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El fin de la desinflación

16 agosto de 2019

Por Matías Carugati Economista jefe M&F Consultora

Acaso julio haya visto el final de la desinflación. El Indec informó que los precios minoristas aumentaron 2,2% mensual, desacelerándose por cuarto mes consecutivo. La estabilidad cambiaria y el congelamiento tarifario fueron clave para moderar la suba de precios en los últimos meses. Pero el resultado de las elecciones primarias fue un disparo a la línea de flotación de la incipiente estabilización macro. El viernes por la tarde los inversores se fueron a dormir convencidos del escenario de continuidad. El lunes por la mañana se despertaron con que el cambio es, prácticamente, una realidad. El aumento en la percepción de riesgo de activos argentinos implicó un rebalanceo de portafolios que desajustó toda la economía.

El traslado de la depreciación a precios se sentirá más temprano que tarde. El tipo de cambio (mayorista) pasó de $45 el viernes a $57 en apenas cuatro días, con un pico incluso de $60. La fuerte depreciación (26%) se da en un contexto de expectativas poco ancladas, agravado por el hecho de que se ve al Gobierno (y a la conducción del BCRA) en “tiempo de descuento” y con mucha más incertidumbre respecto al futuro del país. Por lo pronto, ya comenzaron las remarcaciones, y la inflación de agosto podría estar en torno al 5% mensual. Condicional, lógicamente, a que se estabilice un mercado cambiario en el cual importan tanto las acciones del BCRA como las palabras de Alberto Fernández (y sus referentes).

¿Cómo sigue esta historia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. A fuerza de corridas cambiarias, estamos dejando atrás el régimen de inflación moderada (según el estándar académico) y entrando en otro de alta inflación, donde los contratos se acortan y se indexan. Esto refuerza una inercia que ya imprime una velocidad crucero de, al menos, 2 puntos a la inflación mensual. Lo que sí sabemos es que las expectativas de inflación de 40% anual para diciembre pueden ser descartadas. Incluso suponiendo que el Gobierno logre contener la situación (lo cual es un supuesto debatible, a la luz de los hechos), la inflación terminaría más cerca o por encima del 50% anual.

La política complica la dinámica de la inflación. Hasta octubre, al menos, veremos al BCRA lidiar con la inestabilidad intrínseca a un escenario que parece definido pero que, en los hechos, no lo está. Mauricio Macri continúa al frente del Poder Ejecutivo pero los agentes económicos están tan pendientes de sus decisiones como de las de Alberto Fernández, el precandidato a presidente más votado en las PASO. Esto agrega una capa de complejidad a muy corto plazo, porque los intereses en común (terminar el mandato / comenzar con una economía menos dañada) los incentiva a cooperar entre sí, pero la competencia política los obliga a confrontar. Después de unos traspiés iniciales, parecería que impera la cooperación. Sostener ciertos lineamientos básicos facilitaría la situación en materia financiera-cambiaria y de precios.

Estabilizar será el desafío más urgente. El Gobierno que resulte electo a fines de octubre tendrá como problema principal evitar que la nominalidad se escape de control. Tranquilizar el mercado cambiario será clave. También será relevante evitar el acortamiento y la indexación de contratos. En este sentido, el pedido de la CGT para reabrir y acortar las paritarias tras la nueva depreciación no es una buena señal. Quien gobierne a partir de diciembre tendrá que encarar el problema de la desinflación con el “beneficio” de precios relativos no muy desalineados, aunque desde un punto de partida más alto y con fuertes reclamos sociales.

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