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Confucio no usaba Twitter

La China de hoy asume estar ante el fin de una era de “hegemonismo unilateral”, lo cual refuerza capacidades para bloquear y/o sortear presiones e imposiciones estadounidenses en el terreno comercial, financiero y tecnológico. Es un conflicto estratégico que llegó para quedarse.

16 agosto de 2019

Por Sergio Cesarin Conicet - Untref

“El buen líder sabe lo que es verdad; el mal líder sabe lo

que mejor se vende” Confucio, Siglo V a.C.

Las tensiones entre Estados Unidos y China muestran un escenario abierto a diversas interpretaciones.

En primer lugar, si bien en la superficie las mismas se concentran en el campo comercial, tras bambalinas el mundo asiste al desarrollo de un conflicto geoestratégico que ordenará la política y economía mundial del Siglo XXI. Sobre como evolucione y la gestión que de él realicen ambos actores, depende la estabilidad del sistema internacional.

En segundo lugar, estructurales tensiones entre el “poder declinante” de los Estados Unidos y una “potencia emergente”, recrea la “trampa de Tucídides” y presagian su agudización y escalamiento, como resultado de mutuas percepciones vinculadas a una concepción de los equilibrios globales como un juego de “suma cero”.

Tercero, ambos países están en ciclos políticos caracterizados por liderazgos unipersonalistas y la adopción de asertivas posiciones en política exterior basadas en enfoques neo conservadores y doctrianriamente tributarias del más puro “realismo duro” (Bolton, Bannon, Yan Xuetong, Wan Yiwei, Mearsheimer); estrategas e intelectuales que perciben al oponente como un enemigo a batir antes que como un adversario con el cual mantener un fluido diálogo que minimice fracturas y atenúe impactos en el resto de los actores sistémicos. Ambos presidentes, Xi Jinping y Donald Trump, muestran similares estilos de liderazgo; apuestan por el ejercicio de poder muy centralizado en decisiones unipersonales, antes que en su derivación colegiada y perciben como amenazante todo intento de disenso interno y/o externo.

Pese a este desborde de fuertes personalidades, un extrovertido Trump intenta influir ?y presiona? política y socialmente mediante tuits tratando de ampliar su base de poder y maximizar los beneficios derivados de una novedosa “arena política” extendida hacia las redes sociales. Xi, como un opuesto, se muestra moderado y prudente, una sabia postura heredada del clasicismo político chino que hunde sus raíces en el Gran Maestro Confucio.

Ambas países rigen su accionar externo bajo la influencia de cosmovisiones rectoras relativas a una pretendida “superioridad moral” que legitima sus respectivas aspiraciones como rectores del orden mundial. Estas posturas, retroalimentan pretensiones nacionalistas y rigidizan posturas a la hora de establecer tácticas de negociación. Trump, ha impuesto como concepto - guía el principio de “America First” con el cual intenta recuperar perdidos espacios globales de poder e influencia y retener capacidad de disciplinamiento externo sobre actores díscolos mediante una combinación entre presión económica y mayor empleo del poder militar; en este contexto, China ocupa el primer lugar. Estas líneas discursivas no son novedosas y retoman conceptos previamente expuestos en la Doctrina America´s Pacific Century (Obama, 2011) y confirmadas luego por la Nueva Estrategia Nacional de Defensa (2018) que define a China como principal amenaza para la seguridad y defensa estadounidense.

Por su parte, la construcción de una China poderosa y desarrollada, en el camino hacia su centenario en 2049, se rige por el aporte doctrinario de Xi relativo al “sueño chino”; utopía concebida como restauradora de un poder perdido a manos de Occidente y neta raigambre nacionalista. Postulados que se vinculan directamente con las aspiraciones de Xi por construir un “socialismo con características chinas para una nueva era”; principios teóricos y de acción que pregonan el inicio de un nuevo orden multipolar de poder con China como protagonista. Y que también proponen asumir a China como un “modelo” de organización política, social, y desarrollo económico, atractivo para economías de segundo orden (como las latinoamericanas).

Esta dinámica confrontativa sinoestadounidense evidencia como cada nación ha construido su propia “idea del enemigo” para así legitimar asertivas posturas externas y redefinir reglas multilaterales de juego (Bretton Woods, OMC, etcétera). Treguas tácticas disimulan amplias brechas existentes entre ambos sistemas políticos. Para Estados Unidos los mensajes presidenciales (los tuits) tienen por destinatarios principales sus ciudadanos votantes; el apremio e inmediatez presidencial residen en su afán reeleccionista; resultado de elecciones libres, Trump debe responder a demandas específicas provenientes de sus bases electorales, administrar disensos en el marco de una división de poderes y gestionar presiones sectoriales provenientes del campo industrial, financiero y comercial.

Xi no tiene dichos apremios. Descansa en la ausencia de condicionamientos impuestos por la sociedad china y la cohesión impuesta entre facciones del PCCh; el XIX Congreso del Partido lo entronizó como máximo líder; sin límites estatutarios no hay plazos para el fin de su mandato. Ventajas propias de una “estrategia sin tiempo” que le permiten contar con cohesionado frente interno e implementar medidas económicas de amplio alcance, y bloquear las pretendidas ansias estadounidense por “contener” el avance de China. En todo este amplio menú de ideas y acciones, lejos parecen haber quedado los “restrains” impuestos por Deng Xiaoping sobre la necesidad de evitar un enfrentamiento directo con Estados Unidos.

En síntesis, la China de hoy asume estar ante el fin de una era de “hegemonismo unilateral”, lo cual refuerza capacidades para bloquear y/o sortear presiones e imposiciones estadounidenses en el terreno comercial, financiero y tecnológico. Una China bajo estos postulados, se muestra resiliente ante embates externos, y capaz de absorber costos económicos de una prolongada guerra comercial con Estados Unidos. Pese a los costos que ella le origina en términos de menor crecimiento (6,2% estimado para 2019 y 5% en 2020) y desaceleración exportadora, la dirigencia china difícilmente ceda a las demandas estadounidenses sobre reducción de subsidios a firmas estatales, apertura financiera, ajustes en la política cambiaria o sostener la expansión de sus firmas tecnológicas (Huawei, ZTE, Xiaomi) llamadas a liderar circuitos centrales de la nueva economía mundial de redes en segmentos 5G. Un conflicto estratégico que llegó para quedarse, generador de mayores perjuicios que beneficios para economías en desarrollo. Situación no solible mediante tuits.

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