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La lógica económica de la protesta vegana

09 septiembre de 2019

Por Jorge Paz

Hace muy poco, a fines de julio, hubo una protesta vegana muy resonante en Argentina. Sucedió en la 133º Exposición en la Sociedad Rural. Un grupo de activistas veganos irrumpió en el evento con carteles y reclamos contra la explotación y la comercialización de los animales. La polémica tuvo su último capítulo hace apenas unos días, cuando una activista del grupo Almas Veganas afirmó a diversos medios que la caña de pescar es un arma como cualquier otra.

Como toda protesta, causó incomodidad y zozobra, pero abrió una polémica que, a mi criterio, debe ser considerada con sensatez y buen tino. Escuché y leí comentarios en medios muy reputados que van desde el mal gusto a la agresión lisa y llana sin ningún tipo de argumentos que aporten al crecimiento de la sociedad. Esto no sólo implica falta de respeto a posiciones que sostienen algo que no está de acuerdo con nuestras creencias y/o costumbres e intolerancia ética y profesional.

Tratemos la primera pregunta que se impone. ¿Cuál es la razón de la protesta? Los grupos veganos sostienen la necesidad de respetar a los animales, dado que sienten, disfrutan y sufren como cualquier ser vivo. No ocurre lo mismo con las plantas, pues al carecer de sistema nervioso, no experimentan ese tipo de sentimientos. Discriminar por ser de determinada especie es lo que se denomina especismo, con consecuencias similares a las de otros ismos como el racismo, el sexismo, etcétera. El extremo en este caso es la “especie-fobia” u odio a ejemplares de otra especie por el sólo hecho se ser de otra especie.

Este es el eje del argumento ético, pero el veganismo pone en la mesa de discusión nada más ni nada menos que un cuestionamiento al crecimiento económico descontrolado. Rescata del olvido a una monumental investigación realizada en 1972 y que se conoció mundialmente con el título “Los Límites del Crecimiento” o Informe Meadows.

Se funda así un grupo conocido como el “Club de Roma” cuyo propósito fue pensar el mundo de los próximos cincuenta años. Mucho más recientes son el film del cineasta Davis Guggenheim “Una Verdad Incómoda” en el que Al Gore advierte sobre los peligros del calentamiento global y el “Informe Stern” que le pone precio al descalabro y descontrol medioambiental global. Nicholas Stern calculó que la inacción de los gobiernos le generaría al mundo una pérdida del 20% del PIB para finales de este siglo.

El primer informe que realiza el Club de Roma, el “Informe Meadows”, es la primera vez en la historia de la humanidad en el que se plasma la grave crisis ecológica que afecta al planeta, y se destaca que ese problema es creado por el propio ser humano (en rigor, por algunos seres humanos muy poderosos) y que pone en riesgo la vida en la Tierra. El informe tuvo gran difusión, y despertó por primera vez una preocupación global por la sostenibilidad de la vida en el planeta. Nótese que a la protesta vegana de La Rural le siguió el famoso cartel que colgó Greenpeace en ese mismo evento, y poco tiempo después ocurrió el devastador incendio en la mazonia en Brasil.

¿Qué tiene que ver esto con la Sociedad Rural, con el asado del domingo de ayer y con el día de pesca que organizaste para el fin de semana próximo? Todo. Agregaría que más preocupante es el asado del domingo y el día de pesca, que la producción ganadera o el folklorismo romántico de los gauchos de La Rural. Porque tanto el asado como la pesca ponen el foco en el consumo de las familias sobre la producción, que atañe más a la Sociedad Rural. Los productores de carne y de derivados de los animales producen porque hay demanda y resulta muy difícil modificar los patrones de consumo con argumentos morales. Sólo tenemos que recordar lo que sucedió cuando la sociedad se puso de acuerdo en atacar el consumo de tabaco.

Se desforesta y las sociedades industriales más avanzadas como Estados Unidos y Japón, entre otros, crecen de manera descontroladas para satisfacer una demanda que se expande con la desigualdad global. La producción de carne requiere de enormes cantidades de soja y del “producto” final (la vaca, digamos) se aprovecha sólo una pequeña porción para el consumo (la gente no come pelos, cuero, huesos, y otras cosas). Según datos de la FAO, los cuatro países con mayor consumo de carne en el mundo son Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Argentina. En el año de la medición los cuatro países superaron los 100 kilogramos de carne por persona y año, el equivalente a unos 50 pollos o a media vaca cada uno. Alguien podrá decir que la crisis afecta el consumo de carne y que en Argentina se redujo, pero puede constatarse que los sectores de menores ingresos de la sociedad son grandes consumidores de carne, un producto con fuerte raigambre cultural e intensiva en sabor (cuando se consume asada y condimentada).

Adviértase que, según nuestra concepción actual del bienestar, los países del mundo (todos nosotros) estarían mejor si consumieran como un ciudadano de un país con un ingreso per cápita anual superior a los US$ 35 (Paridad de Poder Adquisitivo). Es más, el mainstream de la teoría económica del crecimiento plantea la meta del “crecimiento” como un axioma de preferencia de los decisores públicos: es mejor más crecimiento a menos. Los PIB de Australia y Estados Unidos están entre los más altos del mundo y los dos países se ubican en los primeros puestos medidos por el daño medioambiental que producen (la llamada “huella ecológica”). Según un ejercicio simple, si hoy, por designio divino, todas las personas que pueblan el mundo pudiesen replicar el consumo de carne de estos países, necesitaríamos entre 8 y 10 planetas Tierra para satisfacerlo. Ni más ni menos.

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