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Es imprescindible repensar

Carlos Leyba 20 septiembre de 2019

Por Carlos Leyba

Son muchos los debates que los argentinos nos debemos para poder encontrar la salida de este laberinto de decadencia económica que ya nadie discute.

Si nos basamos en las estadísticas del PIB por habitante, la decadencia tiene 45 años de edad.

Decadencia implica que previamente hubo progreso. No hay decadencia sin progreso previo.

Hasta 1975, Argentina fue un país de progreso económico y social. Por cierto, no exento de problemas. Veamos las cifras del progreso.

Si seguimos el análisis comparativo y nos basamos en lo escrito y firmado por un economista ortodoxo, como lo es Federico Sturzenegger, el PIB por habitante de la Argentina se mantuvo en el 75% del de Australia desde 1900 hasta 1975, año a partir del cual nos separamos drásticamente de la trayectoria australiana.

Pero nos separamos al verificar que nuestro PIB por habitante era cada año un porcentaje menor del de Australia. No quiero señalarle cuanto es hoy porque sería una cifra de tortura.

Lo cierto es que si Australia progresó (y mucho) hasta 1975 (después también) y nosotros corrimos a la misma velocidad (no más ni menos) desde 1900 hasta 1975, quiere decir que nosotros, hasta 1975, a la misma velocidad que Australia, tuvimos una excelente performance comparativa. ¿Por qué nos hablan de 70 años de decadencia si hasta 1975 hay 45?

Acotando un poco más es fácil constatar que el PIB por habitante de la Argentina entre 1944 y 1975 creció a la misma velocidad que el de Estados Unidos. Ni más ligero ni más despacio.

Si hubiéramos crecido más ligero habríamos “convergido”. Pero eso no pasó. Es cierto.

En los “gloriosos 30 años” de la economía occidental, los del Estado de Bienestar, la industrialización, el pleno empleo, el avance de la redistribución progresiva del ingreso, la economía argentina y la economía americana crecimos a la misma velocidad. ¿Qué tal?

Pero hay más. Dicen Juan Llach y Martín Lago, dos economistas ortodoxos, en uno de sus libros recientes, que entre 1963 y 1974 el PIB por habitante de Argentina creció a mayor velocidad que el PIB por habitante de los países occidentales. Notable, ¿no?

Tres relaciones comparadas nos demuestran de manera palmaria que si Australia, Estados Unidos y las economías desarrolladas de Europa Occidental eran economía en progreso, desde antes y hasta 1975 (lo fueron también después) también lo fue la economía argentina. Y eso lo decimos heterodoxos y ortodoxos.

La enorme diferencia, el brutal abismo, es que todas esas economías siguieron siendo economías de progreso (aunque a distintas velocidades) y la economía argentina, desde 1975 hasta la fecha, no lo ha sido.

Hubo progreso comparado (y absoluto) hasta 1975 y particularmente desde 1945. Desde 1900 hasta 1945, el PIB per capita (ph) creció 1,03% anual acumulativo y desde 1945 hasta 1974, 1,98% y de entonces a hoy, 0,58% ¿Cuál es el período de mayor crecimiento?

Desde 1975 hubo decadencia económica medida por el PIB por habitante. Y la pobreza se multiplicó a las tasas chinas del 7% anual.

Es necesario aclarar que dado que la población crece sistematicamente hablar de porcentaje de personas bajo de la lìnea de pobreza es insuficiente. Es imprescindible hablar de número de personas sufriendo la pobreza. Y en ese caso el 7% anual acumulativo de crecimiento es lo que ha producido que de las 800.000 personas estimadas en esa condición en la primera Encuesta de Hogares del Indec (1974) hayamos pasado a 14 millones en los días que corren. No es obra de Mauricio Macri ni el estancamiento de 45 años (eso es el 0,58% de crecimiento anual) ni los 14 millones de pobres. No.

Es una catarata que viene tomando fuerza desde la altura de los tiempos de 1975: una bola de nieve de estancamiento. Mientras en 1974 y antes, el desempleo rondaba el 2-4% y en momento de recesión (que los había) llegaba a 7%. Desde entonces la tasa de desempleo de crisis fue a un ritmo creciente y cuando esa tasa declinaba, aumentaban varios “compensadores” sistémicos: el retiro del mercado de trabajo, el empleo público, los distintos tipos de planes e imprescindibles ayudas sociales.

En aquellos años de progreso económico y social, irrefutable por los datos, el Estado nunca representó más del 22% del PIB, el endeudamiento externo no fue ni remotamente una variable central de la política económica y la tasa de inflación dificilmente superaba tres veces la tasa media de inflación anual de los países desarrollados. La oferta de bienes públicos ?todos lo recuerdan? era razonable, apropiada para un país de desarrollo medio, el hospital público, la escuela pública, la seguridad en las calles, etcétera.

Seguramente traducido a las palabras del presente, “un clima de favorable a la inversión”.

Si usted quiere, la fuga del dinero ?que la había? iba a los bienes y no a los dólares, digamos, no era una fuga verde “casi popular” como la de nuestros días.

No hubo hasta 1975 ningún período de “déme dos”, ni tampoco la explosión de fortunas súbitas e hiper concentradas que adornan nuestros espacios de primer mundo. No.

Estas fortunas nuevas, bastante toscas, no se emparentan con las de la “oligarquía ganadera” que crecían cuando crecía el país, o con la de la “burguesía industrial” que cuando crecía el país crecían. Entonces, hasta 1975, fortunas y progreso colectivo, podrían no ir parejas, pero iban para el mismo lado.

Hoy con 45 años de país estancado, mareas de pobreza alrededor de las ciudades, el mayor escándalo es la explosión de fortunas nuevas inmensas bien notables, como en todo lugar la de los nuevos ricos.

Parecido, sino igual, las nuevas fortunas, todas o casi todas, son consecuencia lineal de las concesiones o contrataciones del Estado. Zorba el griego.

Un Estado que ahora representa el 45% del PIB (el doble de aquella época) que sobrevive por estar endeudado, que no presta la proporción de los servicios públicos de entonces y que asiste a una privatización continuada desde la educación, la salud y el ejercito de seguridad privada que hasta atiende en “espacios públicos”. Todo eso es decadencia.

Tenemos un Estado sin moneda. Y esto es de una gravedad extrema. Porque es “menos Estado” que el necesario, porque se torna un Estado dependiente ya no del mercado financiero interno, sino ? y vaya si lo sufrimos ? de las llaves de paso que se abren o se cierran en el exterior y que nos hacen dependientes.

¿Cómo se dispara todo esto? En 1975 ocurre El Rodrigazo. Pero no fue solamente una decisión espantosa, erronea, de política económica. Fue, como está de moda ahora señalar, un “intento de cambio cultural”.

Ricardo Zinn, el operador e inspirador del golpe económico que tumbó a Argentina, era un militante de la lucha contra las ideas de desarrollo y justicia. Sostenía que sólo el vigor de los mercados, librados a toda su potencia, era capaz de producir beneficios colectivos e individuales. No había nada como “las políticas”, los “objetivos”, los “programas”, que pudiera provocar nada positivo. La cuestiòn se dividia en “cuestiones que el mercado ha resuelto y cuestiones que el mercado resolverá”. Y paro eso había que liberar las fuerzas del mercado y hacerlas liderar por el mercado financiero cuyo regulador de “pasa no pasa” es la tasa de interés de mercado, pura, limpia, sin concesiones.

Zinn, junto a Pedro Pou, dió origen al CEMA y desde ese centro de pensamiento de Chicago Boys se construyó una universidad y se difundió una doctrina, una ideología, poderosa que repite, en lengua nativa, “el Estado no es parte de la solución sino parte del problema” (Ronald Regan) y “no hay tal cosa como la sociedad sino solo individuos” (Margaret Thatcher). Lo más insólito que todos ellos eran miembros de la secta “Los Caballeros del Fuego” que lideraba José López Rega.

La deriva de ese pensamiento es el auge financiero, primera etapa, al que contribuyó la demolición del desarrollo industrial nacional. Zinn acordó con José A. Martínez de Hoz las medidas de El Rodrigazo. La resistencia a las mismas, en el marco de la guerrilla que le hacía el juego con aquello de “cuanto peor mejor”, fue el fundamento de la Dictadura Militar que fue la segunda etapa aquel Rodrigazo.

El argumento de la apertura irracional de importaciones financiadas con deuda externa, era que se había acabado y fracasado la “industrialización por sustitución de importaciones”. Que el avance de integración industrial de la que un ejemplo era la industria automotriz, resultado de una integración vertical que producía el 90% de lo que integra un vehículo, y que además exportaba, era falso y que había que abandonar ese rumbo de modernización.

A partir de esa mirada equivocada (ingenua o perversa) la economía argentina hizo de la industria manufacturera de transformación la madre de la nueva y monumental restricción externa: déficit de US$ 30.000 millones anuales (2004.2018). Si se crece 1%, las importaciones industriales crecen 3,69%.

El crecimiento genera crisis del balance de pagos. En esas condiciones de “restricción externa estructural” no existe la posibilidad de consolidar una moneda porque dependemos de una que no emitimos y que en lugar de producir los bienes que la proveean, con el discurso de la desindustrialización forzada, vivimos en déficit permanente de ella.

La desindustrialización forzada que arrastramos hace 45 años ha destruído la capacidad de generar empleo productivo urbano: 19 caídas del PIB ph entre 1975 y 2018.

Esta mecánica lleva a que la restricción externa, provocada por la desindustralización, obligue al Estado a paliar las condiciones que genera la falta de trabajo productivo urbano. Un empleado público cada 12 habitantes.

La proporción de consumidores de bienes o insumos importados, por la conformación “ensambladora” de la industria, es infinitamente superior a la proproción de productores de bienes o insumos de exportación.

Se genera así la economía de tres déficits: externo, empleo y fiscal.

Toda política de impulso, en este sistema, es inflacionaria porque no mueve la rueda de la producción sino la de la deuda.

La deuda externa grita y la deuda social angustia.

Entre gritos y angustia es imprescindible repensar por qué la decadencia.

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