inapropiada lectura profesional, un enorme paso atrás o una innecesaria hipoteca. Todavía no hubo, por ejemplo, una metódica y adecuada lectura técnico-política del borrador de Acuerdo birregional UE-Mercosur (un análisis más detallado de este tema puede encontrarse en el Informe Económico Mensual de la Universidad del Salvador de agosto pasado). Esa lectura supone analizar párrafo por párrafo el texto que haya surgido tras la “escoba legal” con representantes de la sociedad civil y con gente que realmente puede leer esos contenidos.

Alguno de los actores involucrados en este juego me dijo, hace mucho tiempo, que los “votos legitiman todo”. Ante los hechos debo reconocer que sólo me estaba describiendo una tangible y detestable verdad. Tal premisa supone aceptar que mañana podremos votar el pronóstico meteorológico o el resultado de un partido de tenis. No hay manera de conducir el país aceptando tal premisa.

Un buen canciller tampoco deja que se arme una sucursal de su Ministerio en la vereda de enfrente y se bloquee el eficiente uso de los únicos recursos humanos relativamente profesionales y terminados para encarar las negociaciones internacionales, la promoción de exportaciones o la atracción de inversiones. Hoy la cancillería ya no está preparada para los alerta de combate en tales frentes. Necesitaría organizarse y entender que hay otras necesidades y otros medios. Los recursos se fueron evaporando por mala utilización, envejecimiento, purgas y deliberada implosión de todo lo que supone tarea de equipo. El servicio exterior fue decapitado. Haber puesto en las negociaciones económicas internacionales a un experto y recién llegado subsecretario de 26 años, cuando en el pasado esos fueron temas atendidos por los mejores y más experimentados embajadores profesionales, interlocutores habituales de la masa crítica del planeta, habla mucho y muy desfavorablemente de los que inspiraron e instrumentaron la disolución cualitativa del único aparato profesional del Estado. Algunos de los responsables trabajan desde fuera de la estructura. Somos pocos y los conocemos mucho.

Señalo este punto, porque hay propuestas destinadas a “crear” el Ministerio de Comercio Exterior, lo que supone reiterar las preguntas básicas como el para qué, por qué y con quienes. El debate real es de ideas y procedimientos, no de creación de nuevas quintitas de poder a medida de la ambición de los que preparan los “proyectos innovadores”. Los que llegan al Estado para trabajar deben ser productos terminados, no aspirantes a dar los primeros pasos en este oficio. La población de gente útil tanto en el sector público como en el privado, son parte de una especie nacional en vías de extinción, ya que el único sustituto de la experiencia es más y mejor experiencia. La administración del presidente Macri no hizo nada por exaltar la excelencia profesional, optó por asociarse a la inercia histórica.

Lo mismo sucede con el debate económico. A pesar de que uno de los problemas estructurales y persistentes del país es la crónica incapacidad de generar divisas no retornables (exportando o trayendo capital fijo al país), hoy agravada por la completa pérdida de crédito internacional, la casi totalidad de los planes, relatos o comentarios son variantes del ajuste monetario y fiscal. El problema de la falta de competitividad se trata como un factor dependiente o subordinado de los otros temas, como si ganar mercados fuera una tarea que se puede atender cuando uno quiere, tiene tiempo o está aburrido. Vuelvo a las fuentes “apertura económica, sin promoción de exportaciones, es una apuesta sin futuro” Hernán Büchi, autor del milagro económico chileno. Fue ministro después del delirante ajuste ultra- ortodoxo de su país, el que dejó la economía pataleando, al borde del abismo. Hasta el Premio Nobel Milton Friedman, el papá intelectual de todos los estudiantes de Chicago, descalificó el proceso del monetarismo chileno. Aquí sucede otro tanto. Recién ahora hablamos de la “estanflación” (el estancamiento con inflación). Lo hace gente seria como Carlos Melconian y mucho antes Roberto Lavagna y Juan Carlos de Pablo.

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