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Un shock político que detonó la confianza

Si el reajuste de portafolios trajo consecuencias profundas se debe a que la economía no estaba en condiciones de aguantar un escenario de discontinuidad.

05 septiembre de 2019

Por Matías Carugati  Economista

Si bien no es novedad, el país atraviesa un problema de confianza severo. Distintas variables muestran con claridad el aumento en la percepción de riesgo (o riesgos, de distintos tipos), la otra cara de esta moneda que denominamos “confianza”. La disparada del tipo de cambio refleja la desconfianza en la moneda local. La suba del riesgo país señaliza la falta de confianza en que el Estado pague sus deudas. Si nos guiamos por la caída de la Bolsa, los inversores no confían en que la economía del futuro traiga creación de valor. Y la salida de los dólares depositados en los bancos habla de la creencia de los ahorristas en que el Estado vuelva a “meter mano”. Podríamos seguir, pero los ejemplos son elocuentes.

El problema es político, pero también económico.Está claro que las PASO marcaron un antes y un después, como cualquier shock no anticipado. Los agentes estaban (estábamos) preparados para otro resultado electoral y la nueva realidad implicó un fuerte ajuste en las decisiones y percepciones. Si el reajuste de portafolios de los agentes trajo consecuencias tan profundas se debe también a que la economía no estaba en condiciones de aguantar un escenario de discontinuidad. Es cierto que Mauricio Macri logró resolver algunos de los desequilibrios preexistentes (precios relativos) y otros, forzosamente, parecían encaminados (déficits gemelos). Pero también lo es que en el camino se agravaron ciertos problemas (inflación y crecimiento) y se generaron otros (deuda y apertura plena de la cuenta capital). Estos últimos dejaron al país muy expuesto frente a cualquier shock.

Estamos atravesando una situación sumamente atípica. ¿Cómo hacer que la economía salga adelante frente a una crisis de confianza cuando el proceso electoral aún no terminó? El Gobierno, por más que intente lo contrario, se ve limitado a administrar una transición que legalmente no comenzó. Si las personas tienen casi plena certeza de que Macri se va el 10 de diciembre, ¿qué futuro puede proponerles? Por su parte, Alberto Fernández no quiere hacerse corresponsable antes de tiempo. ¿Por qué debería cogobernar y desgastarse cuando aun no es presidente electo? Y el FMI, único financista disponible, duda si desembolsar o no US$ 5.400 millones. Dinero que vendría muy bien para facilitar el camino hasta diciembre, pero que expone al Fondo políticamente, tanto a nivel interno (staff, directorio) como externo (comunidad financiera internacional). Es en esta coyuntura que tenemos que entender decisiones como el reperfilamiento de la deuda o la reimposición de controles cambiarios.

Si desde la política no surgen señales positivas, el período hasta diciembre se hará muy duro. Los incentivos de Macri y Alberto Fernández están desalineados entre las necesidades políticas, que empujan a la confrontación, y las necesidades económicas, que alientan la cooperación. Lo que ambos deberían internalizar es que, llegados a esta situación, la cooperación es la mejor estrategia para ambos. Un mínimo marco de estabilidad es necesario para que Macri intente revertir la derrota en las primarias. Del otro lado, Alberto Fernández debería comprender que no va a perder ventaja si evita las declaraciones altisonantes, pero sí puede ganar una “herencia” menos pesada de lo que ya es. El Gobierno parece entender que lleva las de perder en la confrontación y, por ello, es que recientemente ha tomado decisiones contrarias a sus ideales. Y Fernández aprovechó su viaje a España para salir del centro de la escena por unos días. Esperemos que la tregua continúe.

Recomponer la confianza va a ser una tarea difícil. Pensemos nuevamente en lo que está pasando hoy en día. Los agentes están descartando la moneda argentina, los bonos del Estado Nacional, las acciones de empresas locales y hasta la “seguridad” de los bancos. La incertidumbre es tan alta que las decisiones precautorias están más que justificadas. Macri no puede hablar sobre el futuro y Alberto, por ahora, no quiere hacerlo. Es esa indefinición la que da pie para cualquier tipo de especulación. Mientras tanto, queda administrar las tensiones de la mejor manera posible para evitar que el barco, que viene haciendo agua, termine naufragando. Hacia delante, sólo queda repetir lo mismo que decíamos cuatro años atrás. El Gobierno que llegue necesitará un diagnóstico de la situación acertado, un programa económico consistente y un equipo idóneo para implementarlo. ¿Será está vez diferente?

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