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Los estrechos marítimos y su importancia estratégica

16 agosto de 2019

Por Claudio Robelo Guzmán Profesor en la UCA, Maestrando en Defensa Nacional e investigador de ciberdefensa y ciberseguridad

En los últimos meses se ha desarrollado una escalada de tensión en el Golfo Pérsico ocasionada por ataques a tanqueros de petróleo junto con intervenciones, registros e incautaciones por parte de autoridades iraníes. Esas acciones por parte de la Guardia Revolucionaria han generado movilizaciones militares hacia la región por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña, así como la incautación de un buque iraní en Gibraltar.

Ese contexto, junto con la retirada norteamericana del acuerdo para la suspensión del programa nuclear iraní y las sanciones económicas a ese país, marcan una renovada etapa de tensiones internacionales en Medio Oriente.

Los recientes sucesos en el estrecho de Ormuz obligan a recordar la relevancia estratégica de los estrechos marítimos en la provisión de combustibles fósiles a nivel mundial. Si bien la preocupación en torno a Ormuz está anclada principalmente en el carácter más conflictivo de Irán como potencia regional, la base de la cuestión estratégica no es distinta al caso del estrecho de Malacca en su relevancia para las importaciones de energía chinas o el estrecho de Bab el-Mandeb junto con el Canal de Suez para el comercio desde y hacia el Mediterráneo.

Para comprender la importancia de los estrechos hay que conocer una realidad logística. El transporte marítimo representa cerca del 90% del transporte comercial mundial según datos de la ONU. Esto es así no solo porque el transporte marítimo es el más eficiente, sino también el de mayor alcance global. Este dato implica para las empresas encargadas de esta actividad, así como para las naciones de la bandera de dichos buques, la búsqueda permanente de eficiencia logística.

Al mismo tiempo, mediante de los distintos estrechos pasa gran parte del petróleo del mundo. Según datos de la Administración de Información de la Energía de los Estados Unidos, cerca del 30% del crudo transportado en el mundo pasa por Ormuz, una proporción similar a la que transita por el estrecho de Malacca, principal ruta de comercio de combustibles con destino a China.

Por la morfología geográfica de los estrechos, la dificultad para el tránsito lo convierte en una ventaja logística y, al mismo tiempo, en un cuello de botella de fácil obstrucción. Mantener la seguridad en estos espacios de gran vulnerabilidad es una preocupación estratégica en el plano internacional para todas las potencias. No es casualidad que junto con la iniciativa de la nueva ruta de la seda China, también se financie una base naval militar en Gwadar a las orillas pakistaníes con alcance tanto a Ormuz como a Malacca.

En este sentido, la pregunta gira en torno a cómo brindar seguridad a los navíos que pasan por los estrechos, sin perjudicar el tránsito y velocidad comercial en un contexto de balance estratégico de difícil equilibrio.

El problema en estos cuellos de botella de tránsito mundial es que las vías alternativas encarecen los productos en elevadas proporciones, hecho que en un mercado como los combustibles fósiles trae consigo serias inestabilidades y dificultades internacionales en muchas regiones del globo. Ormuz es la única vía marítima fuera del Golfo Pérsico, y ante una eventual clausura, toda la producción de la zona tendría que viajar por vías alternativas de transporte terrestre mucho más costosas.

El encarecimiento en si no es el único problema sino las capacidades alternativas de transporte en la zona, hay que recordar que al comienzo de la invasión iraquí a Kuwait en 1990, momento en el que las exportaciones desde Basora se interrumpieron, el precio del crudo se duplicó por las expectativas de escasez.

Aun durante escaladas de tensiones que no terminaron en un conflicto real, se ve afectado el flujo de embarcaciones a través de los estrechos, así como las expectativas sobre su uso.

La herramienta para apelar a estas cuestiones es la disuasión, motivo por el cual existen bases militares y flotas navales de grandes potencias en las proximidades de esta zona, como por ejemplo en Djibouti a la orilla del estrecho de Bab el-Mandeb.

Dentro de este complejo escenario es donde los cálculos de las intenciones iraníes se deben poner contra el tamiz de lo que realmente puede hacerse o no en un conflicto internacional. Un conflicto armado podría ser una victoria de escaso rédito para cualquiera de los bandos.

Aun así, estos escenarios son fértiles para una amplia gama de acciones dentro del espectro del conflicto, donde la agresión militar armada no es la única o más beneficiosa opción. Alternativas como la obstrucción, la demora, las sanciones, la intimidación, entre otras son estrategias que incrementan la incertidumbre y la tensión.

Estas alternativas que actualmente estamos viendo en el Golfo son instrumentales a una variedad de objetivos de la política exterior iraní. Lo cierto es que la proximidad a los estrechos es una ventaja estratégica tanto para su control como para utilizar su estabilidad a modo de carta de negociación en diversos foros internacionales. Todo ello no implica que los conflictos por el dominio de los estrechos no puedan tener alguna operación militar de bajo alcance, pero el desarrollo de una guerra en estos espacios simplemente sería demasiado costosa en los cálculos de cualquier actor racional. El tiempo y la experiencia indicarán la racionalidad de los actores involucrados.

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