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Otra vez el equilibrio

Para salir de esta emboscada histórica hay que pensar en el equilibrio sistémico y no renunciar a ninguno de los instrumentos aptos para reparar los profundos desequilibrios, de los que el mercado es sólo uno y el Estado, como voluntad colectiva, el principal responsable.

Carlos Leyba 02 agosto de 2019

Por Carlos Leyba 

La imagen de equilibrio es la de los platillos de la balanza al mismo nivel. El diccionario es categórico: es el estado de reposo de un cuerpo sometido a dos fuerzas contrarias. Inmovilidad.

Equilibrio en teoría económica es un concepto muy rico. Pero cuando se incorpora a la economía la voluntad de transformar la realidad, más allá de las fuerzas del “mercado”, nace, entre otras, la discusión liminar entre “crecimiento equilibrado” y “desequilibrado”.

Una idea subyacente en los partidarios del “desequilibrio” es que, si el equilibrio es reposo, romperlo es una condición necesaria del movimiento. Crecimiento es movimiento, entonces, implica un proceso de ruptura del equilibrio previo.

Largo plazo, crecimiento y desarrollo no son lo mismo. Son ideas vinculadas a la voluntad de salir de un presente a cuya dinámica se le asignan pocas posibilidades de progreso. Decimos, “no están dadas las condiciones”.

Si entendemos “progreso” como un ideal, (económico, social, cultural, moral) entonces, crecimiento y desarrollo, en un presente empantanado, requieren transformaciones. Pueden ser el resultado de encadenamiento de desequilibrios provocados o bien la administración equilibrada de transformaciones controladas. Toda búsqueda de progreso implica largo plazo como programa.

Dejemos el largo plazo. A partir de la teoría general (1936) de John M. Keynes, el equilibrio macroeconómico se concibe, “urbi et orbi”, como el estado en que la demanda agregada (consumo, inversión, exportación) absorbe la oferta agregada (PIB e importaciones). No hay ni excedentes de demanda (presiones inflacionarias) ni excedentes de oferta (presiones deflacionarias). En síntesis, el equilibrio macroeconómico se alcanza cuando la inversión absorbe el ahorro generado en la economía.

“La fuga de capitales” (nos caracteriza hace años) es ahorro que, al no invertirse, es una fuente de desequilibrio macro. El crecimiento de una economía será equilibrado si y solo sí, la inversión absorbe al ahorro correspondiente al PIB generado con el pleno uso de las capacidades instaladas. Las “capacidades no instaladas” (riquezas naturales no puestas a disposición para ser explotadas) no cuentan en el equilibrio macro sino en el desarrollo del potencial. Es otro tema.

En el proceso dinámico del crecimiento una condición necesaria de equilibrio es el pleno empleo. Tanto capacidades físicas como, fundamentalmente, las personas. El equilibrio es desempleo cero (siempre existe una tasa friccional) y equilibrio en todos los mercados. También en el del balance de pagos. Sin duda el mercado de trabajo aquí no está en equilibrio y ese desequilibrio genera un drama social. Es que la economía está a años luz del equilibrio. No se trata del “desequilibrio deliberado asociado a las estrategias de crecimiento”. Tampoco es un “? taller de forja (que) parece un mundo que se derrumba” (Hipólito Yrigoyen). Nada “concreto” se está forjando. Veamos.

Saldo positivo de comercio exterior; con una colosal recesión que disminuye las importaciones. Aproximación al equilibrio fiscal primario; basado en retenciones a las exportaciones y en la eliminación de los reembolsos y en el recorte de la inversión. Estabilización del tipo de cambio; basado en tasas irracionales de interés. “Desaceleración”, de la que sigue siendo una extraordinaria tasa de inflación, basada en la caída de la demanda interna, la postergación de los anunciados ajustes tarifarios y la reducción de los programas de obra pública. Todo provisorio y contra natura.

Las decisiones de estos policy makers no van en pos de un equilibrio macro sino todo lo contrario. La gran herramienta es la tasa de interés. ¿Cuál es el criterio para el 60% de tasa que proyectada a su equivalencia anual es explosiva? El miércoles, en Terapia de Noticias, un economista y exfuncionario de Cambiemos, dijo, mientras defendía la política del BCRA, “estas tasas no son sostenibles” ¿Y entonces?

Claro, esta tasa inhibe todo proceso de financiamiento, excepto el de la compra de un matafuego para apagar el incendio el que, de persistir, llevaría a la quiebra. Pero si el incendio no se apaga súbitamente (¿cuánto lleva?) la continuidad de la tasa llevaría a la quiebra. Quiebra o quiebra. Eso es desequilibrio a full.

Cuando esta locura empezó, Federico Pinedo, en “A dos voces”, dijo “esta estrategia disuasoria de tasas no puede durar más de dos o tres meses” (sic). Pero, a pesar de la tasa, el fuego se mantuvo, demasiadas cosas ardieron. Y esa tasa, que pomposamente llaman “tasa de política monetaria”, continúa.

La tasa de política monetaria (la madre de las Leliq) determina la tasa de interés que cobran los depositantes y la que se paga por los créditos. Estas tasas queman los saldos de las tarjetas, si hablamos de consumo; y liman las bases de sustentación de las actividades productivas. Esas tasas revelan profundos desequilibrios macroeconómicos y a su vez los profundizan.

Lo que hay detrás, siguiendo la línea discursiva de “apagar el incendio”, que es la metáfora del daño necesario para evitar un daño mayor, es que con la insistencia en esa “tasa de política monetaria” evitamos la devaluación de la moneda: paramos la cotización del valor del dólar. Y, sostiene el oficialismo, detener el valor del dólar es la condición necesaria para “anclar” los precios. Tasa de interés para mantener el “ancla cambiaria” de la inflación. No lo han logrado: la tasa empuja los costos y alienta la inflación.

¿Desde cuando empezaron con las tasas locas? La tasa de inflación continua. El porcentaje es gigantesco. Pueda que disminuya en relación a los picos, pero continúa siendo mensualmente muy superior a los promedios de los últimos años. Conclusión: la tasa de interés no apaga el fuego de la inflación, en terreno seco una brasa viva, con el menor viento, es un nuevo foco de incendio; y tampoco mantiene a raya la cotización del tipo de cambio y mucho menos la expectativa de la cotización del tipo de cambio: dólar futuro.

¿Por qué tasas locas? Como la apelación a Keynes puede sonar a parcialidad, para el tema más de moda de la semana, convoquemos a Adam Smith: si “el tipo ordinario de beneficio neto es del 8% o del 10% por 100, quizá sea razonable que la mitad del mismo se destine al interés”. Lo escribió en “La Riqueza de las Naciones”.

A las tasas de interés de hoy no hay beneficio imaginable, sólo el de los negocios ilícitos, que los debe haber y el del carry trade garantizado. ¿Por qué?

Los analistas políticos han instalado la idea de que Mauricio Macri garantiza su avance electoral, que es indudable, sobre la base de mantener el dólar estable. Es como que, por ejemplo, el dólar estable es “bueno para la salud”. Y quien me lo provee recibe mi agradecimiento, aplauso y voto. ¿Es así? ¿Un propósito electoral?

Se genera entonces un círculo vicioso, para unos, virtuoso para otros: si la tasa de interés es demencial, el dólar se queda quieto. Si el dólar se queda quieto Mauricio Macri (que fija la tasa de interés) mejora en las encuestas. Verificado.

Si Macri mejora en las encuestas, los que tienen depósitos en pesos creen que la tasa se mantendrá y que el dólar no modificará su cotización. Entonces los intereses ganados con los depósitos en pesos podrán convertirse en dólares y habrán logrado una utilidad en dólares de 10/20%.

Como la potencia electoral de Macri mejora con la estabilidad del dólar, vale la pena mantener los depósitos en pesos; y así siguen engordando los dólares convertidos en depósitos de pesos y puestos a interés. Ellos serán reconvertidos a dólares con los intereses ganados. ¿Cuándo pegan la vuelta?

En política económica siempre hay ganadores y perdedores. Ganadores: los que colocan sus excedentes a la espera de su conversión a dólares, cosa que inevitablemente ocurrirá. Perdedores todos los demás.

Cuando todos esos pesos se conviertan en dólares, tal como hizo Federico Sturzenegger, el BCRA liquidará sus tenencias de modo que la presión de demanda, de tantos pesos dispuestos a convertirse en dólares, no provoque una devaluación que podría, si ocurre antes de las elecciones, provocar la derrota electoral de Macri.

Es decir, eso ocurrirá si los que tienen depósitos en pesos se van al dólar antes de las elecciones. Macri entregará los dólares necesarios para calmar la cotización cambiaria. Entregar o perder. ¿Esa es la cuestión? Como parte de los dólares que tenemos los debemos, nos quedaremos con parte de la deuda sin activo que la compense. No parece que naveguemos a equilibrio alguno.

Es posible que la enorme deuda en tasas de interés que hemos generado se convierta en deuda externa, pero sin activo externo de contrapartida. O que el dólar gane y que, los que se tentaron con la tasa, no sólo no logren ganancias, sino que pierdan y se lleven menos dólares que los que trajeron. O la prórroga sine die de la bicicleta y que los pasivos del BCRA alcancen niveles de escándalo. Todo es posible, justamente, porque estamos en el mundo del desequilibrio.

Mientras defendía la política de tasas de interés del BCRA, el mismo acreditado consultor económico ex funcionario de Macri, que dijo “estas tasas no son sostenibles”, afirmó textualmente en Terapia de Noticias LN+ “Si hubiera un cepo las tasas serían más bajas” ¿? .

Cómo verá estimado lector, aún en territorio amigo, los economistas que defienden estas políticas son absolutamente coherentes en dejar a un lado todo concepto de equilibrio: ni estas tasas, ni el cepo, son condiciones de equilibrio. Y por lo tanto no son sustentables.

No resisten el largo plazo y no podemos esperar de esas lagunas conceptuales dar respuesta a una sociedad estancada hace cuatro décadas y con un tercio de sus habitantes en la pobreza.

Para salir de esta emboscada histórica hay que pensar el presente en términos de equilibrio sistémico y en ese contexto no renunciar a ninguno de los instrumentos aptos para reparar los profundos desequilibrios de los que el mercado es sólo uno y el Estado, como voluntad colectiva, el principal responsable. ¿Queremos construir el equilibrio?

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