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Dólares de corto plazo, dólares de largo plazo

17 septiembre de 2019

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Las estrategias de desarrollo “hacia afuera” basada en las exportaciones tiene sus pros y sus contras. A favor se enfatiza la posibilidad de que los sectores transables sean más dinámicos y productivos que los no transables, pues tienen una competencia mucho más desafiante. Una contra es que, al menos en el caso de Argentina, el impacto sobre los salarios y el empleo de esta orientación no necesariamente sea suficiente para sostener una sociedad con buenos indicadores sociales.

En cualquier caso, parece existir cierto consenso respecto de la exigencia de apelar a un aumento de las exportaciones para afrontar la imperiosa necesidad de contar con dólares para evitar futuras crisis. Sin embargo esta percepción, que parece razonable desde lo cualitativo, no resulta nada obvia desde lo cuantitativo. Supongamos por ejemplo que Argentina logra incrementar sus exportaciones el próximo año en 5% (con precios internacionales constantes). Teniendo en cuenta los niveles de exportación actuales, esto representa sumar al país alrededor de US$ 3.000 millones adicionales.

Respecto de otras fuentes potenciales de ahorro de dólares, este valor parece insuficiente. Por ejemplo, conseguir esa cantidad de divisas bajo la forma de un desembolso del FMI o de inversores parece relativamente mucho más fácil. Del mismo modo, esa cantidad de divisas parece irrelevante cuando se comparan con la cantidad de dólares que adquieren los privados para resguardo, que hoy ronda los 2 mil millones al mes. Es muy posible que si el control de capitales funciona medianamente, se ahorre bastante más que el aumento de exportaciones propuesto.

¿Cuál es entonces el beneficio de propender exportaciones pensando en la sostenibilidad externa? Como ocurre frecuentemente, las percepciones son insuficientes cuando se centran en los plazos inmediatos. En primer lugar, un aumento de exportaciones de una sola vez de 5% resulta en pocas divisas, pero un aumento sostenido de las ventas externas empieza a multiplicar los dólares gracias a la “magia de la acumulación”. Si logramos sostener una suba de exportaciones de 5% durante siete años y dejarlas en ese nivel a partir de entonces (nadie dice que sea fácil), Argentina sumaría casi US$ 25.000 millones anuales a los que hoy entran al país.

En segundo término, a diferencia de la deuda las exportaciones “no se devuelven”. Es cierto que esos dólares deben gastarse en importaciones para lograr crecimiento, pero el país puede administrarlos con mayor libertad que cuando se trata de financiamiento internacional. La misma dinámica acumulativa que nos juega a favor en las exportaciones, nos juega en contra en el caso de las colocaciones permanentes que aumentan la deuda y con ella la posibilidad de que en algún momento, como ocurrió repetidamente, un sudden stop obligue a un brusco ajuste.

Finalmente, la capacidad para influir de manera definitiva en la conducta de ahorro en dólares de los argentinos puede ser limitada, al menos hasta tanto se logre estabilidad nominal duradera. Los US$ 3.000 millones ahorrados en control de capitales hoy pueden acumularse y disponer una nueva formación de activos externos en cuanto esa restricción se flexibilice.

En consecuencia, fortalecer las exportaciones es una forma de pensar en la disponibilidad de dólares para el largo plazo. Pero este objetivo no es sencillo. Todos sabemos que en un país donde las prioridades son otras, los incentivos de la política económica están puestos en conseguir esas divisas de una manera más directa, aunque menos sostenible.

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