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Tiempos difíciles

Pero para eso hace falta que la oposición aproveche los pasos insuficientes, pero necesarios, que ha dado Hernán Lacunza y profundice las cosas en esa dirección: no vamos a un default porque todos podemos habilitar una renegociación que nos permita respirar.

Carlos Leyba 30 agosto de 2019

Por Carlos Leyba

“lo que yo quiero son realidades? En la vida so?lo son necesarias las realidades? ¡Ateneos a las realidades, caballero!”

Capítulo I, Charles Dickens

Un consenso ha llegado: “así como están las deudas no se pueden pagar”. Es la predica de toda la oposición. Lo que hasta ahora negaba Mauricio Macri.

El Presidente lo descubrió gracias al despido de Nicolás Dujovne. ¿Un árbol que no dejaba ver al bosque?

¿O el que estaba detrás del árbol no atinaba a girar la cabeza para mirar más allá de sus narices?

Dujovne, y todos los que han rondado en lo económico de esta gestión, nunca vio lo que tenía delante de sus ojos; sólo vio aquello que su empecinamiento elemental le descubría como oasis en el desierto de la estanflación.

Oasis surgido de imaginación calenturienta y de la desesperación y la negación de la realidad. Nicolás afirmó que “puede ser que hoy no, pero mañana sí” y el Presidente prefirió esa monserga, en lugar de escuchar a los que le advertían que la estantería era de utilería.

Nada sólido se construyó y lo construido no podría resistir el más leve empujón. Tasas del 78% que capitalizadas orillaban el 100% eran martillazos que hacían añicos la estructura de madera terciada que pretendían montar.

Se desplomó porque era inevitable. No era ni habilidad, ni astucia. Uno tras otro los miembros del “mejor equipo de los últimos cincuenta años” han contribuido a esta catástrofe. Aumento de deuda y pérdida de capital. Cualquiera sabe en lo que eso termina.

Mientras Dujovne fungía, al igual que los que lo acompañaban y los que lo precedieron, como árbol que ocultaba el bosque, Macri no tuvo la disposición, la habilidad o la voluntad, de girar y tratar de mirar más allá.

El bosque esta ahí desde hace mucho tiempo y en él esta esperando la furia de la crisis desde el principio. No es que vino ahora, no es que la llamó nadie, estaba ahí y la estrategia comunicacional del oficialismo la ocultó a base de promesas.

Esta gestión ? al igual que la anterior ? basó parte de su “apariencia” en ocultar realidades.

En “tiempos difíciles” como estos los son, lo que corresponde, siguiendo a Dickens, es decir ¡Ateneos a las realidades, caballero!”

La llegada de Hernán Lacunza permitió que el bosque quedará visible a los ojos de Mauricio. Y minutos después, cuando la realidad se hizo presente por primera vez en la Casa Rosada, Macri vio la realidad financiera. Pagar como dictaba el compromiso implicaría quedar desnudo.

Lacunza y todo su equipo, y todos con corbata ?¡vaya señal!? anunciaron la realidad porque la vieron: en el calendario pactado las deudas no se pueden pagar. Consecuentemente de lo que se trata es de cambiar el calendario de pagos so pena de desaparecer del calendario mismo.

Los muchachos genéticamente PRO, que no se permiten ni por un instante estar fuera de la moda del rechazo a la corbata, tampoco se han permitido ni por un instante mirar la realidad tal cuál es y así nos han dejado.

La decisión de Lacunza es parte importante de lo que han sostenido públicamente los principales partidos opositores: la deuda hay que reprogramarla. La de ley argentina, por imperio de la decisión soberana y apoyo parlamentario; y la de ley extranjera se propone negociar por Claúsula de Acción Colectiva.

En ambos casos ? según el Gobierno ? sin quita de capital ni de intereses: simplemente alargamiento de los plazos. Es una condición necesaria, claramente insuficiente, pero es una condición de “consenso”.

El default de la deuda con el sector privado, Adolfo Rodríguez Saá, lo anunció al Congreso.No pidió su aprobación. Recibió una ovación. Macri pedirá la aprobación por ley de la renegociación de deuda sin quita de capital ni de intereses.

Una renegociación acordada y un cambio de fecha razonable, no es estrictamente un default aunque lo digan las calificadoras. Si la economía argentina gozara de “confianza de los inversores” la reprogramación sería la secuencia más o menos lógica del proceso financiero. Las deudas se pagan con otras deudas.

Si el mercado está líquido y el deudor goza de confianza, se renuevan con plazos más largos y tasas más bajas. Si el mercado tiene desconfianza exige cobrar y punto.

Argentina no dispone de confianza; y además ahora no tiene la plata aunque, razonablemente, es esperable que la podrá tener más adelante si formaliza un programa para lograrlo.

En consecuencia, Argentina requiere hoy de una negociación que “aporte” confianza; y una norma de negociación, sancionada por el Congreso, puede ser un incentivo de confianza para los mercados (el mismo capital las mismas tasas). Una norma parlamentaria equivale a una negociación avalada, en sus condiciones, por la mayoría presente y futura de la Nación.

Todos han dicho con sus más y sus menos que la reprogramación de todas las deudas, incluso las del FMI, son condición necesaria para poder mantener el funcionamiento de las finanzas públicas.

Sin esa condición la crisis financiera se agravaría de manera notable; y aunque este anuncio haya concretamente agravado ? por el momento? las condiciones operativas, sin esas decisiones y esos anuncios, las cosas se habrían seguramente agravado más con el paso de los días.

Muchos colegas, aún ortodoxos, venían señalando, con la mesura propia de lo delicado del tema, que reprogramar toda la deuda era una condición necesaria para el funcionamiento de la economía sin que aumente dramáticamente la incertidumbre.

Algunos señalaban la necesidad y posibilidad de hacerlo de manera compulsiva para la deuda sometida a la ley argentina y hacerlo de manera conversada con la deuda regulada por ley extranjera; y a la vez reprogramar los vencimientos con el FMI garantizándose los desembolsos comprometidos en el actual programa. Esto pareciera en camino.

Otros señalaron la conveniencia de usar parte de las reservas de libre disponibilidad para cancelar a precios de mercado (infinitamente menores al valor facial) parte de la deuda externa de vencimiento inmediato, realizando una ganancia extraordinaria.

A todo ese menú financiero ? compartido por gran cantidad de economistas profesionales de todas las corrientes de opinión ? se le sumó la idea de formular un nuevo régimen cambiario, un control de movimientos de capitales que hoy es completamente irrestricto.

Antes del cepo se podían atesorar 2 millones de dólares por persona y por mes. Antes del cepo CFK presenció en su gobierno la fuga de casi 80 mil millones de dólares. No lo podemos repetir.

Por otra parte, el actual balance comercial positivo sigue siendo, del lado de las importaciones, un elemento corrosivo de algunos sectores productivos a pesar de la caída de comercio que implica la brutal recesión. Podemos comprar agua importada francesa. ¿Viajan a vela? ¿El agua mendocina viene en camión? ¿Vela mata camión?

Los dólares contantes y sonantes son nuestro nervio central. En julio, antes de las PASO y cuando las encuestas daban los números necesarios para que Macri gane en segunda vuelta, se fugaron 2.000 millones de dólares; y en agosto ? cuando las urnas señalaron que Macri puede no llegar a la segunda vuelta ? se fugaron otros 2.000 millones de dólares. La fuga primero es posible y segundo es permanente sea quien sea el que gobierna.

Hay una constante: la desconfianza de los mercados que venden los bonos y sube el riesgo país; la desconfianza de los tenedores de pesos ? aunque suba la tasa de interés ? que hace subir el dólar y lo más importante hace bajar las reservas.

Para mantenerlas en un nivel razonable hay que endeudarse y parte de lo que nos endeudamos garantiza “el sagrado derecho a tomar agua francesa” aunque el que tiene los pesos no genere dólares.

La realidad es que dólares, lo que se dice dólares tipo “billetera mata galán” no hay. Y que hay que ordenar la cola de los pagos, ganar tiempo para juntar los verdes, y armar un calendario cumplible. ¿Qué parezca un consenso?

Y todas las cosas que está haciendo Lacunza y las que debería hacer el Parlamento hay que hacerlas. Reprogramar con el FMI y lograr sus desembolsos hay que hacerlo. Cancelar anticipadamente la deuda corta y barata, hay que hacerlo. Y ? dentro de las normas básicas del FMI ? hay que ordenar el mercado cambiario ante la escasez. Obligar a la liquidación, todo lo inmediato que sea posible, de las exportaciones. Y regular el mercado cambiario y plantear restricciones importadoras ante las extraordinarias condiciones negativas de la producción local. Hay que hacerlo.

Lacunza, que tiene ? no sólo los símbolos ? sino las concepciones y las maneras que ? tal vez por su proximidad a Maria Eugenia ? lo alejan drásticamente de la troupe PRO y de las huestes de trols de Marcos Peña y de Jaime Durán Barba, es un funcionario que puede tejer un puente de políticas de corto plazo que permitan llegar razonablemente al cambio de gobierno y dejarle a la política y a la disputa electoral, la gran tarea de anunciar el programa y las medidas por las cuales Argentina saldrá del pantano de estos 45 años.

Con un corto plazo administrado gracias al consenso mínimo de la oposición en el Parlamento, apoyando las regulaciones imprescindibles aquí sugeridas, será posible que la campaña sea un debate sobre el futuro y no una catilinaria inaguantable sobre el pasado.

Pero para eso hace falta que la oposición aproveche los pasos insuficientes, pero necesarios, que ha dado Lacunza y profundice las cosas en esa dirección: no vamos a un default porque todos podemos habilitar una renegociación que nos permita respirar.

Y de una vez por todas seamos conscientes que no hay peor populismo, nefasto e inútil, que el del endeudamiento externo. Y para liberarnos del populismo de la deuda hay que producir y vender más de lo que consumimos.

La madre de nuestro endeudamiento es haber destruido la industria. “Sin industria no hay Nación” Carlos Pellegrini, hace más de un siglo, tiempos difíciles.

La realidad: hagan las cuentas del desequilibrio comercial de la industria. “Gris es toda teoría y verde el árbol de oro de la vida”, Gohete.

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