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Peligroso intento en las redes de negar el voto popular

Oscar Muiño 14 agosto de 2019

Por Oscar Muiño

Las redes sociales están albergando crecientes manifestaciones de desprecio por la democracia. Las más groseras descalifican a los humildes, otras invocan un fraude nunca denunciado, un ausentismo inexistente. Datos incomprobables sobre votantes que dejaron quinientos pesos en el sobre de votación (supuestamente el pago por su voto), balseros argentinos, fuegos artificiales en las cárceles. Se promueve convocar a los que residen fuera a inscribirse en los consulados para dar vuelta el resultado. Un WhatsApp equipara el voto argentino 2019 con la salvación de Barrabás; el pueblo como culpable de la condena contra Jesús.

Lo del fraude es asombroso: ¿el gobierno que controla Nación y Buenos Aires puede sufrir un fraude? Sería una muestra de ineficiencia absoluta. ¿Lograr la victoria en 2015 desde la oposición y permitir fraude en 2019 desde el Gobierno?

Algunos podrían ser hasta simpáticos si no fueran peligrosos, sobre todo porque reaparecen en esencia, un cuestionamiento profundo al voto universal.

Descalificar al pueblo

A Argentina le llevó décadas lograr que sus élites aceptaran el sufragio universal. Los conservadores creían que sólo ellos sabían gobernar. Dar a las masas el voto era peligroso y por eso se negaron durante medio siglo. Hasta que Roque Sáenz Peña aceptó. No era un simple sistema de votación, era una revolución extraordinaria que partía de la base que toda persona valía lo mismo. El patrón y el peón, el profesor y el lustrabotas. Un canto a la igualdad.

Los resultados les fueron siempre insoportables a los derrotados. Como los triunfadores solían expresar al bajo pueblo, muchos conservadores mostraron un desprecio de clase y de elitismo educativo, social y cultural. Hace un siglo, el diario La Fronda pide erradicar el voto universal como único medio para “el triunfo definitivo de la capacidad sobre la ignorancia arrabalera y presuntuosa”. En 1930 ese discurso ganó, un golpe militar rompió tres cuartos de siglo de continuidad institucional. Nunca nos recobramos del todo.

Es tarea de la dirigencia erradicar los arranques antidemocráticos de sus fieles.

Lo mismo ocurriría en los años cincuenta para erradicar al peronismo. Los golpes militares eran el medio de acceso al poder de quienes se sentían herederos del Ochenta y de la Década Infame. A falta de votos buscaban al ejército. El objetivo era reconstruir una sociedad donde los de abajo quedaran aplastados. Sin votar, porque en los votos ganaban.

Durante el primer año de la dictadura militar, la editorial Plus Ultra publicó el libro Comportamiento Electoral en la Argentina. Intentaba demostrar que entre el ausentismo y los votos blancos y nulos, la participación electoral no era tan alta. El objetivo: limitar la legitimidad. Agregaba que las multitudes sin educación suelen elegir bribones, como temía Alberdi.

Ese discurso lamentable parecía haber sido erradicado. Pero ha vuelto.

Es tarea de la dirigencia erradicar los arranques antidemocráticos de sus fieles. Naturalmente, el Gobierno no es responsable de esos desaciertos. Pero sus partidarios, sí y a ellos deben intentar conducir, en la olvidada e imprescindible tarea de docencia cívica.

El desconocimiento de la voluntad popular y el camino solitario hacia una conflictividad creciente no va a lograr otra cosa que agravar la desconfianza y empeorar la situación financiera, la volatilidad, la inflación y el poder de compra. Un proceso imparable de deterioro. Es malo para la democracia, para la convivencia y para la situación general y particular de cada argentino. En tal caso, también será un mal negocio y Juntos por el Cambio tendrá peores resultados en las elecciones por venir.

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