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La respuesta de las exportaciones al tipo de cambio

10 septiembre de 2019

Por Pablo Mira

Como la historia de los últimos cincuenta años ha demostrado, Argentina está condenada a captar dólares durante mucho tiempo por venir, y una vía obvia es generar mayores exportaciones. Es un desafío complejo, pero es una alternativa mucho mejor que la de reducir las importaciones cada vez que empeora el ciclo y la restricción externa golpea la puerta. La dificultad, desde luego, radica en que la estrategia de cómo promover nuevas ventas externas no es para nada obvia.

En principio, para lograr este objetivo podemos identificar dos grandes trazas de política: la intervencionista y la de mercado. La versión intervencionista incluye tomar las riendas del problema desde el Estado, y van desde la mera promoción de las exportaciones mediante el apoyo para la búsqueda de potenciales mercados en el corto plazo, hasta las políticas para promover el cambio estructural que nos depositen en una economía más competitiva internacionalmente. Estas políticas tienen la dificultad de que, cuantas más exportaciones se requieren, mayor es el grado de coordinación de los decisores públicos. Los cambios estructurales, además, requieren del consenso social y sólo son exitosos si logran sostenerse en el tiempo.

La otra vía es la competitiva, y simplemente exige sostener un tipo de cambio real suficientemente elevado como para estimular las exportaciones de mediano y largo plazo. Por supuesto, la palabra clave aquí es “simplemente”, pues en un país donde los precios siguen cada vez más la cotización del dólar, elevar el tipo de cambio de manera sustentable no resulta nada fácil. Pero asumamos por un momento que es posible sostener un peso suficientemente devaluado para competir, y preguntémonos qué dice la evidencia sobre la relación entre tipo de cambio alto y ventas al exterior, la “elasticidad-precio de las exportaciones”.

Una vez más, la respuesta del economista es un “depende”. En general, este incentivo podría ser suficiente en países industrializados con alta capacidad de alcance a mercados extranjeros, pero ese no es el caso de Argentina. Sin embargo, esto podría solucionarse con un tipo de cambio real más alto aún. ¿Cómo responderían las exportaciones si este fuera el caso?

El gran dilema de la evidencia disponible es que todo depende de como se mida esta relación. Cuando usamos datos macroeconómicos (series temporales), las exportaciones se muestran poco o nada receptivas al tipo de cambio. Pero si se estudia la cuestión desde un punto de vista microeconómico, es decir, mirando períodos particulares de alta competitividad en ciertas ramas productivas o firmas específicas, el resultado es que el tipo de cambio alto sí estimula las ventas externas. No hay un consenso académico sobre cuales son las elasticidades correctas, y en general el apoyo empírico a que un tipo de cambio real alto permite la expansión “orientada hacia afuera” es inconcluyente.

Pero nada de esto implica que la reversa sea cierta. Si basados en la evidencia de que el tipo de cambio real no siempre estimula las exportaciones permitimos el atraso cambiario para favorecer la compra de importados, tarde o temprano el déficit comercial terminará provocando una brusca devaluación con consecuencias económicas y sociales muy delicadas. Argentina no puede darse el lujo de atrasar mucho el tipo de cambio, y un tipo de cambio alto no es garantía de sostenibilidad externa. Este es otro dilema que debemos enfrentar con políticas inteligentes durante los próximos años.

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