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Zelaznik: “La elección la definen los indecisos ubicados en el centro”

05 julio de 2019

Entrevista a Javier Zelaznik Politólogo y docente de la Universidad Torcuato Di Tella Por Néstor Leone

“Evidentemente, existen dos apuestas distintas. La del Gobierno, por exacerbar la polarización y que sea esa polarización la que termine de resolver la contienda, enfatizando lo malo que era la experiencia pasada. Y la de Fernández, no de polarizar y correrse hacia el centro”, señala Javier Zelaznik, politólogo, doctor por la Universidad de Essex y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.

En esta entrevista con El Economista, Zelaznik analiza las estrategias de campaña, el nivel de polarización del escenario y traza perspectivas sobre el futuro del sistema político. La clave para saber si estamos ante una nueva bipolaridad en el mediano plazo es que Cambiemos pierda y que, aun perdiendo, subsista en la oposición”, sostiene el especialista.

Ya quedó conformado el escenario y parecen coexistir dos estados aparentemente contradictorios: la polarización creciente y el frío clima de campaña, más allá de los círculos politizados. ¿Comparte?

Más allá de los indecisos que suelen existir en todo proceso, la gente tiene en la cabeza alguna idea de a quien votar. O, por lo menos, de qué es lo que ofrece cada uno de los polos que estructuran la oferta. De todos modos, la campaña todavía no empezó. Existen pasos tibios terminando de cerrar los acuerdos internos o las características de la competencia que tendrán en las PASO en las distintas categorías. Pero ninguno parece quieto. Hasta ahora, no le han hablado tanto al electorado como sí a los aliados. Las reuniones de Alberto Fernández con los gobernadores, por ejemplo. O con Sergio Massa.

La estrategia que más le sirve al Frente de Todos es la moderación. Por eso el Fernández candidato es Alberto y no CFK.

El Frente de Todos logró una ecuación política que hasta hace poco resultaba impensada.

Sí, no son actores que naturalmente iban a quedar articulados en esa alternativa. Gustavo Bordet o Sergio Uñac, que hoy integran el Frente, hace dos meses no estaba claro que iban a estar ahí. Y tiene un precandidato a presidente que no es candidato natural de la coalición. El Gobierno, por su parte, está más pendiente de los cambios posibles en el clima económico, los efectos de la paz cambiaria o de los indicadores sociales muy negativos. El ruido inicial de Juntos por el Cambio fue demasiado derrotista. Por ejemplo, las declaraciones del gobernador radical Alfredo Cornejo, diciendo que “con Macri se pierde” o cierto pánico el día después de que se oficializaran las listas. Transmitía una imagen de anticampaña, una imagen de inviabilidad de la alternativa política de la que se participa.

Los espacios parecen tener en claro los ejes de campaña: el temor al regreso del kirchnerismo, el de Juntos por el Cambio; y la crisis económica profunda, el Frente de Todos. ¿Qué determinará que se incline la balanza hacia una clave de lectura en desmedro de la otra?

Hay diferentes tipos de electores que valoran diferentes tipos de cosas. Por eso hay dos polos y, además, un electorado que no está definido todavía, que no le gusta el Gobierno pero que tampoco le gusta la principal oposición y que evalúa a Roberto Lavagna o a José Luis Espert. El que define la elección es ese electorado. En una evaluación muy especulativa, lo que puedo decir es que buena parte de ese electorado está más marcado por el rechazo al pasado que por la versión que ofrece el presente. Qué piensa ese electorado, debería ser el objeto de las encuestas que se hagan en estos días, sobre todo en términos cualitativos, de valoraciones sobre aquel pasado y este presente.

El voto estratégico de las generales va a estar más vinculado a garantizar el balotaje que a definir las elecciones.

El escenario de hace tres meses marcaba claramente la existencia de dos minorías intensas y una gran porción del electorado que se mantenía distante de unos y de otros, con más o menos distancia según los casos. ¿Por qué cree que no se construyó una tercera fuerza con posibilidades concretas de capitalizar ese espacio heterogéneo? El Massa de 2015, por caso, a esta altura tenía mayor peso en la discusión pública.

Ese tercer espacio nunca terminó de nacer. En verdad, hubo dos intentos de conformar una tercera fuerza, con varios líderes posibles. Uno de ellos no estaba dispuesto a someter su candidatura a ningún proceso de selección para formar un espacio en común. Es el caso de Lavagna. No sé si es la única causa, pero la imposibilidad de armar esa competencia hizo que algunos de ellos optasen entre la fragmentación a la que parecían condenados o la polarización. Y tanto Massa como Pichetto salieron eyectados hacia cada uno de los polos. La vanidad pudo más que la política en este caso.

Disminuyó la fragmentación política y se consolidó la competencia de coaliciones. ¿Qué muestra respecto del sistema político la oferta de frentes y candidaturas?

La era de las coaliciones ya tiene un par de décadas, pero parecería dada de manera discreta o como anomalías que se iban a resolver con el regreso del bipartidismo. A partir de 2001 esa ilusión desapareció. Las coaliciones, en perspectivas, estuvieron más presentes en las elecciones legislativas que en las presidenciales. En 2009, el Acuerdo Cívico y Social. En 2013, la experiencia de Unen. Pero ninguna de esas experiencias conseguía mantenerse en las elecciones presidenciales, de modo que contribuían a la fragmentación. Esto es algo que recién se resuelve de manera algo sorprendente en 2015 con Cambiemos, ya con tres elecciones en su haber. En principio, comienza a verse el desarrollo de una bipolaridad. Un polo alrededor de un partido nebuloso como es el peronismo con sus configuraciones y desfiguraciones; y el otro, con Cambiemos o Juntos por el cambio. Si esto va a seguir a lo largo del tiempo, está por verse.

¿De qué depende?

La clave para saber si estamos ante una nueva bipolaridad en el mediano plazo es que Cambiemos pierda y que, aun perdiendo, subsista en la oposición. Esto es: si Cambiemos vuelve a gobernar, va a seguir estando y mientras esto ocurra va a persistir esa bipolaridad. La prueba de fuego de esto es la derrota posible del oficialismo.

¿Qué ganó y qué pierde Cambiemos al mutar en Juntos por el Cambio, más allá de la incorporación de Pichetto? La idea de cambio fue clave en la elección de 2015 y la sociedad pareció ratificar esa idea en 2017.  Pero también fue clave la apelación al electorado no peronista.

La palabra cambio es una marca registrada del oficialismo, más allá del cambio mismo. Y, en esta ocasión, pretende ser una ratificación del pasado al que no se quiere volver, visto desde ese punto de vista. No veo que ofrezca “cambios nuevos”. De todos modos, habrá que ver qué sucede en la campaña. Y qué continuidad ofrece teniendo en cuenta los resultados.

¿Cuál considera que puede ser la carta ganadora del Frente de Todos, si hay algo que así pudiera sintetizarse?

Creo que el eje de esa campaña va a ser Alberto Fernández y su posición más bien centrista, criticando el presente, pensando el futuro, más que hablando del pasado. Ante las críticas del pasado, Fernández dice que algunas las comparte. Tiene la posibilidad de acercarse a un electorado que está disgustado con el pasado, pero que le está resultando una carga muy pesada el presente de Cambiemos. Con su impronta calma, moderada y centrista. Y teniendo en cuenta que es probable que la elección se defina con los indecisos más bien ubicados en el centro, ese tipo de campaña tiene su rédito. Evidentemente, existen dos apuestas distintas. La del Gobierno, por exacerbar la polarización y que sea esa polarización la que termine de resolver la contienda, enfatizando lo malo que era la experiencia pasada. Y la de Fernández, no de polarizar, sino de correrse hacia el centro. La estrategia que más le sirve al Frente de Todos es la moderación. Y ése es, me parece, uno de los motivos por los cuales el Fernández candidato a presidente se llama Alberto y no Cristina.

Una hipótesis posible es que con este nivel de polarización creciente es que la elección se va a resolver, en un sentido o en otro, sin necesidad del balotaje. Las dos propuestas sumadas superan hoy el 80% de intención de voto, según varias de las encuestas. ¿Comparte?

En las PASO, el llamado voto estratégico no suele tener mucha fuerza, por lo que es probable que cada cual vote a su primera preferencia. Ese comportamiento estratégico sí va a darse en la general. Me cuesta creer en una victoria del Frente de Todos en una primera vuelta; pero mucho más me cuesta verla para Juntos por el Cambio. Imagino que entre las PASO y las generales, mucho voto cercano al Gobierno pero descontento o que no lo vote en las primarias, no espere al balotaje para hacerlo. Pero no creo que esos candidatos alternativos se queden sin votos en las generales. La hipótesis de que el Frente de Todos gane en la primera vuelta me parece más sólida, pero tampoco la afirmaría. El voto estratégico de las generales, creo, va a estar más vinculado a garantizar que haya balotaje más que para definir las elecciones en la primera vuelta.

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