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El impuesto a la pobreza en la Argentina hoy

26 agosto de 2019

Por Jorge Paz

¿Por qué ocuparnos urgentemente de la pobreza? Esta pregunta tiene una respuesta ética inmediata y contundente: “Porque sí.” Además, hay argumentos similares en la religión cristiana que van en esa misma dirección. Es muy conocida la llamada “parábola del buen samaritano” en la que Jesús aconseja ayudar al desdichado para alcanzar la vida eterna.

En una sociedad que se precie de tal, es inadmisible la existencia la pobreza. Desde un punto de vista éticomoral y religioso, ésta es como una enfermedad endémica que debe ser erradicada. Sin embargo, de este argumento ético/ moral no me voy a ocupar en esta nota, sino que más bien me voy a referir a por qué la pobreza es mal negocio para una economía capitalista actual. En suma, por qué la pobreza toca el bolsillo de los “no pobres”. Este es el que denomino “argumento económico” a favor de la erradicación de la pobreza.

La semana pasada, al conocerse los datos de la Canasta Básica Alimentaria (CBA) dados por Indec, recrudeció en la sociedad el debate sobre este tema. Se supo que el valor de esta canasta aumentó más que el promedio de los otros bienes, algo que viene sucediendo desde hace mucho tiempo, y que, por lo tanto, no debería causar estupor en este sentido. Aumentó más que el resto de los bienes, precios cuidados mediante. ¿Y qué implica eso en términos macro? Que la pobreza aumentará, si los ingresos más bajos no crecen lo suficiente como para compensar el aumento del costo de la CBA.

Hoy, uno de cada tres argentinos es pobre en términos de ingresos. Esto significa que un poco más de 15,3 millones de personas en el país no tienen los ingresos necesarios para comprar una canasta básica al mes. Llegados a este punto, la pregunta crucial es: ¿El problema de esa falta de ingresos es de esos 15,3 millones de personas y no de los 29,6 millones restantes? La respuesta es “absolutamente no”, porque el pobre vive en Argentina y son los no pobres los que lo ayudan a no perecer.

¿Cómo lo hacen? por medio de los impuestos, de sus actividades cotidianas y del ingreso que generan y que el Estado transfiere al pobre en carácter de ayuda. Sólo una cifra permitirá que demos cuenta de la magnitud de este fenómeno: En 2019, 28% de las personas en la Argentina vive en hogares cuya principal fuente de sustento es la “ayuda”. Esta corriente de ingresos viene de amigos, familiares, de organizaciones de la sociedad civil, de la iglesia y, por supuesto, del Estado. Es decir que la sociedad de una forma u otra, transfiere ingresos desde los que tienen algún excedente y los direcciona hacia los que tienen déficit.

Este 28% ¿es una cifra alta o baja? En principio, es muy elevada, porque en una sociedad normal debería ser cero o cercana a cero. Pero si uno compara al propio país contra sí mismo, se constata que, en 2011, esa cifra era del 23%; esto es, hace ocho años, momento en que la economía se estacionó. Estos cinco puntos porcentuales de diferencia pueden parecer poco, ilusión que desaparece si tenemos en cuenta que se trata de más de 3,2 millones de personas más que hace diez años. La población total en este período aumentó el 9%, mientras que la población pobre lo hizo el 25%.

Todo lo anterior implica que los no pobres pagan algo así como un “impuesto a la pobreza”, aunque este no sea visible y explícito como el impuesto al valor agregado o al cheque. Para tener una idea a cuanto equivale ese tributo, hay que conocer el déficit de ingresos de los hogares pobres; esto es, cuanto dinero separa al ingreso de un pobre del valor de la canasta básica. Haciendo ese cálculo se llega a la conclusión de que el impuesto a la pobreza es de alrededor del 10% del ingreso de una persona no pobre, un valor nada despreciable, teniendo en cuenta las alícuotas de otros gravámenes.

Si el concepto de pobreza se amplía y se considera pobre a una persona que tiene privaciones en otras dimensiones, como la vivienda, el acceso al agua potable, la educación, la protección social, el saneamiento básico, para citar sólo unas cuantas, el problema se complica. Una manera posible de cuantificar el costo actual de la pobreza multidimensional es conocer cuantas privaciones circulan en la economía (una persona pobre puede tener, y de hecho las tiene, más de una privación) y dividir esas privaciones en la población total. Esta es una de las muchas maneras posibles de hacer notar que a todas/os las/os ciudadanas/ os les corresponde una parte de las privaciones que experimentan las personas privadas.

Volviendo a la pregunta de partida, ¿por qué ocuparnos de la pobreza además del argumento ético incuestionable?, la respuesta económica es porque, aunque no sea intuitivamente obvio, la pobreza empobrece también a los no pobres. La pobreza es compartida por todos los integrantes del cuerpo social y no es un mal que afecta a los pobres solamente. Adam Smith dijo en una parte de la Riqueza de las Naciones: “No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados.” Claramente, las opciones son felicidad o desdicha, florecimiento o pobreza. Lo dijo Adam Smith, no Karl Marx.

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